“Menos es más”: Una santa misa al día, como norma

(Este post es un resumen del inmediatamente publicado antes. Es más sintético.)

En una diócesis de Irlanda – la de Kilmore - se ha tomado la decisión de reducir el número de celebraciones de la santa misa. Por una triple razón: porque han constatado que hay muchas celebraciones, porque la asistencia a las mismas es escasa, y, en tercer lugar, por la disminución del número de sacerdotes. Parece evidente que esa situación no es exclusiva de Irlanda. Vale también para buena parte de España.

¿Pide la Iglesia, en su ordenamiento jurídico, celebrar cuantas más misas mejor? La verdad es que no. La norma, que como toda norma confirma las excepciones, dice: “No es lícito que el sacerdote celebre más de una vez al día”. Un sacerdote no está obligado a celebrar misa cada día, sí lo está a celebrarla con frecuencia y se le recomienda encarecidamente la celebración diaria, aunque no pueda tenerse con asistencia de fieles. La razón es que la santa misa es siempre una acción de Cristo y de la Iglesia, en cuya realización los sacerdotes cumplen su principal ministerio.

¿Qué sucede si hay pocos sacerdotes? Pues esa escasez puede motivar que el Ordinario del lugar – básicamente, el Obispo – conceda que un sacerdote pueda celebrar la santa misa una segunda o tercera vez – si se trata de un domingo o de una fiesta de precepto -. El Obispo no puede autorizar más que eso. Y mucho menos el sacerdote puede darse permiso a sí mismo para más de eso.

Es obvio, cada vez más evidente, que, sobre todo por la escasez de sacerdotes – y también de fieles-, no se puede celebrar la santa misa en todas las parroquias. ¿Qué hacer? Una exhortación apostólica de Benedicto XVI, “Sacramentum caritatis”, anima a los fieles a acercarse a una de las iglesias de la diócesis en la que esté garantizada la presencia de un sacerdote que celebre la santa misa, aun cuando esto requiera un cierto sacrificio.

Solo si hay grandes distancias, que hagan imposible la participación en la Eucaristía dominical, cabe propiciar que las comunidades cristianas se reúnan para hacer memoria del domingo, dejando muy claro que una cosa es la santa misa y otra, muy distinta, la asamblea dominical en ausencia de presbítero.

En las parroquias más grandes- y en las ciudades, donde las parroquias están muy próximas unas de otras -, no es fácil explicar que se celebre, incluso en el domingo, más de una vez la santa misa. Lo único que podría explicar una segunda celebración sería una enorme afluencia de fieles que no cupiesen en la iglesia. No suele ser, me temo, lo más habitual.

Mejor una sola celebración dominical, con canto, música, y con una asamblea nutrida, que haga más visible la dimensión eclesial de la santa misa y que favorezca lo que enseña el concilio Vaticano II: “la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos”.

Quizá, también es este campo, “menos es más”. Tampoco es normal que todo el esfuerzo se ponga en la misa dominical - celebrando más veces de las que la ley de la Iglesia permite- y luego no se celebre ninguna misa en los días de la semana. Esto no es en absoluto normal.

 

Guillermo Juan Morado.

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