Blasfemos y cobardes
Faltar públicamente al respeto a Dios o, por extensión, a la Virgen María, a los santos o, incluso, a la Iglesia, se ha convertido, parece, en un recurso fácil de promoción personal o de agitación política, por parte de “artistas” con afán de notoriedad o de grupos radicales igualmente necesitados de que se hable de ellos.
Es ciertamente lamentable que estas cosas sucedan. Y uno, que las repudia, siempre se ve, a la hora de repudiarlas, en una especie de dilema. No se sabe qué es mejor o peor. Darle notoriedad a un blasfemo – persona o colectivo - es propiciar que se hable de él, que es, en el fondo, lo que busca. Callar del todo tampoco es coherente con la fe y con el honor que debemos tributar a Dios y a lo sagrado.
No creo que haya que callarse. Hay que protestar contra eso. Sobre todo, desagraviando, que equivale a una reparación ante Dios. Muchos ofenderán, o querrán hacerlo, a Dios. Si desagraviamos, estamos presentando nuestra protesta ante lo que es absolutamente injusto. Y no hay mayor injusticia que ofender a Dios.
También los católicos, y los demás creyentes, debemos pedir el amparo de las leyes que, en última instancia, se apoyan, o dicen hacerlo – con un mayor o menor grado de incoherencia – , en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que habla de la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Y esa Declaración Universal, en lo que tiene de mejor, se basa en la ley moral natural.
A mí me ofenden todas las blasfemias. Pero, si alguna me resulta especialmente aborrecible, es la blasfemia contra María, la Madre de Jesús, la Madre de Dios. Hay que ser de lo peor para ofender a la Madre de Jesucristo.
En la convivencia civil entre personas normales se considera una terrible afrenta insultar a la madre del otro. Y es lógico que lo sea. No se admite que, alguien que quiera ofendernos, lo haga vituperando a nuestra madre.
Permitir que, públicamente, se haga burla de nuestra Madre, María, es más de lo que se nos puede pedir, a los católicos, que podamos tolerar.
Hay cosas que, simplemente, no se pueden tolerar. La ofensa a la Virgen es una de ellas. Contra eso, tolerancia cero.
Habrá que recurrir a todos los medios legítimos para evitarlo.
Los que ofenden saben que no se juegan demasiado. Saben que no les vamos a pegar un tiro. Lo saben y, como son cobardes, se aprovechan de ello.
Pero, sin necesidad de pegar un tiro, hay que dar la batalla: legal, mediática e intelectual.
¡Basta ya de estas ofensas! ¡Basta ya!
Guillermo Juan Morado.
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