La caridad pastoral. Homilía en el funeral de D. José Domínguez González
Funeral de don José Domínguez González (Luneda, 17 de septiembre de 1932 - Vigo, 9 de febrero de 2023)
Parroquia de san Pablo, Vigo, 13 de febrero de 2023
“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11,28-30).
Cada vez que celebramos la santa Misa acogemos esta invitación del Señor: acudimos a él para encontrar en su Sagrado Corazón alivio y descanso.
El corazón de Cristo es el del Buen Pastor. Toda su existencia es una manifestación ininterrumpida de su caridad pastoral: “Él siente compasión de las gentes, porque están cansadas y abatidas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9, 35-36); él busca las dispersas y las descarriadas (cf. Mt 18, 12-14) y hace fiesta al encontrarlas, las recoge y defiende, las conoce y llama una a una (cf. Jn 10, 3), las conduce a los pastos frescos y a las aguas tranquilas (cf. Sal 22-23), para ellas prepara una mesa, alimentándolas con su propia vida” (San Juan Pablo II).
Por la ordenación sacerdotal, los presbíteros están configurados con Jesús y llamados a imitar y revivir su misma caridad pastoral, su total entrega, fruto del amor: “La caridad pastoral – enseña san Juan Pablo II - es aquella virtud con la que nosotros imitamos a Cristo en su entrega de sí mismo y en su servicio. No es sólo aquello que hacemos, sino la donación de nosotros mismos lo que muestra el amor de Cristo por su grey. La caridad pastoral determina nuestro modo de pensar y de actuar, nuestro modo de comportarnos con la gente. Y resulta particularmente exigente para nosotros…”.
En don José hemos visto un reflejo de esta entrega, de este servicio, de esta donación. No se reservaba para sí mismo, sino que se daba a los demás, tratando a los fieles con proximidad y con afecto, estando siempre disponible para responder a lo que se le pedía. Especialmente para atender las confesiones.
Don José amaba el sacramento de la Penitencia y creía firmemente en la eficacia salvadora de la absolución sacramental: “Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. La confesión es el encuentro con el Corazón de Cristo, que nos renueva interiormente y que nos otorga la paz de la amistad con Dios.
La gracia del Señor viene a nosotros en su palabra y en los sacramentos. Para acoger este don, debemos abrir las ventanas del alma a fin de familiarizarnos con los misterios de la vida de Jesucristo, con los acontecimientos salvíficos que jalonaron su paso por la tierra: su Encarnación, su Pasión, su Resurrección, su anuncio del Reino de Dios.
Para don José, estos acontecimientos eran completamente reales y significativos. Cada día, rezando entero el Santo Rosario, contemplaba la vida del Señor para identificarse cada vez más con él. Y lo hacía de la mano de María, a quien el papa san Juan Pablo II llamó “modelo insuperable de contemplación”.
El corazón de Cristo es un corazón misericordioso que revela el rostro del “Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios” (2 Cor 1,3-4).
La vida de todo cristiano, y especialmente de todo sacerdote, consiste en recibir de Dios el consuelo de su misericordia y transmitir a otros ese mismo consuelo. Don José tuvo este don, esta capacidad de ser instrumento y testigo de la compasión divina. Quizá por ello era tan devoto del mensaje de Fátima, cuyo núcleo esencial constituye un eco del Evangelio de la misericordia.
A la bondad del Señor encomendamos el eterno descanso de don José, para que no tenga en cuenta sus pecados ahora que ha sido llamado a su presencia. Amén.
Guillermo Juan Morado.
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