InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

7.01.25

Sentimientos religiosos

El Gobierno anunció, el 17 de septiembre de 2024, la reforma integral del Código Penal, incluyendo la derogación del delito contra los sentimientos religiosos o de escarnio público del artículo 125: “1. Incurrirán en la pena de multa de ocho a doce meses los que, para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican. 2. En las mismas penas incurrirán los que hagan públicamente escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna”.

El Gobierno justifica la derogación de este delito diciendo que, de ese modo, potencia el derecho a la libertad de expresión. Pero, así como todos podemos reivindicar el derecho a la libertad de expresión, también podemos revindicar el derecho a poder vivir la fe en un clima de respeto a los sentimientos religiosos; un derecho amparado por el derecho a la libertad religiosa, a la libertad de conciencia, así como el derecho a la dignidad e integridad moral. Los derechos fundamentales son todos ellos necesarios para vivir en democracia, respetando el bien de todos, incluidas las minorías: “en muchos casos, la vulneración de la libertad religiosa ha conllevado también la censura de la libertad de expresión, por lo que la protección integral de la libertad religiosa es garantía para el ejercicio pleno del derecho a la libertad de expresión y del resto de los derechos fundamentales y libertades públicas. Recordamos igualmente, que la normal aceptación de insultos, estereotipos, bromas hirientes y ridiculizaciones, son en ocasiones la base para que puedan producirse comportamientos más graves tales como amenazas, agresiones u otro tipo de actos violentos contra las personas creyentes y los lugares de culto, actos que, de hecho, están creciendo por toda Europa”.

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4.01.25

Devoción en la granja

He recibido en mi WhatsApp un breve vídeo en el que aparece, mientras se celebra la santa Misa en torno a un altar de una iglesia parroquial, lo que se anuncia como una “experiencia totalmente inmersiva en el pesebre”. No falta detalle: ovejas, gallinas, cerdos y hasta un burrito. Si algo falta es, creo yo, el sentido de la liturgia. El teatro, la “mímesis” – la imitación -, no es sin más “liturgia”, algo más relacionada con la “anámnesis”, con la actualización de la memoria.

Si para lograr una “experiencia totalmente inmersiva en el pesebre” durante la celebración de la misa de la Natividad del Señor hace falta una granja entera, ¿qué sería necesario para la Celebración – me refiero a la celebración litúrgica - de la Pasión del Señor el viernes santo? ¿Dos ladrones, uno bueno y otro malo, crucificados? ¿Flagelar a alguien que representa a Jesús? ¿Quizá al párroco? Es verdad que se puede escenificar el “Via Crucis”, como se puede escenificar el “belén”, pero escenificar los acontecimientos de la vida de Cristo no es lo mismo que celebrarlos litúrgicamente.

La liturgia, dice sabiamente el Concilio Vaticano II, no agota toda la acción de la Iglesia. Para celebrar la fe, es necesario previamente tener fe. Y para tener fe es preciso haber sido evangelizado y haber respondido a ese anuncio de la buena noticia con la conversión. La liturgia celebra con signos y símbolos, con gestos y acciones, con elementos materiales que remiten a lo espiritual, a lo invisible, a lo divino. Los ritos religiosos poseen, en general, un sentido cósmico y simbólico. Pero en la liturgia se da un paso más: esos signos son signos de gracia; signos sensibles, instituidos por Cristo, para darnos la gracia.

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31.12.24

Los Magos, ¿astrónomos persas?

En el último consistorio, celebrado en Roma el pasado 7 de diciembre de 2024, el papa Francisco “creó”, así se dice, a veintiún nuevos cardenales; entre ellos, a Dominique Joseph Mathieu, un franciscano conventual que es, desde 2021, arzobispo de Teherán-Isfahán de los Latinos, en Irán. Los católicos de rito romano, pertenecientes a este arzobispado, son muy pocos, unas dos mil personas, casi todos extranjeros, bien porque se trate de personal de las embajadas o de trabajadores procedentes en su mayoría de Filipinas, Corea y otros países. La presencia cristiana en Irán, que se remonta a los primeros siglos de la existencia de la Iglesia, no se reduce a los católicos latinos, ya que en tierra persa continúan viviendo cristianos de las antiguas iglesias orientales: Iglesia apostólica armenia, Iglesia asiria del Oriente, Iglesia católica caldea; además de miembros de varias denominaciones protestantes.

Los sacerdotes persas de la Antigüedad pagana eran conocidos por escrutar los cielos desde las alturas de los zigurats, las famosas torres escalonadas y piramidales características de la arquitectura religiosa asiria y caldea. Se da la coincidencia de que el mencionado arzobispo-cardenal de Teherán-Isfahán de los Latinos, el primer cardenal que desempeña su ministerio en suelo iraní, el belga Dominique Joseph Mathieu, es, desde su juventud, un apasionado de la astronomía. Tuvo su primer telescopio a los doce años y en una entrevista reciente confesaba que, ya más adulto, “al escudriñar el espacio me llenaba de asombro y gratitud por las maravillas de Dios”.

Los Magos de Oriente de los que habla el evangelio según san Mateo eran, probablemente, sacerdotes persas; hombres habituados a examinar, a inquirir y a averiguar cuidadosamente el mundo de los astros. Pero, además, eran, como escribe Benedicto XVI, “hombres de esperanza”, filósofos y sabios religiosos buscadores de la verdad y del verdadero Dios. Algunos creen que la estrella del relato de san Mateo no es un fenómeno astronómico, sino una referencia exclusivamente teológica.Pero una cosa no excluye necesariamente la otra.

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26.12.24

Santa María, madre de Dios

Siguiendo la costumbre de los israelitas, los cristianos celebramos las grandes fiestas durante ocho días. La solemnidad de la Navidad tiene, por consiguiente, su “octava” en la solemnidad de santa María, madre de Dios. María y Jesús están indisociablemente unidos, con un singular vínculo materno-filial. Como decía Pablo VI, “en la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él”. Contemplar la maternidad divina de María ayuda a comprender en toda su hondura la verdad de la encarnación: “El Verbo se hizo carne”; es decir, el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre.

Por ser la madre de Jesucristo, el Verbo encarnado, los cristianos invocaron, desde muy pronto, a María como “madre de Dios” - “theotókos”, en lengua griega -. Este título no era del gusto de Nestorio, patriarca de Constantinopla desde el año 428, quien, contraviniendo el uso tradicional en la piedad popular, en la liturgia y en la teología, pedía que a María se le llamase no “madre de Dios”, sino “madre de Cristo”. Muchos de sus feligreses protestaron contra Nestorio, encontrando, en el descontento, un aliado en el patriarca de Alejandría, Cirilo, quien defendió a María como “theotókos”: si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué la Virgen santísima no puede ser llamada “madre de Dios”?, se preguntaba.

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19.12.24

Navidad, signo y misterio

He tenido ocasión de visitar el magnífico “Belén Monumental” instalado en Vigo, en la “Casa das Artes”. Se trata de un “Belén Napolitano”, un estilo que se distingue por la atención al detalle, tanto al representar las escenas principales del nacimiento de Jesús como los momentos cotidianos que caracterizan la vida de los hombres. El belén es un “hermoso signo” – “admirabile signum” -, que, como dice el papa Francisco en una carta apostólica, causa siempre asombro y admiración.

El hermoso signo del belén remite al Signo por excelencia, que es Jesucristo. Por su Encarnación, el Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, “haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre”, dice san Pablo. Todo en la vida de Jesús es signo de su misterio: desde los pañales de su natividad hasta el vinagre de su pasión y el sudario de su resurrección. Él es Dios hecho hombre, el universal concreto, el Todo en el fragmento.

El Invisible en él se hace visible; el Eterno, temporal; el Todopoderoso, débil. Quien ve a Jesucristo, ve al Padre: “Él, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino”, enseña el Concilio Vaticano II. No hay que ir muy lejos para encontrar a Dios, ya que su misterio, su gloria, resplandece en la humildad de un recién nacido.

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