InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

14.04.08

¿Basta parir para decidir?

La Real Academia Española define “parir”, dicho de una hembra, como “expeler en tiempo oportuno el feto que tenía concebido”. Para algunos, parece que la posibilidad de parir da, sin más, derecho a “decidir”. ¿A decidir qué? ¿A decidir cuando expulsar el feto concebido? ¿A decidir si expulsarlo vivo o muerto? ¿A decidir trocearlo, triturarlo, envenenarlo?

A mí lo de “nosotras parimos, nosotras decidimos” me suena tan mal como lo de “la maté porque era mía”. Frases hechas. Frases justificadoras del ejercicio abyecto de la violencia perpetrada contra los débiles. Frases sin fundamento. Frases ocultadoras de la verdad.

Cuando se reivindica un (falso) “derecho” al aborto, se está silenciando lo que significa abortar. Abortar no es, meramente, parir antes de tiempo. Abortar es matar. Es privar a un ser humano, en sus etapas iniciales de vida, del derecho más básico de todos: el derecho a la vida. ¿Tienen los padres derecho a matar a sus hijos? ¿Pueden pretender que el Estado, mediante la red sanitaria pública, les ayude en sus propósitos infanticidas? ¿Por qué puede, quien pare, decidir sobre la vida de su hijo “antes” del tiempo oportuno y no “después” de ese tiempo?

Si un partido político - o el Consejo de Europa en pleno - tiene claro que el hecho de parir da derecho a decidir sobre la vida de un ser humano ya concebido, entonces cualquier persona de bien debería tener más clara aun la obligación moral de no sólo de no secundar, sino de oponerse activamente a esas iniciativas injustas.

Guillermo Juan Morado.

12.04.08

Pastor, Puerta y redil

La liturgia de este IV Domingo de Pascua proyecta ante nuestros ojos la imagen de Cristo como Buen Pastor y como Puerta del aprisco, así como la imagen de la Iglesia como redil.

Jesucristo es el Buen Pastor. Todo el “Salmo” 22 nos habla de Él. El Señor nos guía y nos conduce; su bondad y su misericordia nos acompañan. Nos lleva por el sendero justo e infunde en nuestro ánimo fortaleza y sosiego, sobre todo cuando nos toca atravesar las “cañadas oscuras” de la tentación, del sinsentido, de la angustia, del dolor o de la muerte.

Él va delante de nosotros; es el “pastor y guardián de nuestras vidas”, el Cordero que recorrió en silencio el camino de la cruz: “Él no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario se ponía en manos del que juzga justamente” (cf 1 “Pedro” 2, 20-25). Las huellas que sirven de referencia a nuestros pasos son huellas ensangrentadas, de un Pastor que es a la vez Siervo sufriente. No podemos extrañarnos entonces si, caminando en pos de Él, nos encontramos con la cruz.

El Pastor nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Si conocemos su voz, le seguiremos. San Gregorio Magno, comentando este pasaje evangélico, explica que “conocer” al Pastor implica haber alcanzado la luz de su verdad. Y el conocimiento exige no sólo la fe, sino también el amor; no sólo la credulidad, sino también las obras, porque quien dice “yo le conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso (cf “Homilía” 14, 3-6).

Unida a la imagen del Pastor está la de la Puerta: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos”. Por su Pascua, el Señor ha cruzado las fronteras de la muerte y puede conducirnos a través de ellas a la vida eterna. La certeza de que Cristo Resucitado nos abre el paso a la vida alienta la predicación de la Iglesia, que no se cansa de anunciar, como Pedro, que Jesús, el crucificado, ha sido constituido por Dios en Señor y Mesías (cf “Hechos” 2, 14.36-41). San Gregorio Magno describe el dinamismo que supone entrar por esa Puerta: Quien la atraviese “tendrá acceso a la fe, y pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y encontrará pastos en el eterno descanso”. De la fe a la visión… De una vida eterna incoada ya aquí en la tierra a la plenitud de esa vida que tendrá su culminación en el cielo.

Dos peligros pueden disuadirnos de cruzar esa Puerta que es Cristo: las asperezas del camino o bien la seducción que puede ejercer sobre nosotros algún pasaje que encontremos durante nuestro itinerario. La senda del seguimiento no es fácil, y debemos pedir al Espíritu Santo que nos dé su fuerza para que las adversidades de la vida no nos hagan desistir de buscar continuamente la meta. En sentido contrario, también puede despistarnos confundir una etapa de la ruta con el destino final. Todo aquello que momentáneamente nos cautiva tiene valor si nos lleva a Dios y no lo tiene si nos aparta de Él. Es ése el gran criterio para discernir lo que de verdad merece la pena.

La tercera imagen es el redil, el aprisco; en definitiva, la Iglesia, redil que custodia el pequeño rebaño pastoreado por Cristo. El redil no tiene importancia en sí mismo, pero cumple una función imprescindible: evitar que las ovejas se dispersen, que abandonen el paraje resguardado para quedar a merced de la intemperie. La Iglesia es signo e instrumento de unidad; de unión de los hombres con Dios. Si no nos apartamos del redil, podemos tener la certeza de que estamos más cerca del Buen Pastor, que pone a nuestro alcance el agua del Bautismo, la unción de la Confirmación y la mesa de la Eucaristía para que no carezcamos del alimento necesario que repara nuestras fuerzas.

Pastor, Puerta y redil… En este domingo no podemos dejar de orar por los pastores de la Iglesia para que cumplan su misión de hacer transparente a Cristo, verdadero guardián del rebaño. Y también nuestra petición se dirige al Buen Pastor para que envíe a su pueblo abundantes vocaciones.

Guillermo Juan Morado.

10.04.08

Los santos, intérpretes de la Escritura

En la conferencia dedicada al “mensaje de Jesús”, José Rico Pavés, ponente en las Jornadas Bíblicas de Vigo, proporcionó dos nuevas claves de intelección del libro de Benedicto XVI “Jesús de Nazaret”: la idea, expresada por el Papa, de que los santos son los auténticos intérpretes de la Sagrada Escritura y, en segundo lugar, el subrayado de la importancia de la tipología cristológica empleada en la exégesis patrística.

La referencia a los santos resulta necesaria para comprender el verdadero sentido de las bienaventuranzas. Benedicto XVI opta por recuperar la relación entre teología y santidad; una relación quebrada al final de la Edad Media. En esta misma línea, ya el Papa Juan Pablo II, en “Novo Millennio Ineunte” había hecho referencia a la “teología vivida” de los santos. “Para una teología rigurosa, necesitamos la ayuda de los santos, en quienes el Evangelio se ha hecho vida”, comentó José Rico.

La tipología cristológica resulta útil para comprender las parábolas. La Escritura, decían los Padres de la Iglesia, es un cofre cerrado, cuya llave es Cristo. Para acceder al sentido de las Escrituras hay que emplear esa llave. Esta temática está presente en el “Catecismo de la Iglesia Católica”, que alude a una triple presencia del Verbo en el Antiguo Testamento: En las teofanías, en las tipologías (o sentidos prefigurados) y en las profecías.

Con estas dos nuevas claves de lectura, Rico Pavés expuso el tratamiento que el Papa hace de las bienaventuranzas y de las parábolas. De las bienaventuranzas, destacó su definición, sus contenidos fundamentales y el diálogo que en “Jesús de Nazaret” el Papa mantiene con Nietzsche. Sobre las parábolas, Rico Pavés explicó qué son y expuso someramente el tratamiento que el Papa hace de tres grandes parábolas: la del Buen Samaritano, la de los dos hermanos y la de Epulón y Lázaro.

Guillermo Juan Morado.

8.04.08

Recuperar la confianza en los evangelios

He asistido a la primera de la conferencias de las XXXIX Jornadas Bíblicas organizadas por el Secretariado Bíblico de la diócesis de Tui-Vigo, dedicadas a la presentación y comentario del libro del Papa, “Jesús de Nazaret”. José Rico Pavés disertó, en esta primera sesión, sobre “Los nombres de Jesús”.

Para Rico Pavés, el libro de Benedicto XVI es “una obra que irá creciendo con el tiempo”, cuya trascendencia y repercusión se verán más claramente a largo plazo. Propuso el conferenciante tres claves de lectura del libro del Papa: la confianza, el misterio y la universalidad.

En primer lugar, la confianza. “Yo confío en los evangelios”, escribe el Papa. Esta confianza no es una confianza voluntarista, sino razonada; consciente del reto que las diferentes “búsquedas” del Jesús histórico han supuesto para la fe y para la confianza en los evangelios, las fuentes principales que permiten el acceso a Jesús. Para Rico Pavés, “el dogma no ha estropeado la historia, sino que la ha preservado en su sentido auténtico”.

La recuperación de la exégesis canónica; es decir, el descubrimiento de la importancia del canon para la interpretación bíblica, así como la confianza en el testimonio histórico de los evangelios son los elementos que hacen que “la lectura del libro del Papa nos devuelva la confianza respecto a lo que los evangelios nos transmiten”. Una confianza puesta en entredicho no sólo por una parte de la investigación especializada, sino también por versiones divulgativas de la figura de Jesús en las que se mezclan realidad y ficción.

La segunda clave es el “misterio”; Jesús como Misterio. La verdad de Jesús no se agota en lo que comprueban los sentidos ni tampoco en el desnudo dato histórico. El “misterio” nos abarca a nosotros, ya que desvelando su verdad, Jesús nos muestra la verdad de lo que somos.

La tercera clave es “universalidad”. La pretensión universal de Jesús permite al Papa en su libro abrir un diálogo con todos los hombres, ya que ninguno queda al margen de la persona y de la obra de Jesús.

Con la voluntad de atender a lo que Jesús ha dicho y ha hecho, Rico Pavés centró su atención en la exposición de Benedicto XVI sobre los nombres de Jesús: “Nuevo Moisés” – Jesús es el profeta que cumple la promesa incumplida hasta entonces de ver el rostro de Dios - ; “Hijo del hombre” – Jesús proviene de Dios, es Dios y portavoz de la verdadera humanidad - ; “Hijo” que conoce al Padre porque está en comunión con Él; y “Yo soy”, fórmula que, en sentido solemne, se refiere al misterio divino de Jesús y en las fórmulas en las que la expresión va acompañada de imágenes (por ejemplo, “Yo soy el pan de vida”) alude a que Cristo nos da a Dios, porque Él mismo es Dios.

Guillermo Juan Morado.

7.04.08

Religiosidad popular

Cuando hablamos de “religiosidad popular” unimos dos palabras. La “religiosidad” equivale a la práctica y esmero en cumplir las obligaciones religiosas. Y la religión, como virtud, mueve a dar a Dios el culto debido. “Popular” es lo relativo al pueblo; lo que es peculiar de él o procede de él; es decir, lo que viene de la gente común.

Las personas más formadas en la fe pueden experimentar una cierta repulsa hacia esta forma de religión. Parecería, en principio, una realidad a superar, un modo insuficiente de vivir la entrega a Dios; la escucha y la obediencia, que son características de la fe.

Las grandes disyuntivas no siempre son aconsejables. Muchas veces no se trata de “o esto o lo otro”, sino de “esto y lo otro”. En la historia de la espiritualidad cristiana se constata que grandes movimientos de renovación han ido unidos a la promoción de la piedad del pueblo. Los benedictinos, por ejemplo, fomentaron la devoción a los santos, a los nombres de Jesús y de María, o las misas por los difuntos. Los franciscanos divulgaron la devoción a la pasión de Jesús, al “Via Crucis” o al Belén.

El Cardenal Pironio vinculaba religiosidad popular e inculturación. La religiosidad popular es “la manera en que el cristianismo se encarna en las diversas culturas y estados étnicos, y es vivido y se manifiesta en el pueblo”.

La gran tentación de la religiosidad popular es la superstición. Pero la superstición es una deriva indeseada de lo religioso. Una deriva menos anti-religiosa que el ateísmo o el indiferentismo. Aunque, naturalmente, una deriva que debe ser corregida. Pero no necesariamente la religiosidad popular ha de caer en la superstición.

El pueblo necesita expresar su fe, de forma intuitiva y simbólica, imaginativa y mística, festiva y comunitaria. Sin olvidar la necesidad de la penitencia y de la conversión.

Dios está lejos y a la vez está cerca. Algo de esto se percibe en la religiosidad popular. La Iglesia debe velar para purificar, fortalecer y elevar todas estas manifestaciones de fe (cf “Lumen gentium”, 13), atendiendo a la capacidad que este tipo de vivencia posee para mantener abierto el puente, o el paso, a la trascendencia.

No es bueno que decaiga la vida devocional. Máxime si las devociones no son sustituidas por nada. El itinerario habitual no es dejar los “primeros viernes” por la recitación diaria de la Liturgia de las Horas. No, el paso habitual ha sido abandonar los “primeros viernes” por la nada.

Pablo VI decía que la religiosidad popular “puede producir mucho bien”. Y la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos publicó, en su día, un “Directorio sobre la piedad popular y la liturgia” (2002) cuya consulta nos sigue pareciendo de gran interés.

Guillermo Juan Morado.