No hay que hacer las cosas simplemente de otro modo, hay que hacerlas mejor

Estamos asistiendo a una transformación del mundo. Los ideales de las democracias occidentales parece que ya no convencen a todos. Y no escasean los motivos para el descontento: las desigualdades sociales, que perviven, y una cada vez mayor invasión ideológica que tiende a erigir lo “políticamente correcto” en norma absoluta, que no admite la disidencia.

Ya casi, o sin “casi”, es delito discrepar de la opinión de que el Estado financie, con nuestros impuestos, el aborto; de que se equiparen, a todos los efectos, las uniones homosexuales a lo que, hasta ahora, era el matrimonio; de que se haga normativa la llamada “ideología de género”, etc. La democracia puede llegar a ser muy “totalitaria”, puede llegar a ocupar todos los espacios y a no dejar ninguna posibilidad para la discrepancia y la objeción de conciencia.

La iniciativa de algunos ayuntamientos de borrar de la lista de las calles de la ciudad aquellas que lleven como nombre el de un santo, o el de alguien o algo vinculado a la fe católica, es una muestra más de este afán totalitario. Los políticos no son los dueños de la sociedad, ni de sus recursos económicos, ni son, tampoco, quienes han de decidir sobre fe o ateísmo, sobre inmanencia o trascendencia. Los políticos están para escuchar a la sociedad y para servirla, no para imponer a una parte de ella lo que ellos creen que representa a otra parte.

La fe católica no es respetada si simplemente se tolera la profesión privada y se obstaculiza su manifestación pública. Porque los ciudadanos que somos católicos tenemos el derecho a ser respetados, no como el resultado de una concesión graciosa, sino como un derecho humano. Y no solo a ser respetados en el ámbito privado, sino también, y para eso está la autoridad, en el ámbito y espacio público.

Los ciudadanos católicos no podemos apoderarnos de todo el espacio, pero tampoco tenemos que pedir permiso para subsistir en una sociedad que, según el parecer de algunos, está signada por un laicismo militante similar al que, en otras partes del mundo, impone un islamismo entendido de modo cruel.

Lo que se entiende por modelo occidental de democracia hace aguas… Es evidente: Más desigualdad, más aborto, menos respeto a la ley moral natural, más laicismo. Todo eso es horrible. Y hay que reaccionar frente a esta deriva que conduce a la nada.

Pero no se trata de hacer todo de otro modo, sino de hacerlo mejor. Esa noticia, según la cual, Rusia quiere despenalizar el mal trato doméstico – de ser cierta, que ya nunca se sabe – sería espantosa. Vale que Rusia no quiera ser, en lo malo, Occidente. Pero Occidente, y sus democracias, no solo tienen una deriva mala, sino a la vez muchas cosas buenas.

Hemos de conservar lo mejor y de enderezar lo peor. Europa es hija de la filosofía griega, del cristianismo y del derecho romano. No nos dejemos arrebatar lo mejor de nuestra historia.

No se trata de hacer algo distinto de lo que hacía la URSS, o de lo que hace Occidente; se trata de hacer todo mucho mejor. Me parece que ni Putin ni Trump mejoran lo que había. ¿Son diferentes? Sí. ¿Mejores? No acabo de verlo.

 

 

Guillermo Juan Morado.

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