Santa María, madre de Dios
Siguiendo la costumbre de los israelitas, los cristianos celebramos las grandes fiestas durante ocho días. La solemnidad de la Navidad tiene, por consiguiente, su “octava” en la solemnidad de santa María, madre de Dios. María y Jesús están indisociablemente unidos, con un singular vínculo materno-filial. Como decía Pablo VI, “en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él”. Contemplar la maternidad divina de María ayuda a comprender en toda su hondura la verdad de la encarnación: “El Verbo se hizo carne”; es decir, el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre.
Por ser la madre de Jesucristo, el Verbo encarnado, los cristianos invocaron, desde muy pronto, a María como “madre de Dios” - “theotókos”, en lengua griega -. Este título no era del gusto de Nestorio, patriarca de Constantinopla desde el año 428, quien, contraviniendo el uso tradicional en la piedad popular, en la liturgia y en la teología, pedía que a María se le llamase no “madre de Dios”, sino “madre de Cristo”. Muchos de sus feligreses protestaron contra Nestorio, encontrando, en el descontento, un aliado en el patriarca de Alejandría, Cirilo, quien defendió a María como “theotókos”: si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué la Virgen santísima no puede ser llamada “madre de Dios”?, se preguntaba.