La identidad de Jesús. A los casi 1700 años del concilio de Nicea. Materiales para la reflexión

Este es un post de documentación. Aporto textos que pueden ayudar a comprender el significado y la actualidad del concilio de Nicea. Estoy convencido de la importancia de subrayar la singularidad de Jesucristo. Es el Hijo de Dios hecho hombre, “consustancial” al Padre.

1. La Bula Spes non confundit de Francisco (9 de mayo de 2024)

 

“Durante el próximo Jubileo se conmemorará un aniversario muy significativo para todos los cristianos. Se cumplirán, en efecto, 1700 años de la celebración del primer gran Concilio ecuménico de Nicea. Conviene recordar que, desde los tiempos apostólicos, los pastores se han reunido en asambleas en diversas ocasiones con el fin de tratar temáticas doctrinales y cuestiones disciplinares. En los primeros siglos de la fe los sínodos se multiplicaron tanto en el Oriente como en el Occidente cristianos, mostrando cuánto fuese importante custodiar la unidad del Pueblo de Dios y el anuncio fiel del Evangelio. El Año jubilar podrá ser una oportunidad significativa para dar concreción a esta forma sinodal, que la comunidad cristiana advierte hoy como expresión cada vez más necesaria para corresponder mejor a la urgencia de la evangelización: que todos los bautizados, cada uno con su propio carisma y ministerio, sean corresponsables, para que por la multiplicidad de signos de esperanza testimonien la presencia de Dios en el mundo.

El Concilio de Nicea tuvo la tarea de preservar la unidad, seriamente amenazada por la negación de la plena divinidad de Jesucristo y de su misma naturaleza con el Padre. Estuvieron presentes alrededor de trescientos obispos, que se reunieron en el palacio imperial el 20 de mayo del año 325, convocados por iniciativa del emperador Constantino. Después de diversos debates, todos ellos, movidos por la gracia del Espíritu, se identificaron en el Símbolo de la fe que todavía hoy profesamos en la Celebración eucarística dominical. Los padres conciliares quisieron comenzar ese Símbolo utilizando por primera vez la expresión «Creemos», como testimonio de que en ese “nosotros” todas las Iglesias se reconocían en comunión, y todos los cristianos profesaban la misma fe.

El Concilio de Nicea marcó un hito en la historia de la Iglesia. La conmemoración de esa fecha invita a los cristianos a unirse en la alabanza y el agradecimiento a la Santísima Trinidad y en particular a Jesucristo, el Hijo de Dios, «de la misma naturaleza del Padre», que nos ha revelado semejante misterio de amor. Pero Nicea también representa una invitación a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, a no cansarse de buscar formas adecuadas para corresponder plenamente a la oración de Jesús: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17,21).

En el Concilio de Nicea se trató además el tema de la fecha de la Pascua. A este respecto, todavía hoy existen diferentes posturas, que impiden celebrar el mismo día el acontecimiento fundamental de la fe. Por una circunstancia providencial, esto tendrá lugar precisamente en el Año 2025. Que este acontecimiento sea una llamada para todos los cristianos de Oriente y de Occidente a realizar un paso decisivo hacia la unidad en torno a una fecha común para la Pascua. Muchos, es bueno recordarlo, ya no tienen conocimiento de las disputas del pasado y no comprenden cómo puedan subsistir divisiones al respecto” (Francisco, Spes non confundit, 17).

2. La pregunta por la identidad de Jesús: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

 

“Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: ‘¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?’. Ellos contestaron: ‘Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas’. Él les preguntó: ‘Y vosotros, quién decís que soy yo?’. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’” (Mt 16,13-16).

A la confesión de la mesianidad (Mc y Lc), Mateo añade la filiación divina de Jesús.

3. Jesús es el Hijo de Dios: La enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica

441 Hijo de Dios, en el Antiguo Testamento, es un título dado a los ángeles (cf. Dt 32, 8; Jb 1, 6), al pueblo elegido (cf. Ex 4, 22;Os 11, 1; Jr 3, 19; Si 36, 11; Sb 18, 13), a los hijos de Israel (cf. Dt 14, 1; Os 2, 1) y a sus reyes (cf. 2 S 7, 14; Sal 82, 6). Significa entonces una filiación adoptiva que establece entre Dios y su criatura unas relaciones de una intimidad particular. Cuando el Rey-Mesías prometido es llamado “hijo de Dios” (cf. 1 Cro 17, 13; Sal 2, 7), no implica necesariamente, según el sentido literal de esos textos, que sea más que humano. Los que designaron así a Jesús en cuanto Mesías de Israel (cf. Mt 27, 54), quizá no quisieron decir nada más (cf. Lc 23, 47).

442 No ocurre así con Pedro cuando confiesa a Jesús como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16) porque Jesús le responde con solemnidad “no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17). Paralelamente Pablo dirá a propósito de su conversión en el camino de Damasco: “Cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles…” (Ga 1,15-16). “Y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios” (Hch 9, 20). Este será, desde el principio (cf. 1 Ts 1, 10), el centro de la fe apostólica (cf. Jn 20, 31) profesada en primer lugar por Pedro como cimiento de la Iglesia (cf. Mt 16, 18).

443 Si Pedro pudo reconocer el carácter transcendente de la filiación divina de Jesús Mesías es porque éste lo dejó entender claramente. Ante el Sanedrín, a la pregunta de sus acusadores: “Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?", Jesús ha respondido: “Vosotros lo decís: yo soy” (Lc 22, 70; cf. Mt 26, 64; Mc 14, 61). Ya mucho antes, Él se designó como el “Hijo” que conoce al Padre (cf. Mt 11, 27; 21, 37-38), que es distinto de los “siervos” que Dios envió antes a su pueblo (cf. Mt 21, 34-36), superior a los propios ángeles (cf. Mt 24, 36). Distinguió su filiación de la de sus discípulos, no diciendo jamás “nuestro Padre” (cf. Mt 5, 48; 6, 8; 7, 21; Lc 11, 13) salvo para ordenarles “vosotros, pues, orad así: Padre Nuestro” (Mt 6, 9); y subrayó esta distinción: “Mi Padre y vuestro Padre” (Jn 20, 17).

444 Los evangelios narran en dos momentos solemnes, el Bautismo y la Transfiguración de Cristo, que la voz del Padre lo designa como su “Hijo amado” (Mt 3, 17; 17, 5). Jesús se designa a sí mismo como “el Hijo Único de Dios” (Jn 3, 16) y afirma mediante este título su preexistencia eterna (cf. Jn 10, 36). Pide la fe en “el Nombre del Hijo Único de Dios” (Jn 3, 18). Esta confesión cristiana aparece ya en la exclamación del centurión delante de Jesús en la cruz: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15, 39), porque es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título “Hijo de Dios".

445 Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada: “Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos” (Rm 1, 4; cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán confesar “Hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad “(Jn 1, 14).

4. Decir que Jesús es “Homoousios” al Padre es lo mismo que decir que Jesús es realmente Hijo de Dios

“De las muchas denominaciones con las que la fe rondó en un primer momento el misterio de Jesús, fue destacando cada vez más en el proceso de formación de la profesión de fe una sola palabra como el centro en el que todo lo demás estaba contenido: la palabra ‘Hijo’. Enraizada en el orar de Jesús, remite a los más interior de Él mismo. Pero contemplada desde el pensamiento humano no deja de ser, aplicada a Dios, una imagen. ¿Cuál es su alcance? ¿En qué medida podemos o debemos tomarla literalmente? El mundo entero es distinto, mi vida, la vida de todos es distinta de raíz en función de si se trata de lirismo religioso o de un enunciado que haya que tomar realmente en serio. En el sentido que le dan los Padres nicenos la pequeña palabra homoousios es sencillamente la traducción a un concepto de la imagen ‘Hijo’. Dice con toda sencillez esto: ‘Hijo’ no es mera comparación, sino realidad literal. En su más íntimo centro, en el testimonio que da de Jesucristo, la Biblia se debe tomar literalmente. Esa palabra hay que tomarla en sentido literal: no otra cosa significa llamar a Jesús ‘el consustancial’. Eso no es una filosofía puesta junto a la Biblia, sino la protección de la Biblia frente a la intromisión de la filosofía en ella. Es la protección de su literalidad en la controversia de la hermenéutica. […] El Hijo es verdaderamente el Hijo. Por ello murieron los mártires, de ello viven los cristianos de todos los tiempos: solo esa realidad es permanente” (J. Ratzinger, Obras completas VI/2. Jesús de Nazaret. Escritos de cristología, BAC maior 132, p. 782-783).

 

5. El realismo de la Encarnación: El Catecismo de la Iglesia Católica y el santo cardenal Newman

461 Volviendo a tomar la frase de san Juan ("El Verbo se encarnó": Jn 1, 14), la Iglesia llama “Encarnación” al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación. En un himno citado por san Pablo, la Iglesia canta el misterio de la Encarnación:

«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo: el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2, 5-8; cf. Liturgia de las Horas, Cántico de las Primeras Vísperas de Domingos).

462 La carta a los Hebreos habla del mismo misterio:

«Por eso, al entrar en este mundo, [Cristo] dice: No quisiste sacrificio y oblación; pero me has formado un cuerpo. Holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo […] a hacer, oh Dios, tu voluntad!» (Hb 10, 5-7; Sal 40, 7-9 [LXX]).

463 La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana: “Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios” (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta “el gran misterio de la piedad": “Él ha sido manifestado en la carne” (1 Tm 3, 16).

En los Sermones Universitarios, escribe Newman:

“’Todo espíritu que no reconoce que Jesucristo ha venido en la carne, no es de Dios; (…) este es el espíritu del anticristo (1 Jn 4,3)’; puesto que […] hace todo lo que puede por tergiversar las acciones históricas de la personalidad revelada de Cristo a favor de nuestra fe y de nuestra virtud. […] son los hechos de esta historia salvífica los que dan su peculiaridad y su fuerza a la revelación” (US, II, 30).

La Encarnación es el “articulus stantis aut cadentis Ecclesiae״, pensaba Newman.

6. El realismo de la revelación, testimoniada en la Escritura leída en la Tradición viva de la Iglesia e interpretada con autoridad por el magisterio

Si Jesús no fuese “consustancial” al Padre, quedaría privada de fundamento la concepción católica de la revelación:

“Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas, “últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo". Pues envió a su Hijo, es decir, al Verbo eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, “hombre enviado, a los hombres", “habla palabras de Dios” y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna” (Dei Verbum, 4).

“las palabras, las obras y la totalidad del evento histórico de Jesús, aun siendo limitados en cuanto realidades humanas, sin embargo, tienen como fuente la Persona divina del Verbo encarnado, «verdadero Dios y verdadero hombre» y por eso llevan en sí la definitividad y la plenitud de la revelación de las vías salvíficas de Dios, aunque la profundidad del misterio divino en sí mismo siga siendo trascendente e inagotable. La verdad sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado. Por esto la fe exige que se profese que el Verbo hecho carne, en todo su misterio, que va desde la encarnación a la glorificación, es la fuente, participada mas real, y el cumplimiento de toda la revelación salvífica de Dios a la humanidad, y que el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Cristo, enseña a los Apóstoles, y por medio de ellos a toda la Iglesia de todos los tiempos, « la verdad completa » (Jn 16,13)” (Declaración Dominus Iesus, 6).

7. El realismo de la salvación: El obispo de Alejandría y San Atanasio

“Además de la disputa sobre la ontología de Cristo, la crisis arriana afectaba a la pretensión soteriológica del Verbo. Según Arrio, Cristo es un personaje extraordinariamente bueno y sabio, que salva al hombre en el sentido de que le ofrece un modelo perfecto de vida. Con esta interpretación filosófica y cultural de Cristo como maestro de salvación, pero no salvador absoluto y universal, Arrio sacrificaba el dato original de su fe bíblica y la somete a la ideología del monoteísmo filosófico y del universalismo humano. El obispo de Alejandría [Alejandro], por el contrario, mantuvo incólume su fe bíblica según la cual el bautismo regenera al hombre, y eso presupone en Cristo un auténtico poder divino. Solo si Cristo es Hijo de Dios por naturaleza, puede hacer a los hombres hijos de Dios por adopción. Ninguna dificultad de tipo filosófico y cultural convence a Alejandro para minimizar o reducir el mensaje cristiano.

También la reacción antiarriana de Atanasio salvaguardó la auténtica soteriología cristiana: ‘Si el Hijo fuera criatura, el hombre sería solamente mortal, por no estar unido a Dios […] Si el Hijo no fuera verdadero Dios, el hombre no podía ser divinizado, porque estaría unido a una criatura’” (A. Amato, Jesús el Señor, BAC 584, p. 269).

 

8. El realismo de la Iglesia como sacramento universal de salvación

“Cristo es la luz de los pueblos. Por ello este sacrosanto Sínodo, reunido en el Espíritu Santo, desea ardientemente iluminar a todos los hombres, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia. Y porque la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, ella se propone presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal, abundando en la doctrina de los concilios precedentes” (Lumen Gentium 1).

Cristo, el único Mediador, instituyó y mantiene continuamente en la tierra a su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y caridad, como un todo visible, comunicando mediante ella la verdad y la gracia a todos. Mas la sociedad provista de sus órganos jerárquicos y el Cuerpo místico de Cristo, la asamblea visible y la comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia enriquecida con los bienes celestiales, no deben ser consideradas como dos cosas distintas, sino que más bien forman una realidad compleja que está integrada de un elemento humano y otro divino. Por eso se la compara, por una notable analogía, al misterio del Verbo encarnado, pues así como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como de instrumento vivo de salvación unido indisolublemente a El, de modo semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu Santo, que la vivifica, para el acrecentamiento de su cuerpo (cf. Ef 4,16) (Lumen Gentium 8).

9. ¿Por qué Arrio tenía tantos seguidores?

 

“Ahora bien, ¿por qué la respuesta de Arrio les parecía a los hombres de su tiempo tan enormemente convincente? ¿Por qué puso de su lado tan rápidamente a la opinión pública de todo el mundo culto? Por la misma razón por la que también hoy el concilio de Nicea está tachado de la lista de la opinión pública. Arrio quería conservar la pureza del concepto de Dios. No quería exigirle a Dios que estuviese dispuesto a algo tan ingenuo como hacerse hombre. Estaba convencido de que en último término había que mantener el concepto de Dios, a Dios mismo, totalmente fuera de la historia humana. Estaba convencido de que a la postre el mundo tiene que arreglar sus asuntos él mismo, de que no puede tocar a Dios ni con la punta de los dedos y de que, desde luego, también Dios es demasiado grande como para que pudiese tener algún contacto con el mundo. Los Padres consideraron esto ateísmo, y a la postre es efectivamente una forma de ateísmo, pues un Dios con el que el hombre no puede tener contacto alguno, un Dios que en realidad no puede desempeñar ningún cometido en el mundo, no es Dios. Ahora bien, ¿no hemos vuelto calladamente, ya hace largo tiempo, a este tipo de ateísmo? ¿No nos parece también a nosotros intolerable tirar de Dios hacia abajo hasta introducirlo en el ser del hombre, e imposible que Dios le sirva realmente de algo al hombre en este mundo? ¿No es por eso por lo que nos hemos retirado tan apasionadamente al hombre Jesús? Pero ¿no hemos acabado de ese modo también en una visión del mundo caracterizada por la desesperación? Y es que, si Dios no tiene poder sobre el mundo, sino que solo nosotros lo tenemos, ¿qué queda entonces, sino desesperación, detrás de todas las frases grandilocuentes?” (J. Ratzinger, Ibid., 781-782).

10. El desafío de la incredulidad manifiesta

 

“Ya sea de manera explícitamente intelectual o de maneras más implícitas y no temáticas, las personas modernas han desarrollado un sentido de lo que constituye lo «realmente real» que va directamente en contra del contenido intelectual de la descripción cristiana de lo realmente real. El hecho contundente es que la mayoría de las personas modernas en nuestra cultura no creen que la narrativa cristiana de la existencia sea verdadera, y que su visión del mundo parece anticuada, en tanto que es un conjunto de respuestas a preguntas que nadie se plantea más […].

Pero en su raíz, lo que es fundamentalmente inconmensurable con la fe cristiana es el materialismo reduccionista, mecanicista y naturalista de nuestra cultura, que se opone directamente al mensaje cristiano sobre la realidad y la importancia de lo sobrenatural. Como un querido amigo sacerdote mío (un pastor muy inteligente con 35 años de experiencia) me dijo recientemente: «Nadie parece realmente creer en nada ya. Y eso incluye al clero».

[…] Una Iglesia que ha perdido de vista quién es Cristo, y que solo Él puede salvarnos, es una Iglesia que ha perdido su valentía y su propósito. La Iglesia existe para hacer santos y, al hacerlo, infundir fuego en sus ecuaciones sacramentales. Solo una Iglesia así —una Iglesia misionera cristológicamente fundamentada y de fuego evangélico— puede reavivar la pasión de los profetas, quienes son los únicos que pueden «ver» lo que otros no ven y quienes, por tanto, son los únicos capaces de volver a proponer a Cristo en nuestro mundo incrédulo. De hecho, incluso a aquellos dentro de la Iglesia que no creen” (Larry Chapp).

11. Volver a Cristo

 

“Me ha parecido de gran interés el discurso pronunciado el pasado 26 de septiembre por el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, en la 76ª sesión de la Asamblea General de la ONU. La Santa Sede - un ente soberano que pertenece a la comunidad internacional - ha venido disfrutando del estatuto de observador permanente como Estado no miembro y ha intervenido en los debates y en las votaciones en calidad de tal.

El cardenal Parolin ha contribuido con su reflexión a la propuesta de las Naciones Unidas de “construir la resiliencia a través de la esperanza”. La humanidad necesita recuperarse de las sacudidas adversas, como por ejemplo la causada por el COVID 19. Es preciso optar por una reconstrucción sostenible que responda a las necesidades del planeta y al respeto de los derechos humanos. De todos estos temas, así como de la importancia de revitalizar las Naciones Unidas, ha hablado el cardenal, siendo consciente de que “nuestros logros no son incontestables”, sino que “deben ser buscados y asegurados por cada generación”.

En el apartado dedicado a los derechos humanos, el cardenal Parolin ha incidido, siguiendo al papa Francisco, en la crisis de las relaciones humanas, que se deriva “de un modo de vida dominado por el egoísmo y por la cultura del descarte, donde a menudo son pisoteados los valores humanos y la correspondiente dignidad trascendente de la persona. Esta «crisis antropológica» no es una disputa filosófica o académica, sino una crisis con enormes consecuencias prácticas para los derechos humanos” (G. Juan Morado, “Un cardenal en la ONU: Resiliencia y crisis antropológica”, Atlántico Diario, 28-9-2024).

“En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona.

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Gaudium et spes 22).

Como dice el Catecismo: “En la catequesis [podríamos decir también: en la teología] lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a él: el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portador suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca […]. Todo catequista [todo profesor de teología] debería poder aplicarse a sí mismo estas misteriosas palabras de Jesús: ‘Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado’ ” (Jn 7,16)” (Catecismo, 427).

Guillermo Juan-Morado.

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