San Telmo, misionero de la misericordia

Tengo mucha simpatía por el bienaventurado Pedro González Telmo, comúnmente conocido como “San Telmo”. Es más que simpatía, es devoción; es decir, a la vez, veneración y fervor. Su fiesta la celebraremos mañana en Tui, y en el resto de la Diócesis.

San Telmo es, “avant la lettre”, lo que hoy se denominaría un “misionero de la misericordia”; es decir, un testigo de la cercanía de Dios y de su modo de amar.

¿Cómo nos ama Dios? Nos ama, ante todo, perdonándonos. El perdón es el primer don de la Pascua – del paso de Jesucristo, de este mundo al Padre, a través de su Pasión, Muerte y Resurrección - : “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.

El origen de todo perdón es el Padre de la misericordia que, mediante la Pascua de su Hijo y el don de su Espíritu, realiza la reconciliación de los pecadores.

Malamente podremos hacernos una cierta idea de la misericordia de Dios si olvidamos que el pecado es algo importante. Quizá, renunciando al concepto de pecado, nos conformemos con un cierto sentimiento de culpa. No es lo mismo. El eclipse de Dios – se ha dicho con acierto – lleva consigo el eclipse el pecado: “Contra ti, contra ti solo pequé”, reza el Salmo 51.

¿Cómo anunciaba San Telmo la misericordia de Dios? Era realmente un misionero itinerante. No iba por libre. Era, al mismo tiempo, un religioso dominico, vinculado al monasterio de Santo Domingo de Bonaval, en Santiago de Compostela.

En Tui y su Diócesis, y antes en otros lugares, combinaba la predicación dirigida a toda la comunidad cristiana con la atención personalizada a cada feligrés en el sacramento de la Penitencia. Predicar y confesar. He aquí el resumen de la misión de misericordia de San Telmo.

 

Yo no creo que, siglos después – su siglo fue el XIII – , las cosas hayan cambiado mucho. Sigue siendo necesario predicar, denunciando el pecado y anunciando el perdón, y confesar, llegando a lo que J. Ratzinger llamaba el momento de la máxima personalización de lo cristiano.

Todo pierde sentido – el anuncio, la predicación, la oferta de la misericordia …. - Todo, absolutamente todo, carece de sentido si perdemos de vista a Dios como fundamento del hombre. Y hablar de Dios no es nada abstracto, sino que equivale a anunciar a Jesucristo, el Verbo encarnado.

San Telmo lo comprendió así. Celebrar su fiesta, que siempre coincide con el lunes siguiente al segundo domingo de Pascua, es un motivo de alegría y de agradecimiento.

Ir a lo esencial, no perderse en tonterías, es hacer hoy lo que San Telmo hizo en su tiempo: predicar y confesar.

 

Guillermo Juan Morado

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