El papa magno y el doctor de la Iglesia
El 18 de mayo se cumplirán 100 años del nacimiento del papa Juan Pablo II en Wadowice (Polonia). Para mí ha sido, sin ninguna duda, el papa que más me ha impactado; la personalidad, en general, que más me ha cautivado. Sobre Juan Pablo II escribí un pequeño librito “Juan Pablo II, el papa universal” (CPL, Barcelona 2012).
Poco después de ser ordenado sacerdote, pude concelebrar la Santa Misa con Juan Pablo II y con muchos obispos y presbíteros en Ceztokowa, el santuario mariano más querido de los polacos. Pero ya había visto al Papa antes, en Portugal (Sameiro), en Roma, en Santiago de Compostela. Y después, muchas veces, en Roma, durante mi etapa de estudios en la Universidad Gregoriana. Hasta tres veces pude concelebrar la Santa Misa con él en su oratorio privado. No ha habido un papa más accesible nunca, que se sepa.
Creo recordar – y la memoria no es lo más riguroso históricamente hablando – que al cardenal Newman, san Juan Enrique Newman, le preguntaron en su día, cuando él fue creado cardenal, qué era lo más importante, si ser cardenal o ser santo. Y él respondió, eso creo, que ser santo. Ser cardenal, decía, es algo del mundo. Ser santo, es algo de Dios.
Obviamente no se oponen, necesariamente, Dios y el mundo, pero sí existe una jerarquía. Primero, Dios. Luego, el mundo. Un mundo que ha sido creado por Dios y para Dios, aunque a veces nos empeñemos en que el mundo – que podría ser un jardín – se convierta, por nuestro egoísmo, en una selva.
El papa emérito Benedicto XVI ha escrito un precioso texto con este motivo, el centenario del nacimiento de su predecesor, Juan Pablo II. Es un texto breve, pero espléndido. Benedicto XVI tiene el don de saber combinar profundidad y claridad. No creo que muchos, en la época reciente, superen esta virtud. Tantas veces se disfraza de sublime lo que, simplemente, es confuso.
¿Dios y/o el mundo? Benedicto XVI, evocando a san Juan Pablo II, reflexiona sobre lo que significa ser “santo” y sobre lo que quiere decir ser “magno”: “La palabra «santo» indica la esfera de Dios y la palabra «magno» la dimensión humana”. Ambas son importantes para un cristiano, que es la religión de la Encarnación, del Hijo de Dios hecho hombre.
¿Qué significa ser “santo”? El santo es aquella persona en la cual y a través de la cual se hace visible la obra de Dios. Por decirlo en un lenguaje coloquial: Los santos no son héroes del Olimpo, son testigos del trabajo de Dios en sus vidas. Incluso si los milagros acompañan la vida de los santos, esas señales milagrosas no constituyen primordialmente un evento sensacional, sino un signo “de la revelación de la bondad de Dios que cura de una manera que va más allá de las meras posibilidades humanas. El santo es un hombre abierto a Dios e imbuido de Dios”.
Juan Pablo II es ya, oficialmente, santo. “Santo subito”, “santo, ya”, se clamaba en la plaza de san Pedro en su funeral. Pero Juan Pablo II es también, en el sentir de muchos, “magno”. Y aquí entramos en la dimensión más humana: “Es más difícil definir correctamente el término «magno». Durante los casi 2.000 años de historia del papado, el título «Magno» solo prevaleció para dos papas: León I (440-461) y Gregorio I (590-604) […] A través del diálogo, León Magno logró convencer a Atila, el Príncipe de los Hunos, para que perdonara a Roma […] Aunque Gregorio I no tuvo un éxito tan espectacular, también logró proteger a Roma contra los lombardos, de nuevo al oponerse el espíritu al poder y alcanzar la victoria del espíritu”, escribe Benedicto XVI.
“La grandeza evidente en León I y Gregorio I es ciertamente visible también en Juan Pablo II”, añade, porque “el poder de la fe resultó ser un poder que finalmente derrocó el sistema de poder soviético en 1989 y permitió un nuevo comienzo”.
Yo, personalmente, lo tengo claro. Juan Pablo II es santo, lo sabemos. Creo que es también “magno”. La dimensión humana de su pontificado es una señal, en este mundo, del poder del espíritu, del poder de Dios, sobre todo aquello que pretende convertir el jardín original en jungla insoportable.
Juan Pablo II, santo y magno. Y con el tiempo -si Dios quiere- Benedicto XVI santo y doctor de la Iglesia. Un deseo que, sin duda, compartirá el papa Francisco.
Guillermo Juan Morado.
En el centenario de Juan Pablo II, en Atlántico Diario.
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