Lo que nos une y lo que nos separa
Viene siendo una especie de “mantra”, de frase que se repite: “Valorar más lo que nos une que lo que nos separa”. Decir algo semejante a eso y no decir nada es casi lo mismo. ¿Qué nos une a qué, o a quién?, ¿qué nos separa de qué, o de quién?
Lo importante no es, sin más, estar unido o separado de algo o de alguien. Lo decisivo es si merece la pena estar unido a algo o a alguien o si, por el contrario, es mejor estar separado de algo o de alguien.
Hay muchas cosas que nos “unen” a los humanos y a las acémilas. Los humanos y las acémilas respiramos. Eso nos une. Las acémilas y los humanos comemos y bebemos. Eso nos une también. Pero no hace falta ser muy soberbio ni muy orgulloso para que cada uno de nosotros se sienta diferente y no solo distinto, sino separado de las acémilas. Hay mucho que nos une, sí, pero hay también mucho que nos separa. Gracias a Dios.
Nuestra propia esencia, humana, supone una separación. No podemos ser todo. La esencia contrae el ser. Si somos algo no podemos ser, a la vez, otra cosa. Si soy humano no puedo ser, a la vez, un mejillón o una castaña. Para ser humano necesito que mi esencia se separe de la del mejillón o de la de la castaña. Hay cosas que nos unen, sin duda. Hay también cosas que nos separan.
Predicar, sin más, la unión, sería como apostar por una especie de monismo, extremadamente aburrido. Todo, al final, sería lo mismo: Una sustancia única en la que lo que nos une mutila la riqueza y la diversidad de lo real, lo que nos separa.
Tampoco estaría bien apostar por una guerra de todo contra todo. Que no seamos lo mismo, lo único, no significa que no pueda existir la diversidad. Y respetar la diversidad supone distinguir, y hasta separar, a pesar de lo que los une, a los humanos de las acémilas.
No sé hasta qué punto estas consideraciones tan elementales valen para el campo religioso. Yo creo que sí valen. Lo que une a las diferentes religiones del mundo no es menos importante de lo que las distingue y separa. Como lo que une a los hombres y a las acémilas no es menos importante de lo que distingue y separa a hombres de acémilas.
No todas las religiones son iguales. Jesús se define a sí mismo como el Camino, la Verdad y la Vida. Yo puedo creerle o no. Pero no puedo, si le creo, eliminar la diferencia y hasta la necesaria distancia.
Si queremos ser honrados, no podemos atender solo a lo que nos une. También hemos de ser muy cautos con lo que nos separa.
Y no digo que los que siguen otras religiones sean acémilas. Nos une la condición humana. Somos todos hombres y, por eso mismo, no nos conformaremos con una postura política que abdique de la verdad. Como humanos, y eso nos distingue y nos separa de las acémilas, no podemos aspirar a algo inferior a la verdad. Porque, si no damos importancia a la Verdad, tampoco encontraremos el Camino y la Vida.
Guillermo Juan Morado.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.