El Sagrado Corazón en Vigo
Muchas de las más destacadas ciudades del mundo cuentan con un monumento al Sagrado Corazón de Jesús. Pensemos en París: la basílica del Sagrado Corazón (Sacré-Coeur) de Montmartre es un lugar de visita obligatoria desde donde se divisa la belleza de la capital de Francia.
O, más cerca de nosotros, en Almada (Portugal), el Santuario Nacional de Cristo Rey - dedicado al Sagrado Corazón - con la estatua del Redentor, desde donde se puede contemplar la espléndida Lisboa. También en España encontramos muchos ejemplos de reconocimiento al Corazón de Cristo: En el Cerro de los Ángeles, en Madrid, o en el templo del “Tibi dabo”, en Barcelona.
No hace falta ser experto en Teología para comprender el significado del Sagrado Corazón de Jesús. Si esta devoción ha arraigado tanto en la mente y en la piedad de los fieles se debe, casi con seguridad, a su claro y profundo simbolismo. El corazón indica lo más profundo del ser; la última verdad de cada uno. Que Dios tenga un corazón – el de Cristo – nos ayuda a comprender la esencia de lo divino y su inaudita cercanía. Dios no se ha confinado en su privilegiado y dichoso olimpo; no, se ha acercado a nosotros. Nos ha enviado a su Hijo. Ha asumido, hecho propio, un corazón semejante al nuestro, aunque mejor que el nuestro.
Para cualquier persona de bien el corazón simboliza el amor; el amor concreto, el amor que no pasa de largo, sino que se ocupa de las necesidades del otro. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es el buen samaritano, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, que – también hoy – se acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu y cura sus heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza, dice la liturgia de la Iglesia.
Un hombre y un mundo sin corazón serían peores que una selva despiadada. Y no necesitamos imaginar mucho para hacernos una idea de ello. Lamentablemente, la realidad nos pone delante de los ojos casos y escenarios en los que parece que el corazón de carne se ha convertido en corazón de piedra; en los que se ha hecho insensible e indiferente.
Habrá quien crea que la simpatía hacia el Sagrado Corazón es una devoción “blandita”, pasada de moda, apenas sin contenido. No lo es, en absoluto. San Juan Pablo II decía que junto al Corazón de Cristo “el corazón del hombre aprende a conocer el sentido de su vida y de su destino”. Sin amor, sin piedad, sin justicia, sin solidaridad, sin caridad, no se puede vivir y no merece la pena vivir. Una vida así es inútil y dañina. No conduce a ninguna parte.
Inspirarse en el Corazón de Cristo lleva consigo todo un programa social y político, en el mejor sentido de esta palabra. A este programa san Juan Pablo II le llamaba la “civilización del amor” para que “sobre las ruinas acumuladas del odio y de la violencia” se construyese el reino del Corazón de Cristo. El papa Francisco habla muchas veces de la “revolución de la ternura”: “el Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su dolor y sus reclamos, con su alegría que contagia en un constante cuerpo a cuerpo”. Son palabras válidas, incluso en tiempos de pandemia.
Vigo va a tener, en el monte de la Guía, sobre su preciosa ermita, una escultura del Sagrado Corazón. Se llevará a cabo de esta manera el proyecto original de esa capilla. Una tarea en la que colaboran la Iglesia diocesana, el Ayuntamiento y la Diputación provincial. Una prueba de que es posible sumar, y no solo restar.
El emplazamiento de la capilla de la Guía es de una belleza incomparable. Se ve toda la ría de Vigo, desde Rande y más allá hasta las islas Cíes. Solo hay algo parecido, que yo sepa: el Cristo del Corcovado en Río de Janeiro, elevado sobre la bahía. Y casi me quedo con Vigo.
Guillermo Juan Morado.
Buen post de Francisco José Fernández de la Cigoña, que es natural de Vigo.
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