El “puñetazo” del Papa

“No se puede reaccionar violentamente” ante las ofensas (otra cosa, y no entro ahora en ello, sería la legítima defensa). “No se puede reaccionar violentamente”. Y eso es lo que, literalmente, ha dicho el Papa en sus declaraciones sobre la libertad de expresión. Ninguna condescendencia del Papa, por consiguiente, con la violencia. Y, mucho menos, con la violencia ejercida en nombre de Dios: “No se puede ofender, o hacer la guerra, o asesinar en nombre de la propia religión o en nombre de Dios", ha dicho también.

 

Pese a esta reiterada condena de la violencia, y de las reacciones violentas, muchos, ayer y hoy, han reaccionado proporcionando al Papa, en el mejor de los casos, un “tironcito de orejas”.

 

¿Por qué? Básicamente por dos razones, a lo que se me alcanza. Algunos, simplemente, cuestionan la forma y la oportunidad de la misma. Esta objeción es atendible, pero ni siquiera esta objeción es completamente justa, ya que el Papa, al mencionar el famoso “puñetazo”, comenzó diciendo, como hemos ya señalado: “No se puede reaccionar violentamente”.

 

¿Qué ha dicho el Papa? Que es normal que quien es ofendido de forma grave - por ejemplo, cuando se le menta a alguien a su propia madre para injuriarla – sienta la reacción, el impulso, de propinar un puñetazo al que agravia de ese modo. Es normal sentir ese impulso, pero no es normal, ni ético, dejarse llevar por el mismo: “Es verdad que no se puede reaccionar violentamente”.

 

Pero otros, muchos otros, se han basado en ese ejemplo del Papa, que no justifica la violencia ni en ese caso, para disentir de algo que el Papa sí ha defendido y que, a muchos de sus críticos, no les ha gustado nada; a saber, que el derecho a la libertad de expresión no puede olvidarse del derecho a la libertad religiosa: “Creo que los dos son derechos humanos fundamentales, tanto la libertad religiosa, como la libertad de expresión".

 

¿Libertad de expresión? Sí. Pero, también, libertad religiosa. Y no es ético ampararse en la primera para conculcar la segunda. En aras de la libertad de expresión no cabe burlarse y hacer escarnio de la fe de los demás.

 

La libertad de expresión no es una especie de “tabú sacro”, consagrado por la “sacralidad” que proporciona una laicidad irrespetuosa  - más bien un laicismo agresivo -  , que pretende  justificar la ley del embudo según la cual unos ciudadanos – laicistas y maleducados – gocen del derecho absoluto a mofarse de lo que para otros ciudadanos, tan ciudadanos como ellos, es lo más sagrado. Eso no es libertad de expresión. Eso es ofensa y burla y sarcasmo.

 

Y eso es lo que, si leemos bien, ha dicho el Papa. Sin justificar, jamás, una reacción violenta.

 

Y yo, en esto, estoy también con el Papa. En la forma y en el fondo. Aunque no sea partidario de los puñetazos – y el Papa, obviamente,  tampoco - . Pero renunciar a ser violento, que es una exigencia de ser civilizado, además de una exigencia de ser cristiano, no significa renunciar al derecho a no ser insultado ni injuriado, ni la renuncia al derecho de que respeten los demás las propias creencias religiosas, siempre que esas creencias no sean empleadas para agredir a otros o para conculcar los derechos fundamentales de las personas.

 

Guillermo Juan Morado.

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