¿Moniciones en la Liturgia?: En general, mejor no
Una “monición” es una advertencia, o consejo, que se da a alguien. En las celebraciones litúrgicas de la Iglesia, tales advertencias, en ocasiones, son muy oportunas. En otras, sobran.
¿Qué criterio seguir? Pues el más objetivo posible. El que marcan los libros litúrgicos – sea el Misal o los rituales - . De la lectura atenta de esos libros podremos deducir cuándo, cómo y con qué palabras advertir al pueblo de algo.
Casi nunca son obligatorias estas advertencias. Un proverbio dice: “Si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate”. Y eso, si tiene aplicación en toda la vida, lo tiene también en la celebración de la fe.
La Liturgia – sea la de las Horas, la de la Santa Misa o la de los otros sacramentos – emplea palabras justas. Quizá alguna vez, solo y cuando los libros aprobados así lo contemplan, una palabra complementaria pueda resultar oportuna. Pero observando siempre la adecuación al momento y la proporción en la extensión.
Yo, personalmente, me siento inclinado, en principio, a no hacer ninguna. La celebración litúrgica no es un “parque temático” de ideas. Ni una clase. Ni una conferencia. Se celebra el Misterio de Cristo con toda su riqueza y no es preciso añadir “mensajes” al Mensaje.
Cuando uno va a celebrar la Misa, a presidir Laudes o Vísperas, o a oficiar otro sacramento, uno se siente, en parte, como un director de orquesta que va a interpretar una partitura que ya está escrita. Una partitura que tiene como autora a la Iglesia y, también, en cierto modo, a Dios mismo, ya que Dios establece cómo hemos de darle culto.
Puede caber, en un concierto para no iniciados, explicar brevemente en qué consiste la partitura. Pero hay que confiar en que el auditorio no está privado de razón ni de sensibilidad. Y, en el plano de la fe, sucede casi lo mismo. La fe es sencilla y la celebración de la misma también. Se entra en su lógica, en la de la fe y en la de la celebración, por una especie de ósmosis, que está formada, a la par, por la docilidad a la gracia y por la progresiva cercanía a los misterios que se conmemoran y actualizan.
Si un chico está enamorado de una chica, o vicerversa, la mira de un modo especial; habla con ella. Y no necesita, el chico, o la chica, advertirle: “ahora te miro así para que sepas que estoy enamorado de ti”. No hace falta. Si su mirada es correspondida, ella la capta. La palabra resulta necesaria cuando añade algo al gesto, o cuando es preciso que el gesto no sea malentendido.
En la Liturgia no tenemos que inventar ni palabras ni gestos. La partitura está completa, acabada. Si el guión lo permite, y si es oportuno, podemos decir algo. Y si no, el silencio.
Esta actitud “minimalista” nos ahorrará, a los ministros, tensiones y ansiedades. Y dará, seguramente, tranquilidad a los demás fieles.
Muy poco – en realidad, nada – tenemos que explicar en la Liturgia. Sí, celebrarla bien, con adhesión de la mente y del corazón. En buena medida, habla por sí misma. Lo cual no resta ninguna importancia a la necesidad de ofrecer formación cristiana, con temarios, programas y horarios. Pero no en la Santa Misa, sino en otros momentos.
Espero no haberme equivocado mucho (no pretendo sentar cátedra, y los que saben de verdad del tema podrán explicarlo mejor). En cualquier caso, espero haberles suscitado algunas cuestiones.
Guillermo Juan Morado.
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