La voluntad caprichosa
Hoy, en ciertas mentes, parece triunfar el “querer es poder”. Esta ley fundamental podría formularse de la siguiente manera: “Basta con que yo quiera que algo sea de un determinado modo, para que ese algo, por arte de magia, deje de ser lo que era y pase a ser lo que a mí me apetezca que sea”.
Sin embargo, las cosas no funcionan así. Nos guste más o menos, la realidad se impone. Yo podría desear ser Superman, y pretender desplegar mi capa para volar sobre las ciudades a fin de detener el crimen y promover la justicia. Pero la realidad – tan tozuda – me dice que si me tiro de un rascacielos, por mucha capa que lleve, lo más probable es que me estampe en el suelo.
Esta rebelión de la voluntad caprichosa se levanta contra todo. Parece no reconocer límites: ni la naturaleza ni la historia, ni lo divino ni lo humano, podrían jamás suponer un obstáculo que atente contra el imperio de la voluntad caprichosa.
El “capricho” es voluble. Va y viene, ya que se trata de una determinación arbitraria, que obedece más al antojo que a la razón, al humor del momento, al deleite de lo novedoso o de lo supuestamente original.
Algunas personas se encaprichan con su físico, con su apariencia. Se empeñan, con una constancia digna de mejor causa, en ser lo que nunca podrán ser en realidad. Un anciano no puede volver a ser un joven. Podrá ser un anciano artificialmente rejuvenecido, pero jamás un joven. Las etapas de la vida se suceden y no hay, literalmente, marcha atrás.
M. Blondel teorizó sobre la fundamentación práctica de los primeros principios – de la lógica y de la metafísica - . Entre ellos, sobre el principio de no contradicción, según el cual una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. No solo una proposición, sino tampoco una cosa pueden ser, al mismo tiempo, ella misma y su contrario.
Algo similar sucede con el pasado. La voluntad caprichosa no puede borrar, anular, el pasado. Por más que lo intente, no podré conseguir nunca que lo que he hecho se transmute en lo que no he hecho. Tampoco depende de mi voluntad eliminar del todo las consecuencias de mis acciones.
Yo creo que lo único inteligente – y, a la postre, lo único posible - es no negar, sino asumir de modo responsable el pasado y las consecuencias de las propias acciones. El pasado no se puede negar, pero sí se puede redimir. ¿Cómo? Ante todo, asumiéndolo, aceptándolo, haciéndose cargo del mismo.
También se puede intentar reparar las consecuencias de lo hecho. Y este propósito reparador lleva consigo desagraviar a los ofendidos – si los ha habido - , y enmendar todo aquello que sea susceptible de enmienda, subsanando, en lo posible, los daños causados.
Pero el terreno propio, en el que quizá rige a veces el “querer es poder”, es el presente. Yo no puedo, caprichosamente, cambiar el pasado, pero sí puedo, dentro de un margen, cambiar el presente. Puedo querer ser, aquí y ahora, lo que quizá no he sido. Y puedo esperar, aquí y ahora, que el futuro, en lo que dependa de mí, sea coherente con esta determinación.
El centro del Cristianismo es la Pascua. Es un misterio de la vida de Cristo, el misterio por antonomasia, que siempre sorprende. La Pascua es la Resurrección; el mayor cambio, el mayor salto, que se ha visto jamás en la historia. Pero este cambio abismal no anula el pasado: La Pascua es también la Cruz. La Resurrección redime la Cruz, superándola sin negarla.
La lógica de la Pascua se opone a la voluntad caprichosa del rencor y apoya la lógica nueva de la misericordia. El rencor, el resentimiento arraigado y tenaz, querría borrar el pasado; querría que lo que fue no haya sido. Pero es un deseo fútil que, en contra de sus propósitos, perpetúa para mal el recuerdo. Permite que el recuerdo, el pasado, siga estando presente en el hoy, amargándolo.
Muy diferente es la misericordia. No cancela el pasado, no dice que lo que fue no ha sido, pero lo asume redimiéndolo, cambiando sus efectos, dejando que la vida triunfe sobre la muerte.
Frente a la fantasía del capricho – que puede ser loable solo en determinados ámbitos de la vida – lo sensato es apostar por la racionabilidad lo de lo real. Y por la esperanza de la Pascua.
Guillermo Juan Morado.
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