El reto de volver a hablar de lo humano

¿En qué consiste ser hombre, ser una persona humana? Esta pregunta fundamental está lejos de encontrar una respuesta compartida por todos. Tenemos dificultad a la hora de comprender qué somos y qué nos diferencia, si algo nos distingue, de los animales o de las máquinas.

Sigmund Freud interpretó las tres revoluciones científicas conocidas en su tiempo como ofensas al hombre. La revolución copernicana hizo que la tierra y, en consecuencia, el hombre que la habita, dejase de ser el centro del universo. Después de esta “ofensa cosmológica” vino una segunda, “la ofensa biológica”, por la cual el hombre renunció a considerarse el soberano de todos los seres que poblaban la tierra para verse como el resultado de una evolución. La tercera ofensa, la psicológica, fue infligida por el mismo Freud: el hombre ya no era regente de su propia alma, sino que esta se resolvía en una confusión de impulsos. Podríamos buscar y señalar nuevas “ofensas” más recientes, nuevos cuestionamientos, que profundizan en el carácter problemático de lo humano.

De hecho, son muchos los pensadores que apuestan por el posthumanismo, sosteniendo que la idea de lo humano es simplemente una ficción, o por el transhumanismo, que propone mejorar mediante la tecnología las deficiencias de lo humano. Occidente, que tuvo su punto fuerte en la defensa del valor de la persona humana, hoy corre el riesgo de encontrar en esta cuestión – el valor de lo humano - su mayor punto de debilidad.

Para reconocer el valor y la singularidad del ser humano, de su vida personal, se emplea la expresión “dignidad humana”. Algunas voces dicen que este concepto es una fórmula vacía, irrelevante en el debate bioético. Pero, si lo pensamos un poco más a fondo, no es irrelevante en absoluto, ya que esta idea está vinculada a elementos esenciales del pensamiento occidental: la creencia estoica en la igualdad de todos los hombres y la idea de una ciudadanía mundial y cósmica; la doctrina cristiana de la semejanza del hombre con Dios y de la fraternidad universal entre los hombres; hasta llegar al “ethos” de los derechos humanos de la era moderna. La idea de la dignidad humana es la herencia cultural del mundo moderno y pertenece al núcleo de una ética natural que tiende a la universalidad.

Como escribe Paolo Benanti, “la idea de dignidad humana y su traducción en derechos humanos, que se reconocen como preexistentes a cualquier entidad estatal y a cualquier orden social, constituyen y se presentan como un nivel umbral: la dignidad humana es el nivel más allá del cual la convivencia humana ya no puede retroceder ni siquiera en una era posmoderna porque es ese núcleo duro experiencial, de naturaleza ético-política, que apuntala, funda y legitima moralmente las sociedades democráticas y actúa como discriminación frente a las formas totalitarias de Estado”.

No obstante, pese al reconocimiento teórico de esta dignidad en las sociedades democráticas, su aplicación práctica, concreta, en la vida social y la protección de los más débiles y vulnerables es una cuestión que está muy lejos todavía de estar resuelta. Se abre, pues, un gran reto para nuestros días: tenemos que volver a hablar de lo humano. “La categoría de dignidad humana – sigue diciendo Benanti -, expresión de la autoconciencia humana, necesita poder hacerse explícitamente justificable incluso en los nuevos paradigmas de este cambio de época. A menudo somos incapaces de señalar los límites de la máquina o de la tecnología porque nuestra identidad humana se ha difuminado y ya no podemos percibir sus contornos y su profundidad”.

Guillermo Juan-Morado.

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