Pedir a san José la gracia de las gracias
Al final de su carta apostólica Con corazón de padre, dedicada a san José, el papa Francisco escribe: “No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión”.
Es verdad. La gracia mayor es nuestra conversión, nuestro retorno a Dios, a su misericordia, dejando atrás nuestra miseria. Pascal decía que “es igualmente peligroso al hombre conocer a Dios sin conocer su miseria y conocer su miseria sin conocer a Dios”. Y algo similar encontramos en el Salmo 50: “yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado […] misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.
La gracia de la justificación, al igual que la conversión, incluye la vuelta a Dios, apartándose del pecado, y la acogida del perdón y de la justicia de lo alto. Se trata, como dice el Catecismo, de “la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo”.
San Agustín no dudaba en afirmar que la justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra. Dice, incluso, que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia, porque manifiesta una misericordia mayor.
La ternura de san José, en relación con Jesús y con María, es un reflejo humano de la misericordia divina; del amor de Dios que, con su justicia, está dispuesto a hacernos justos, a acogernos en nuestro regreso desde la distancia, si, como el hijo pródigo, aceptamos su abrazo de Padre.
Con frecuencia, acudimos a Jesús y a la intercesión de los santos para obtener diversos dones. Es el Señor quien nos ha dicho: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt 7,7). Pero no debemos conformarnos con poco; debemos pedirlo todo. Y solo Dios es Todo. La conversión equivale a permitir que Dios sea Todo en nosotros; es dejar que “venga a nosotros tu reino”, como imploramos en el Padrenuestro.
Santa Teresa de Jesús supo expresarlo con enorme sabiduría: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta [..] Aspira a lo celeste, que siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda […] Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza”. La conversión, que nace de la fe viva, “todo lo alcanza”.
Guillermo Juan Morado.
Fuente: Novena a san José, editorial CCS, Madrid 2022, 43-45.
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