Santa Catalina de Alejandría
“Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles (Mt 10,17-18). Estas palabras del Señor se cumplen en la vida de Santa Catalina de Alejandría, decapitada el 24 o 25 de noviembre del año 305 por orden del emperador Maximino. El destino de Jesús se repite así en el destino de los cristianos.
El papa Benedicto XVI ha recordado que la primera gran expansión misionera del cristianismo en el mundo helenístico-romano fue debida a la unidad que se realizó en la Iglesia de los primeros siglos “entre una fe amiga de la inteligencia y una praxis de vida caracterizada por el amor mutuo y por la atención solícita a los pobres y a los que sufrían”. “Este sigue siendo – añade el papa – el camino real para la evangelización” (19.10.2006).
El cristianismo es síntesis de fe, razón y vida. La fe tiene, en esta composición de un todo, la primacía. Por la fe creemos a Dios, nos fiamos de Él, y aceptamos como verdadera la revelación en una escucha que es a la vez obediencia. Santa Catalina es ejemplo de esta obediencia que no retrocede ante las pruebas y las dificultades, sino que llega hasta el supremo testimonio del martirio.
Dentro de la vocación a la fe, el martirio ha sido considerado como una llamada especial que hace posible la identificación con Cristo. Orígenes de Alejandría escribió: “Si queremos salvar nuestra alma…, perdámosla por el martirio”. Para San Agustín el mártir es un testigo de la verdadera religión, ya que por esta causa muere. El martirio es signo del amor perfecto, dirá Santo Tomás de Aquino. De ahí, de la credibilidad del amor, brota su fuerza apologética y el dinamismo que, ayer y hoy, suscita en la entera comunidad de los fieles.
La virgen Santa Catalina es invocada como patrona de los filósofos. Ella, profesando la fe, había descubierto la verdadera filosofía. El cristianismo sigue la senda de Cristo, el filósofo y pastor que nos enseña el arte de ser hombres. La fe cristiana constituye siempre un poderoso estímulo para caminar por la vía de la verdad y, por ello, se sabe aliada de la filosofía. Fe y razón, filosofía y teología, están íntimamente unidas – “sin confusión ni separación” – como están unidas, en la Persona del Verbo, la naturaleza humana y la naturaleza divina de Cristo como enseña el concilio de Calcedonia.
Con palabras del beato Juan Pablo II el reciente Decreto de reforma de los estudios eclesiásticos de Filosofía recuerda que “el estudio de la filosofía tiene un carácter fundamental e imprescindible en la estructura de los estudios teológicos y en la formación de los candidatos al sacerdocio. No es casual que el curriculum de los estudios teológicos vaya precedido por un período de tiempo en el cual está previsto una especial dedicación al estudio de la filosofía”.
La fe, la razón y la vida. El creer y el saber se verifican en la existencia cotidiana, en la entrega generosa a los demás; en el servicio a todos, comenzando por los más pobres.
Que por intercesión de Santa Catalina cada uno de nosotros sepa realizar personalmente esa síntesis a fin de ser testigos y ministros de la nueva evangelización.
Guillermo Juan Morado.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.