La Tradición en “Lumen fidei”
Al comienzo del capítulo tercero de “Lumen fidei”, el papa Francisco hace una afirmación de gran importancia para comprender qué es la transmisión/tradición de la fe: “La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama” (LF 37). Nada puede suplir esta transmisión viva, que es mucho más que la entrega de un texto. Somos los creyentes los que transmitimos la fe a otros creyentes. El “Catecismo de la Iglesia Católica” emplea, al respecto, una imagen de gran impacto: “Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes” (n. 166). Una gran cadena, que es la Iglesia, en la que cada uno de nosotros es un eslabón.
La fe se transmite testimonialmente – es decir, temporalmente, generacionalmente, históricamente - . Una compresión a-histórica de la tradición, como si se tratase de un no sé qué fijo e inmutable, contradice la lógica de la Revelación. Dios es Dios, pero Dios, por la Encarnación, ha entrado en la historia y, sin dejar de lado su inmutabilidad, se ha mostrado históricamente fiel a los hombres, ya que es a los hombres a quienes Él se ha querido dirigir.
¿Cómo sabemos que lo que llega hasta nosotros es lo que Dios nos ha manifestado? Confiar esta certeza a la memoria individual es exageradamente arriesgado. Recordamos lo que recordamos, ya que nuestra memoria es muy limitada. Pero, más allá de nuestra memoria, está la memoria de la Iglesia, un sujeto único de memoria. Un sujeto sostenido por el Espíritu Santo, que nos irá recordando todo (cf Jn 14, 26). La memoria de la Iglesia vive de la memoria del Espíritu de Dios, que “mantiene unidos entre sí todos los tiempos y nos hace contemporáneos de Jesús” (LF 38).
La fe se da siempre dentro de la comunión de la Iglesia, ya que Dios mismo es comunión: no es solo el yo del Padre frente al tú del Hijo, sino que es también el “nosotros” del Espíritu Santo, del Amor del Padre y del Hijo.
Es la Iglesia quien transmite el contenido de su memoria. Y lo hace mediante los sacramentos, celebrados en la liturgia de la Iglesia: “En ellos se comunica una memoria encarnada, ligada a los tiempos y lugares de vida, asociada a los sentidos; implican a la persona, como miembro de un sujeto vivo, de un tejido de relaciones comunitarias” (LF 40).
Esta vinculación entre tradición y fe hace tomar conciencia del carácter sacramental de la misma fe. La transmisión de la fe se realiza por medio de los sacramentos: del Bautismo, que nos coloca – también a los niños - en el ámbito nuevo de la Iglesia y, de modo destacado, por medio de la Eucaristía.
En los sacramentos la Iglesia transmite su memoria mediante la profesión de fe; mediante la oración – singularmente el Padrenuestro – y mediante el decálogo.
Todas estas dimensiones constituyen una unidad, de la que es muestra el “Catecismo de la Iglesia Católica”, del que la Iglesia se sirve para comunicar el contenido completo de la fe; todo lo que ella es y todo lo que ella cree (LF 46).
La unidad de la Iglesia, en el tiempo y en el espacio, garantiza la unidad de la fe. La fe es una porque se refiere a la unidad de Dios, al único Señor, Jesucristo, y también porque es compartida por toda la Iglesia: “En la comunión del único sujeto que es la Iglesia, recibimos una mirada común” (LF 47).
Ya que la fe es una, ya que la Iglesia es una, no podemos quitar nada a la verdad de la comunión. La unidad de la fe es la de un organismo vivo, que, como decía Newman, es capaz de asimilar todo lo que encuentra, purificándolo y llevándolo a su mejor expresión (cf LF 48).
La garantía de la unidad de la memoria de la Iglesia es la sucesión apostólica, el Magisterio de la Iglesia.
Guillermo Juan Morado.
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