InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

19.02.25

IA: Ni tan inteligente ni tan artificial

En una ocasión oí decir a un experto en inteligencia artificial (IA) que esta ni era tan inteligente ni tan artificial. Una conclusión parecida puede deducirse de la lectura de “Antiqua et nova. Nota sobre la relación entre la inteligencia artificial y la inteligencia humana”, publicada por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y por el Dicasterio para la Cultura y la Educación y aprobada por el papa Francisco el 14 de enero de 2025. Se trata de un documento que gira en torno a dos ejes: la antropología y la ética y que busca, sobre todo, distinguir el concepto de “inteligencia” en referencia a la IA y al ser humano para, a partir de esa distinción, proponer algunas líneas de acción. El uso de los términos reviste una importancia capital en todo este asunto. Como Martin Heidegger supo ver en su “Carta sobre el Humanismo”, el lenguaje desempeña un papel fundamental en la formación del entendimiento. El documento advierte, siguiendo esta poderosa intuición, que “el modo como se define la ‘inteligencia’ va, inevitablemente, a determinar la comprensión de la relación entre el pensamiento humano y dicha tecnología”.

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15.02.25

Un artículo en la revista "Compostellanum": Cristo, el paso (pascha) perfecto. La relevancia de Jn 19,34 para la credibilidad del cristianismo según J. Ratzinger

Acaba de ser publicado en la revista “Compostellanum” un artículo mío que deseo compartir, al menos en cierta medida, con los lectores del blog. La referencia es: Guillermo JUAN MORADO, “Cristo, el paso (pascha) perfecto. La relevancia de Jn 19,34 para la credibilidad del cristianismo según J. Ratzinger”, Compostellanum LXIX (2024) 11-44.

Indico el sumario: Introducción. I. Historia y contexto de Jn 19,34. 1. Relato e interpretación. 2. El costado traspasado. II. Sentido teológico de Jn 19,34. 1. Cristología. 2. Eclesiología. 3. Liturgia. III. Significatividad antropológica de Jn 19,34. 1. El amor. 2. La muerte. 3. El futuro. Conclusión. Bibliografía.

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14.02.25

La identidad de Jesucristo

En un determinado momento de su vida terrena Jesús preguntó a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Es Simón Pedro el que toma la palabra para contestar: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo”. El mesías, el ungido, el salvador y rey prometido por los profetas a Israel, es el Hijo de Dios. Es imposible, pues, separar en Jesús su identidad –Hijo de Dios- y su misión –salvador del mundo-.

Arrio, un presbítero de Alejandría, en Egipto, comprometió con su visión de Jesucristo este vínculo inseparable entre identidad y misión. El pasado eclesiástico de Arrio había sido ya bastante agitado. En Alejandría había sido seguidor del cisma del obispo Melecio. Como diácono, había tenido serias dificultades con su obispo, que llegó a excomulgarlo. El siguiente obispo de Alejandría lo reconcilió con la Iglesia y lo ordenó sacerdote. Finalmente, el obispo Alejandro le confió el cuidado de la iglesia de Baucalis, en el barrio portuario de la ciudad.

Pero, en ese destino, Arrio volvió a llamar la atención, escandalizando a algunos de sus fieles predicando sobre el Hijo de Dios – sobre la identidad de Jesús -. El Hijo de Dios, según él, no era propiamente Dios, ya que había sido creado en el tiempo. El concilio de Nicea, en el año 325, estamos celebrando los 1700 años de este magno evento, se convocó para responder a Arrio proponiendo de nuevo la fe profesada por Pedro y por los demás apóstoles. Jesús es “Dios verdadero de Dios verdadero”, “engendrado, no creado”; es decir, pertenece a la esfera del Creador y no a la de las criaturas. Y, precisamente porque su identidad, su Persona, es divina, por eso mismo puede ser el salvador de los hombres, ya que solo Dios salva, solo él puede hacer partícipes a los hombres, por gracia, de su naturaleza divina, adentrándonos en el misterio de su amor.

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7.02.25

San Francisco Blanco, mártir en Japón

Cada seis de febrero la Iglesia Católica celebra la conmemoración de los santos Pablo Miki y compañeros. Esta memoria recuerda a veintiséis mártires de Japón que fueron crucificados y alanceados en Nagasaki el cinco de febrero de 1597. Pablo Miki era un joven religioso jesuita que se dedicaba a catequizar a nuevos cristianos. Otro jesuita, san Francisco Javier, había anunciado el evangelio en Japón entre 1549 y 1551.

En 1593, las autoridades niponas recrudecieron su política contra el cristianismo y las posibles “influencias occidentales”. Parece que el 9 de diciembre de ese año fueron arrestados seis franciscanos (Pedro Bautista, Martín de la Asunción, Francisco Blanco, Felipe Las Casas, Francisco de San Miguel y Gonzalo García), tres jesuitas (Pablo Miki, Juan Soan de Gotó y Santiago Kisai) y quince laicos terciarios franciscanos, a los que se les añadieron después otros dos, que eran catequistas.

Francisco Blanco, franciscano, había nacido en 1570 en Tameirón, en el municipio orensano de A Gudiña. Estudió con los jesuitas en Monterrei y, posteriormente, en la Universidad de Salamanca. Como fraile franciscano se trasladó a la Nueva España, hoy México, y desde allí dio el salto a Filipinas. En 1593 llegó a las tierras de Japón.

En el oficio de lecturas de la memoria se lee un texto de la historia del martirio de estos santos que menciona explícitamente a Francisco Blanco: “Clavados en la cruz, era admirable ver la constancia de todos, a la que les exhortaban el padre Pasio y el padre Rodríguez. El Padre Comisario estaba casi rígido, los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín daba gracias a la bondad divina entonando algunos salmos y añadiendo el verso: ‘A tus manos, Señor’. También el hermano Francisco Blanco daba gracias a Dios con voz clara. El hermano Gonzalo recitaba también en alta voz la oración dominical y la salutación angélica”.

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1.02.25

Jubileo: el cuerno de carnero y el perdón

En el Antiguo Testamento una misma palabra hebrea, “jobel”, designaba a la vez el sonido del cuerno de carnero que anunciaba un acontecimiento extraordinario y el acontecimiento extraordinario anunciado en sí mismo; es decir, el año jubilar, que se celebraba cada cincuenta años. Con la antigua versión griega de la Biblia, conocida como la “Septuaginta”, la palabra hebrea “jobel” fue traducida al griego como “áphesis”, que significa “remisión”, “liberación” o incluso “perdón”. Con esta traducción griega, se pasa, como explica el cardenal Ravasi en un artículo en “L’Osservatore Romano”, de un dato cultual y sacral – la celebración del año jubilar que comienza con el toque del cuerno de carnero en una fecha cercana a la solemnidad del “Kippur”, de la Expiación por el pecado de Israel – a un concepto ético, moral y existencial: la remisión de las deudas y la liberación de los esclavos. Lo ritual no se puede separar, por consiguiente, de lo existencial.

¿Qué elementos comportaba el jubileo veterotestamentario?  Fundamentalmente tres: El descanso de la tierra, la condonación de las deudas y la restitución de las tierras, y, en tercer lugar, la liberación de los esclavos. Dejar reposar la tierra en el año jubilar equivale a no sembrarla y a no recoger sus frutos para recordar que la tierra es un don y que los ciclos de la naturaleza dependen no solo de la obra del hombre, sino sobre todo del Creador, de lo trascendente. Condonar las deudas y restituir las tierras enajenadas o vendidas al propietario original equivalía a reconstruir el mapa de la tierra prometida, tal como Dios la había querido, dividiendo las tierras entre las tribus de Israel. En cuanto a las deudas, sucedía lo mismo: todo era esencialmente común y se distribuía según las distintas tribus. El jubileo era el año de la liberación, de la redención, el año en que el pueblo volvía a ser el pueblo del éxodo, libre de la esclavitud y de la discriminación.

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