La entrevista del Papa
Ha sido y es noticia. Es difícil imaginar que las reflexiones, las opiniones y las experiencias de otro líder mundial causen tanto impacto mediático como las de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. El Papa es, lo reconocen todos de un modo o de otro, el Papa. Y el Papa no es un ente abstracto, sino un hombre concreto que desempeña una misión: la de ser Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal.
¿Influye el hombre en el desempeño de la misión encomendada? Sí, sin duda alguna. Pedro no de deja de ser Simón. Cristo le confiere una tarea y una potestad. Pedro ya no es solo Simón, pero sigue siendo Simón. Y lo mismo podemos decir de sus sucesores. Juan Pablo II impregnó el ejercicio de su pontificado de la personalidad singular de Karol Wojtyla y en Benedicto XVI podíamos reconocer, sin grandes esfuerzos, al Dr. Ratzinger.
Pero, al mismo tiempo, la misión se impone a la persona. La persona siempre quedará un poco por debajo de la misión. Es normal. Cristo contó con ello desde el principio. La historia de los Papas, como la historia de los demás cristianos, lo pone continuamente de relieve. Ha habido Papas y Papas, cristianos y cristianos, pero no podemos decir que la Iglesia, y en la Iglesia el Papa, haya traicionado jamás la fe. Obviamente gracias a la asistencia de Dios.
¿Qué nos dice esta larguísima entrevista, de 27 páginas en la edición de “Razón y Fe”? Nos dice muchas cosas. Nos ayuda a conocer a la persona – Jorge Mario Bergoglio – que hoy es Papa. La entrevista es un género complicado. El mismo Papa lo reconoce; se muestra renuente a conceder entrevistas, porque prefiere pensarse las cosas más que improvisar respuestas.
Tiene razón, uno se arriesga al ser entrevistado. Al responder en vivo y en directo a una pregunta se dicen muchas cosas, pero no siempre se pueden matizar convenientemente, acabadamente. Una entrevista no es un discurso, ni una encíclica ni ningún tipo de acto magisterial.
Creo que si el Papa Bergoglio atrae a los fieles, e incluso a quienes viven fuera de los confines de la Iglesia visible, es porque no teme mostrarse humano; es decir, limitado y hasta pecador. Es, y lo parece, un hombre auténtico, de una pieza.
Razona Bergoglio de un modo muy humano, en el mejor sentido de la palabra “humano”. Reflexiona, conversa, da vueltas a las cuestiones, deja su pensamiento “incompleto”, abierto, sin negar zonas de incertidumbre.
Se le ve un hombre de Dios, un sincero creyente. Su trayectoria espiritual es claramente la de un buen jesuita, muy atento al “discernimiento”, a encontrar a Dios en la historia, en el hoy y en cada persona.
Bergoglio es, además de un religioso jesuita, un pastor. Muy preocupado por “curar las heridas” de los hombres en esa especie de hospital de campaña que es la Iglesia. Curar, acompañar, mostrar la misericordia de Dios a la persona en sus circunstancias concretas.
Hay una continua apelación a la experiencia: “La reflexión debe partir de la experiencia”, dice. Los grandes principios han de ser encarnados en las circunstancias de lugar, tiempo y personas.
Toda su visión se entiende en una clave misionera, en la que tiene la primacía el anuncio de Jesucristo. Lo principal, Cristo. Lo demás, vendrá por añadidura. Y la urgencia de este anuncio se lleva a cabo desde una enorme sensibilidad hacia las situaciones de pobreza en la que viven muchos seres humanos – no podemos olvidar que Bergoglio viene de Iberoamérica - .
Hay algo en este Papa que me cautiva. Y no voy a negar que también me desconcierta. Yo estoy acostumbrado a pensar desde los principios y, desde ahí, trato de adaptarme a la situación concreta, sin ahorrar, al menos eso intento, ni un átomo de compasión.
Bergoglio, el Papa, insiste en la necesidad de enmarcar las enseñanzas morales en su adecuado contexto. Tiene razón. Yo, personalmente, soy muy sensible ante el problema del aborto. Me cuesta concebir un mal mayor que la aceptación del aborto no solo como algo permitido, sino hasta como un derecho o, incluso, como una obligación supuestamente “ética”. Creo que si no fuese católico pensaría, en este punto, exactamente lo mismo.
Pero es verdad que la denuncia de la maldad del aborto o, lo que es lo mismo, la defensa del derecho a la vida precisa su propio contexto: un marco de moralidad que, sin la luz de la fe, se desdibuja. Podrán objetar que basta con la ley moral natural, con las exigencias éticas que la razón puede descubrir por sí misma. Sí y no. Como enseña el Papa en la encíclica “Lumen Fidei”: “Cuando falta la luz, todo se vuelve confuso, es imposible distinguir el bien del mal, la senda que lleva a la meta de aquella otra que nos hace dar vueltas y vueltas, sin una dirección fija".
No solo hay que hablar del aborto – que, sin duda hay que hacerlo, ya que responderemos de ello ante el tribunal de Dios - , sino que hay que recuperar el “contexto” en el que ese anuncio – y esa denuncia – sea inteligible también hoy.
Guillermo Juan Morado.
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