Diversas formas del Magisterio de la Iglesia

No todas las enseñanzas del magisterio de la Iglesia son infalibles. Las orientaciones del magisterio de la Iglesia – de la enseñanza oficial del Papa y de los obispos, que enseñan, con la autoridad recibida de Cristo, lo que concierne a la fe y a las costumbres - , son, aunque no todas infalibles, extraordinariamente valiosas y necesarias. Es más fácil no errar si uno sigue la enseñanza de la Iglesia, aunque sea falible, que errar si uno sigue, sin más, su propio criterio.

El magisterio – la enseñanza con autoridad en lo que concierne a la fe y a las costumbres -  puede expresarse de diversos modos.

1)      Puede tratarse de una enseñanza solemne que define una doctrina a través de un concilio o de una definición “ex cathedra” del Romano Pontífice. Si ese es el caso, se nos pide a los creyentes un asentimiento de fe teologal; es decir, creer algo como divinamente revelado.

2)      Puede tratarse de un ejercicio del magisterio ordinario y universal “definitivo”. Un pronunciamiento de este tipo es vinculante e infalible. El asentimiento requerido es “firme y definitivo”.

3)      Puede tratarse de una enseñanza auténtica – es decir, promulgada con autoridad – pero no definitiva. Una enseñanza en la que habrá  que considerar el tipo de documento, la insistencia en las fórmulas empleadas y  la insistencia en la doctrina propuesta (no entramos, ahora, en la posibilidad del magisterio ordinario infalible, contemplado en LG 25).

4)      En este caso, puede tratarse de declaraciones no definitivas que apoyan la verdad de la palabra de Dios y que conducen a una mayor comprensión de la Revelación. Piden, por parte del creyente, “un sometimiento religioso de la voluntad y del entendimiento”.

5)      O puede tratarse de aplicaciones prudenciales y contingentes de la doctrina, especialmente en materias de disciplina. En este caso, se les pide a los fieles “voluntad de asentimiento leal”.

¿Qué sucede cuándo un teólogo – o un creyente - no acaba de ver con claridad una enseñanza del magisterio? La Instrucción “Donum veritatis”, sobre la vocación eclesial del teólogo, nos recuerda:

“En fin, con el objeto de servir del mejor modo posible al pueblo de Dios, particularmente al prevenirlo en relación con opiniones peligrosas que pueden llevar al error, el Magisterio puede intervenir sobre asuntos discutibles en los que se encuentran implicados, junto con principios seguros, elementos conjeturales y contingentes. A menudo sólo después de un cierto tiempo es posible hacer una distinción entre lo necesario y lo contingente.

La voluntad de asentimiento leal a esta enseñanza del Magisterio en materia de por si no irreformable debe constituir la norma. Sin embargo puede suceder que el teólogo se haga preguntas referentes, según los casos, a la oportunidad, a la forma o incluso al contenido de una intervención. Esto lo impulsará sobre todo a verificar cuidadosamente cuál es la autoridad de estas intervenciones, tal como resulta de la naturaleza de los documentos, de la insistencia al proponer una doctrina y del modo mismo de expresarse.

En este ámbito de las intervenciones de orden prudencial, ha podido suceder que algunos documentos magisteriales no estuvieran exentos de carencias. Los pastores no siempre han percibido de inmediato todos los aspectos o toda la complejidad de un problema. Pero sería algo contrario a la verdad si, a partir de algunos determinados casos, se concluyera que el Magisterio de la Iglesia se puede engañar habitualmente en sus juicios prudenciales, o no goza de la asistencia divina en el ejercicio integral de su misión. En realidad el teólogo, que no puede ejercer bien su tarea sin una cierta competencia histórica, es consciente de la decantación que se realiza con el tiempo. Esto no debe entenderse en el sentido de una relativización de los enunciados de la fe. El sabe que algunos juicios del Magisterio podían ser justificados en el momento en el que fueron pronunciados, porque las afirmaciones hechas contenían aserciones verdaderas profundamente enlazadas con otras que no eran seguras. Solamente el tiempo ha permitido hacer un discernimiento y, después de serios estudios, lograr un verdadero progreso doctrinal” (Donum veritatis, 24).

Habrá que tener paciencia y esperar a que la decantación se relice con el tiempo. Pero, aún así, pedir que las cosas se expliquen mejor no equivale a ningún tipo de disenso.

 

Guillermo Juan Morado.

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