Jesucristo, Rey del Universo
DOMINGO XXXIV DEL TIEMPO ORDINARIO (B)
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
El profeta Daniel habla de un hombre – “un Hijo de Hombre” – que es suscitado por Dios (cf Dan 7,13). Esta imagen del Rey Mesías fue aplicada por Jesús a sí mismo repetidas veces. Ante Pilato, el Señor declaró el carácter espiritual de su reinado: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,33); es decir, no se trata de un reino político basado en las armas, sino que es el reino de la salvación.
Jesús es ciertamente Rey: “Tú lo dices: Soy Rey”, respondió a Pilato (Jn 18,37). ¿En qué consiste su poder real? Benedicto XVI explica que “no es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa” (29.XI.2009).
Él ha venido al mundo para ser “testigo de la verdad”. Y todo el que es de la verdad escucha su voz (cf Jn 18,37). Quien acoge su testimonio, quien cree en Él y le obedece, se hace discípulo de la Verdad y súbdito de su Reino. El modelo más destacado de esta obediencia es María. El ángel Gabriel le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf Lc 1,32-33). La Virgen, como perfecta discípula, creyó este anuncio cooperando así “de manera totalmente singular en la obra del Salvador” (Lumen gentium, 61).
Reconocer a Cristo como Rey supone avanzar en el camino de la fe. Santo Tomás de Aquino dice que “el hombre tiene como máximo deseo conocer la verdad, y principalmente la verdad relacionada con Dios”. El Señor ha venido para manifestar la verdad de la fe y así sacarnos de nuestra ignorancia, de nuestro desconocimiento sobre Dios.
Reconocer a Cristo como Rey implica dejarnos reconciliar con Dios. En el sacramento de la Penitencia, la segunda tabla de salvación después del Bautismo, Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, nos concede, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz.
Reconocer a Cristo como Rey significa dejar la esclavitud del pecado para ser auténticamente libres en el servicio a Dios: “Para la libertad nos ha liberado Cristo. Mateneos, pues, firmes y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud”, nos dice San Pablo (Ga 5,1).
Reconocer a Cristo como Rey comporta crecer en la vida de gracia que es, aquí en la tierra, el anticipo de la vida eterna: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3).
En la Santa Misa se hace presente la ofrenda de Cristo en el altar de la Cruz que consuma el misterio de la redención humana, entregando al Padre un reino eterno y universal: el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz.
Guillermo Juan Morado.
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