Totalitarios y ridículos
El Diccionario define el “totalitarismo” de la siguiente manera: “Doctrina y regímenes políticos, desarrollados durante el siglo XX, en los que el Estado concentra todos los poderes en un partido único y controla coactivamente las relaciones sociales bajo una sola ideología oficial”.
La sociedad controlada, sometida. El Estado como máximo poder, como único poder. Y un solo “partido” – que, en la práctica, pueden ser más de uno, pero dentro de la “norma” - que regula y dirige absolutamente todo: el pensamiento, la palabra, las acciones y las relaciones.
Que asalten una capilla no es, al menos en Galicia, novedad. Lo hacen cada día. Iglesias y capillas rurales son objeto habitual de robos y de atentados contra la religión, la propiedad y el patrimonio. Normalmente, no parece que exista, en estas actuaciones vandálicas, una carga ideológica. A veces, sí, como se ha podido comprobar recientemente en unas iglesias de Narón.
La profanación de la capilla de la Universidad Autónoma de Madrid es un ataque claramente motivado por una obsesión ideológica, a la vez totalitaria y ridícula. Entrar a la fuerza en una capilla para llenarla de pintadas en las que se lee “educación laica” y “aborto libre” es una muestra de intolerancia que denota, al mismo tiempo, muy poca inteligencia. Sería como manifestarse en agosto en Sevilla pidiendo: “¡que haga calor!". O en Santiago, durante casi todo el año, implorando: “Que llueva, que llueva”
Quienes perpetran esas agresiones no defienden su libertad de pensar de otro modo. No. Pretenden que nadie pueda discrepar de ellos. Quieren que todo el mundo apueste – independientemente de sus convicciones – por lo que llaman una “educación laica” – léase “atea” – y por un “aborto libre” – léase “obligatorio” - . No admiten, como totalitarios que son, que alguien pueda pensar, con buenas razones, que la educación ha de incluir el cultivo intelectual de la dimensión religiosa del ser humano. Y que la escuela pueda ser sensible a ese deseo, a ese derecho, de los padres y de los alumnos. Esa mínima posibilidad de discrepancia, de libertad, ni la contemplan.
Tampoco conciben, ni se les pasa por la cabeza, que alguien normal muestre sus motivos a favor del derecho a la vida de los seres humanos concebidos y aún no nacidos. Preguntar, simplemente preguntar, si no hay que pensárselo dos veces antes de matar a un embrión humano, es un reto que les ofende profundamente. La duda, para ellos, ofende. Ante la duda, aborto. Ante la duda, muerte.
Pero, además de estar adornados por este cariz totalitario, quienes perpetran estas acometidas son, encima, muy ridículos. ¿Reivindicar la educación laica en España? Ya lo es. Para encontrar un mínimo espacio de religión en el ámbito educativo hay que pedir – en la escuela pública – la clase de Religión, que es un derecho de los padres, o bien apuntarse a una escuela confesional. Quien no quiera ni oír hablar de religión lo tiene más fácil que quien busque una enseñanza en la que se tome en cuenta la religión.
Y con lo del aborto, peor. Aquí, en nuestro país, no aborta quien no quiere hacerlo; a veces, a pesar de las presiones que en pro del aborto se reciben. No les basta, a estos grupos radicales, con poder abortar a mansalva. No. Quieren que se les aplauda por abortar o que aborte, esté o no de acuerdo en ello, todo el mundo.
Cegados por su totalitarismo y por su ridiculez, la emprenden contra la Iglesia Católica. No deja de ser un honor que lo hagan, pero se equivocan. Hoy, en España, la Iglesia Católica – los ciudadanos católicos - no tiene(n) la influencia social que estos individuos le presuponen. Una prueba evidente de lo que digo es, por ejemplo, que todos los partidos políticos con representación parlamentaria son, de hecho, con algunos matices, partidarios del aborto.
La Iglesia, hoy, aspira - por realismo- , eso creo yo, a mantener levantada, al menos, la bandera del “tengo derecho a discrepar”. La bandera de la “objeción de conciencia”. Quizá sea, como lo ha sido en el siglo XX, el último bastión contra el totalitarismo.
Por eso, y no por su influencia, que es escasa, la combaten. No soportan, sin más, que nadie les lleve la contraria. Como no soportan que en una Universidad estatal haya una capilla. Ellos dicen que no, porque es “pública”. “Pública” también es la calle. A este paso, habrá que quitar las iglesias de las calles y volver a las catacumbas.
Esa es su peculiar idea de libertad, de progreso y de democracia. Como para exiliarse a Marte, si nos dejan. O como para preparase para el martirio.
Guillermo Juan Morado.
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