Hemos contemplado la Sabiduría de Dios
El segundo domingo después de la Navidad es como un eco, como una resonancia, de la solemnidad del Nacimiento del Señor. El libro del Eclesiástico nos dice que “la sabiduría de Dios habitó en el pueblo escogido”. Habitó “en el pueblo escogido” y habitó “entre nosotros”.
Cristo es saludado por la Iglesia como “Sabiduría del Altísimo”. ¿Qué es la sabiduría? Es, ante todo, un don de Dios. Propiamente la sabiduría pertenece a Dios: Él tiene la sabiduría, el poder, el consejo y la inteligencia (cf. Job 12,13). El hombre, si quiere participar de la sabiduría de Dios, solo tiene un recurso: pedirla humildemente, como la pidió el rey Salomón.
El sabio no es, principalmente, el que conoce muchas cosas. No, el sabio es, ante todo, el que obra rectamente, el que sigue, racional, libre y voluntariamente, la ley moral, que no es una losa, una carga pesada, sino un indicador de cómo llegar a la meta, a la bienaventuranza prometida; es decir, al cielo.
La sabiduría de Dios deja huellas, se pone a nuestro alcance, se hace próxima. La primera de estas huellas, el primer indicio, es la creación: “Él hizo la tierra con su poder, hizo existir los campos con su sabiduría, y con su inteligencia extendió el cielo” (Jer 10, 12). Cada criatura refleja, cada una a su manera, la infinita bondad y sabiduría de Dios.
Lo creado es digno. Todo procede de Dios, pero no todo procede del mismo modo. El hombre, el ser humano, ha sido creado a imagen de Dios. Está bien que sintamos la responsabilidad hacia todo lo creado, pero solo el hombre es el hombre.
Ser indiferentes ante los millones de abortos, serlo ante las posibles víctimas de la eutanasia, serlo ante el abandono de los más pobres y, a la vez, indignarse por un “arboricidio”, no acabo de ver que sea coherente. Repudiando, como es normal, el aborto, el abandono de los pobres y la tala sin sentido de los árboles.
La sabiduría de Dios sostiene el cosmos. Pero, más allá de eso, de ser la clave de bóveda de lo creado, entra en la historia y planta su tienda: “Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria”.
No se trata solo de oír, de tocar, de gustar, de oler. Se trata también de ver. “Hemos visto su gloria”. La hemos visto porque, en la Encarnación, Dios ha dado una imagen de sí mismo en Cristo.
Él es la Sabiduría del Altísimo, la clave que sustenta y culmina lo creado.
Él viene a nosotros, se acerca a nosotros, para enseñarnos el camino de la vida, la senda que nos lleva Dios. La vía que conduce a la dulce fragilidad de un Niño en brazos de su Madre, María, el Trono de la Sabiduría.
Guillermo Juan Morado.
Un villancico, español y universal. Merece la pena ser oído.
¡Feliz Año Nuevo!
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