El Señor sigue a sus predicadores
Domingo XIV del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
Jesús envía a los suyos a la misión: “los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir Él” (Lc 10,1). Los discípulos no van a sustituir al Señor, sino que su tarea es prepararle el camino: “El Señor sigue a sus predicadores. La predicación prepara y entonces el Señor viene a vivir en nuestra alma, cuando preceden las palabras de la exhortación y la verdad se recibe así en la mente. Por esto dice Isaías a los predicadores: ‘Preparad los caminos del Señor, enderezad las sendas que a Él conducen’ ” (San Gregorio).
A todos nos incumbe tomar parte en esta misión: “Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos” (Juan Pablo II). Allá donde estemos, nuestra tarea es colaborar con la acción del Espíritu Santo para que Cristo pueda entrar en los corazones de las personas, en los hogares, en las familias, en las fábricas, en los Estados; en definitiva, en todos los lugares y ámbitos donde se desarrolla la vida humana.
Nosotros mismos hemos sido destinatarios de este anuncio. Hemos sido incorporados a la Iglesia por el Bautismo para poder, así, participar en el misterio de la comunión trinitaria mediante la fe, la esperanza y la caridad. Hemos de responder a este don de Dios con el pensamiento, con las palabras y con las obras, comunicando a otros lo que nosotros hemos recibido. La fe, decía el Papa Juan Pablo II, “se fortalece dándola”.
El anuncio del Evangelio es universal; está destinado a todos los hombres de todos los pueblos y culturas. Es un anuncio urgente, porque Cristo ha venido a traer a los hombres la vida nueva de la amistad y de la comunión con Dios. No podemos permanecer inactivos mientras este ofrecimiento de la novedad de Dios no llegue a cada hombre. El Señor pide a los suyos: “¡Poneos en camino!”.
Hablar de Cristo, darlo a conocer a quienes no lo conocen, exige disponibilidad y valentía. La disponibilidad de recorrer los mismos caminos de Cristo; los senderos de la pobreza, la obediencia, el servicio y la inmolación de sí mismos (cf Catecismo 852). Necesitamos vivir en espíritu de conversión y de renovación para no contradecir con nuestra existencia el mensaje que anunciamos. Avanzando personalmente en la identificación con el Señor, los cristianos seremos, en el mundo, el fermento y el alma de la sociedad humana.
La valentía es otra de las exigencias de la misión: “Mirad que os mando como corderos en medio de lobos”. La fortaleza de los corderos frente a los lobos radica en el mandato del Pastor: “el buen Pastor no quiere que su rebaño tema a los lobos. Por tanto, estos discípulos no fueron enviados como presa, sino a extender la gracia; pues la solicitud del buen Pastor hace que los lobos nada puedan emprender contra los corderos”, comenta San Ambrosio.
“Rogad por mí, para que, por miedo, no huya ante los lobos”, pedía el Papa Benedicto XVI, en la Santa Misa de inauguración de su pontificado. Debemos orar unos por otros para que el miedo no nos paralice y para que podamos ser así portadores de la paz de Cristo, porque allí donde llega Cristo llega la paz.
Rasgo distintivo del cristiano y, por ello, del misionero, es la alegría que brota de saber que su nombre está inscrito en el cielo.
Guillermo Juan Morado.
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