Hay que invertir en seguridad
No cabe duda. Es una exigencia que se impone en todos los ámbitos. También en el de la vida parroquial. Es una pena que sea así, pero la realidad es como es, no como nos gustaría que fuese.
El domingo pasado, en la Santa Misa celebrada a las 11.00 h. en mi parroquia, he pasado un mal momento. Ya desde el principio noté que algo no iba bien. Había un hombre, de entre 30 y 40 años, que mantenía una actitud extraña, fuera de lo común. Ni lo suficientemente discreta para pasar desapercibida ni, tampoco, lo suficientemente osada para que el feligrés medio despierte de su letargo y llame, por primera vez en su vida, a la policía.
El “feligrés medio” no reacciona nunca. Es como si estuviese anestesiado. La sociología y la psicología social sabrán explicarlo. Es una actitud pasiva, que solo tiende a protestar si, por ejemplo, el sacerdote para, por el tiempo necesario, la celebración de la Misa. Y, en ese caso, protesta, el “feligrés medio”, en contra del sacerdote. De lo demás, el “feligrés medio”, ni se entera ni quiere enterarse.
Menos mal que algunas mujeres, ante la amenaza del “espontáneo” que vociferaba, tras la homilía, dirigiéndose a mí: “No tienes ni p… idea”, y que avanzaba hacia el altar, le pararon un poco. Ni un hombre dio un paso. Nadie, ni hombre ni mujer, llamó a la policía. Todo acabó, entre alguna ida y venida de ese sujeto, en nada.
Acabó en nada. Pudo haber sido peor.
Necesitamos invertir en seguridad. Con medidas objetivas y subjetivas. Con medios como cámaras de seguridad.
No lo solucionan todo, pero algo sí.
También necesitamos contar con un protocolo a seguir.
Guillermo Juan Morado.
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