¿Nos pasamos de “aconfesionales”?
No acabo de entender la aparente normalidad con la que, por parte de algunos representantes de la Iglesia en España, se da por buena la ausencia de cualquier celebración religiosa en la proclamación del nuevo Rey. Mi opinión es que, en este tema, se debe respetar la voluntad, y la conciencia, del futuro Rey. Pero el respeto no es, sin más, el aplauso.
Ser Rey es algo muy importante. Significa, entre otras cosas, ser la cabeza de una nación, el Jefe del Estado. Y la persona llamada a desempeñar esa relevante tarea no puede ser “obligada” a prescindir de invocar la ayuda de Dios cuando asume ese cargo. Si nos constase a todos que Felipe de Borbón fuese ateo o agnóstico, habría que aceptar que, en su proclamación, no hubiese ninguna referencia religiosa.
Pero no parece que sea así. Ha sido bautizado. Ha recibido la Confirmación. Se ha casado canónicamente. Se le ha visto, en muchas celebraciones, haciendo la señal de la cruz e incluso comulgando. No se presenta como un ateo, sino como un católico.
Aunque el Estado sea aconfesional – y eso significa que “ninguna confesión tendrá carácter estatal” - , los servidores del Estado – entre ellos, el Rey – gozan de libertad religiosa, “sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley”.
Guillermo Alejandro de Holanda ha sido investido Rey, en abril de 2013, en una ceremonia laica, pero ha incluido en su juramento la mención de Dios: «Juro al pueblo del Reino que mantendré y defenderé el Estatuto del Reino y la Constitución. Juro que defenderé y conservaré con todas mis fuerzas la independencia del Reino y su territorio; que protegeré la libertad y los derechos de todos los holandeses y los residentes en los Países Bajos y que con todos los medios que me ofrezcan las leyes conservaré el bienestar de esta nación así como su progreso, como le es debido a todo buen y leal rey.¡Que Dios todopoderoso me ayude en esta tarea!».
El Rey de los belgas, Felipe, en julio de 2013, antes de jurar su cargo en el Parlamento, asistió a la Misa en la catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas.
Pero no solo sucede así con la proclamación de los reyes. Baste recordar la toma de posesión del presidente Obama, en un país “no confesional”, como los EEUU, para comprobar que el aspecto religioso no está ausente en los grandes momentos de la vida de la nación.
No es conveniente que el César se olvide de Dios. El César debe saber que, también él, está sometido a Dios. O, dicho de un modo más “aconfesional”, que hay una ley moral natural que nos obliga a todos. Y no es superfluo recordarlo.
Sería irónico que un Rey que, por la historia, lleva el título de “Rey Católico” comenzase su reinado como el más laico de los reyes y hasta de los presidentes del mundo.
Algo falla. No veo que haya motivo para aplaudir esa elección de “ultra-aconfesionalidad”, permítaseme la palabra. Para respetar, sí, si brota de su conciencia (la del futuro Rey). Pero no está prohibido mostrar el asombro que causa.
Guillermo Juan Morado.
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