Comienza mayo
Y nos sorprende “con el corazón en un puño”, por usar una expresión popular. El día del trabajo es casi el día del “sin trabajo” o el día del que “casi” está sin trabajo o el día, nefasto, en el que el “ex –trabajador” se queda sin subsidio.
Mal, mal, mal comienza mayo. Y los que leemos los periódicos no sabemos muy bien – al menos yo – con qué quedarnos. Que si las inversiones sin recortes, para reactivar la economía; que si los recortes sin inversiones, para reducir la deuda; o que lo uno y lo otro, como si se tratase de la cuadratura del círculo: recortes, sí; inversiones, también.
Es muy normal que una persona no versada en Economía comparta mi perplejidad. Es algo menos normal que, si se lee lo que dicen algunos expertos - o que pasan por tales -, se vaya de la perplejidad a la confusión total, al sinsentido, a la convicción profunda de que el mundo es demasiado complicado para que uno lo entienda.
Parecería de sentido común que, para equilibrar las cuentas, no se puede gastar más de lo que se ingresa. Pero, a la vez, si no se pone dinero en circulación, todo se paraliza. Algo así como si los pulmones hubiesen conseguido expulsar todas las inmundicias, toda la contaminación del tabaco y de la polución ambiental, pero al precio de quedar reducidos a no oxigenar ninguna sangre, porque ya el organismo está desangrado.
Lo peor de las crisis no son los números, son las personas. Y a las personas no se les ayuda con demagogia y con proclamas, sino con medidas justas, bien pensadas, bien explicadas, suficientemente argumentadas.
Y se les ayuda, además de con justicia, con solidaridad, con caridad, que no son la otra cara de la justicia, sino, si acaso, su complemento necesario.
Pero yo no quería hablar de todo esto, de temas que me afectan, aunque no tenga conocimientos suficientes como para expresar algo con un mínimo de seriedad.
Quería decir que, también, a pesar de todo, mayo es el mes de María. Y que es bueno y noble imitar sus virtudes: Ella acoge a Jesús, su Hijo, aunque no tenga una casa enorme para ofrecerle. En Caná, está pendiente de los novios que celebran su boda más que de su propio bienestar personal. En la Cruz, no se desentiende del que padece, sino que continúa a su lado.
No es únicamente la madre que comparte las amarguras; es, asimismo, la madre de las buenas noticias, de la alegría de la Pascua. La madre de la fe, de la esperanza y de la caridad. La madre del consuelo y de la paz.
Como siempre, y el “siempre” incluye el “hoy”, honrar a María equivale a abrir los ojos, para ver más y para ver mejor, para que nada – ni nadie – se nos pierda de vista.
Guillermo Juan Morado.
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