Fray Rosendo Salvado, san Telmo y la tempestad calmada

La diócesis de Tui-Vigo está unida a la memoria de dos grandes evangelizadores: san Telmo (Frómista 1190 – Tui 1246) y el obispo fray Rosendo Salvado (Tui 1814 – Roma 1900). Pedro González Telmo fue uno de los primeros dominicos. Profesó en el convento de San Pablo de Palencia, fundado por el propio santo Domingo de Guzmán y, siguiendo el ejemplo de este santo, consagró su vida a la oración y a la predicación. Destinado al convento compostelano de Santo Domingo de Bonaval, se dedicó a la evangelización itinerante, especialmente en tierras de Galicia. En Tui le sobrevino la muerte y su cuerpo – “Corpo Santo” - se venera en la catedral. Desde muy pronto, san Telmo fue invocado como patrono de las gentes del mar

Fray Rosendo Salvado, como buen tudense, le profesaba gran devoción. Como el santo palentino, también Rosendo Salvado abrazó la vida religiosa, pero no en la Orden de Predicadores, sino en la de san Benito. En Compostela, otra coincidencia geográfica con San Telmo, profesó como benedictino en el monasterio de San Martín Pinario. Con la exclaustración de 1835, pasó a Italia y de allí, como misionero, a Australia, donde se puso al servicio del obispo de Perth. Rosendo Salvado fue nombrado obispo de Puerto Victoria y, posteriormente, obispo titular de Adriani. Fundó la abadía de Nueva Nursia, con la finalidad de evangelizar a los aborígenes australianos, defendiendo su dignidad. En 1885 fundó un Colegio de Misioneros de Ultramar en el monasterio de Montserrat. Murió en la abadía de San Pablo Extramuros, en Roma, con gran fama de santidad.

Desde Australia, Rosendo Salvado viajó varias veces a Europa, con el propósito de recaudar limosnas para Nueva Nursia – y para ello daba conciertos, ya que era un gran músico – y de reclutar misioneros. En uno de estos viajes, a mediados del siglo XIX, cubría el trayecto de Inglaterra a Vigo. Normalmente, el vapor que unía Southampton con Vigo realizaba el viaje en tres días. En esa ocasión, llegó con cuatro de retraso, debido a enormes temporales, especialmente en la bahía de Vizcaya, en donde por varias veces los navegantes se consideraron perdidos. En el momento más angustioso, narra un cronista, “un hombre con porte noble, con un rostro simpático y expresivo, cuyos ojos centelleantes parecían inspirados por un misterio superior, se asomó a la tolda del buque que parecía precipitarse en los abismos; ceñía contra su pecho y estrechaba entre sus manos una reliquia de San Telmo: su figura imponente, su frente alzada hacia el Cielo, su serenidad en medio de tantos afligidos, ha impuesto el silencio a las lágrimas de aflicción que le cercaban, y su actitud edificante fue la plegaria más elocuente que Dios escuchó: el mar se serenó, la tempestad disminuyó y el peligro desapareció y la fe revivió!!!”. El hombre de porte noble era el obispo de Puerto Victoria, fray Rosendo Salvado, que regresaba de Irlanda para retornar a Australia.

El episodio, que recoge de un periódico de la época el “Boletín Eclesiástico del Obispado de Astorga” del 11 de diciembre de 1852, evoca el pasaje evangélico de la tempestad calmada, cuando Jesús increpa a los vientos y al mar, convirtiendo la tormenta en una gran calma. Es como si, a petición de fray Rosendo Salvado, por intercesión de san Telmo, Jesús repitiese el milagro.

Guillermo Juan Morado.

Publicado en Atlántico Diario.

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