Dios y el otorrino

Dicen que se le atribuye a una persona, o “personaje”, con cierta repercusión política y mediática, la siguiente frase: “Francisco está llevando a Dios al otorrino”.

 

No sé exactamente qué es lo que ha querido decir ese individuo con tal sentencia, si es que la ha dicho, pero, en sí misma, la frase que le atribuyen es un despropósito. No veo yo al papa como una especie de técnico de urgencias que haya de conducir a Dios a una consulta, para que revisen – en la divinidad – el oído, la nariz o la laringe.

 

Podríamos pensar que no se refiere la sentencia desafortunada a la esencia de Dios, sino a la humanidad de Cristo. Pero ni así. Jesucristo, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre, y hombre perfecto. No hay señales, si uno lee el Evangelio, de que tuviese problemas para oír o para hablar.

 

Hay un texto del libro de la Sabiduría que, refiriéndose al Espíritu de Dios, dice: “Pues el espíritu del Señor llena la tierra, todo lo abarca y conoce cada sonido” (Sab 1,7). En alguna otra traducción se lee: “no ignora ningún sonido”.

 

Yo creo que el problema no radica en que Dios esté “sordo”, que no lo está. Nosotros sí podemos estarlo, y no me refiero a la sordera física, sino a la sordera espiritual. Y, en consecuencia, no hace falta que nadie, ni siquiera el papa, intente solucionar la presunta sordera de Dios.

 

Más bien, nuestro deseo ha de ser el de poder escuchar con más claridad lo que Dios no deja de decirnos: en la creación y en su Hijo, la Palabra encarnada. El Espíritu Santo, que nos capacita para ser hombres auténticamente espirituales – es decir, atentos a Dios y a su Palabra –,  nos permitirá la sintonía necesaria para que esa escucha no sea una tarea imposible.

 

Mal empezamos si partimos de que Dios ni oye ni habla. Esa toma de partida, por más atribuciones indebidas que le “reconozca” al papa, es una base equivocada. No hace justicia a Dios ni hace justicia al papa.

 

No somos nosotros los que modulamos la sinfonía que permite la concordancia entre nuestra respuesta a Dios y la Palabra que procede de Él. No somos nosotros los que “desatascamos” los oídos de Dios. Eso no puede hacerlo ni el papa. Es Dios el que nos permite “oír” y obedecer y, en resumidas cuentas, creer.

 

Últimamente parece que surgen, como setas en el bosque, “alumbrados” por todas partes. Y “alumbradísimos” que se creen en condiciones de reforzar a los “alumbrados” en su desatino.

 

Eso de que se mande a Dios al médico, en la ambulancia del papa, es algo así como un sacrilegio. Quizá no formalmente, quizá no fuese esa la intención de quien tuvo, según dicen, esa ocurrencia. Pero materialmente, en sí misma, esa frase es sacrílega.

 

Tiene gracia que en el V Centenario del nacimiento de Santa Teresa de Jesús, algunos anden mendigando por ahí a alguien, incluso a un ateo, que trace el mapa para escuchar a Dios.

 

Dios es Dios y puede hablar incluso mediante un ateo. Nadie le discute a Dios su divinidad. Menos aún debemos discutirle su capacidad de escucha. El papa, en cualquier caso, no es el encargado de “reparar” los “fallos” de Dios.

 

El papa, y cada hombre, está al servicio de Dios. Invertir el orden es tendencialmente idolátrico. Sin que esa idolatría quede disculpada por el hecho de que Dios, en Cristo, se haya convertido en servidor nuestro..

 

Guillermo Juan Morado.

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