Iniciando la Cuaresma
El miércoles de ceniza, comienzo del tiempo de Cuaresma, constituye una llamada a actualizar una actitud muy propia de la vida cristiana: la conversión, la reconciliación. Convertirse es volverse hacia Dios y, por consiguiente, reconciliarse con Él haciendo penitencia para superar el único obstáculo que puede interponerse entre nosotros y Dios: el pecado.
La conversión no tiene que ver con la apariencia, sino con la realidad. No se trata de que maquillemos nuestra vida para parecer mejores; se trata de renovar el corazón, el fondo de nuestro ser y de nuestro actuar, para ser mejores, para asimilarnos un poco más a Jesucristo, que es el verdadero modelo.
Jesús nos previene frente a una Cuaresma cosmética: No hay que fingir rezar más, sino dejar que la Palabra de Dios nos cuestione, escuchando lo que el Señor nos dice y respondiendo a sus peticiones. No hay que fingir ayunar más, sino concentrarse en lo esencial – en Dios, en la salvación – y relativizar, hacerlo relativo a Él, lo que, aunque importante, ha de ser siempre secundario. No hay que fingir mayor preocupación por el prójimo para sentir la reconfortante recompensa de nuestra filantropía, sino que hay que entregarse a los demás, asumiendo la lógica de la Cruz que es la misma que la del amor.
En su Mensaje para la Cuaresma el papa Benedicto XVI hace hincapié en la limosna, en la caridad. Nos dice que debemos cultivar una mirada atenta al otro, superando el egoísmo y el individualismo. Es muy fácil conformarse con un encierro en el yo que se olvida de los demás: “yo no hago daño a nadie, no me meto en la vida de nadie; estoy a lo mío”.
Esta clausura en los confines del yo no es cristiana. Es, más bien, una miopía egoísta. Si uno está atento, si toma en cuenta a los demás, podrá descubrir sus necesidades: materiales, psicológicas y espirituales. Sobre todo en las ciudades, vivimos aislados en una especie de celdas incomunicadas que preservan, quizá, nuestra intimidad, pero que agrandan el aislamiento. Puede morirse el vecino del piso de arriba sin que ni siquiera nos enteremos.
Necesitamos redescubrir la reciprocidad, la mutua correspondencia, el diálogo, la relación, el nosotros que integra el yo con el tú. El estilo dominante de un cruel darwinismo del “sálvese quien pueda”, de la lucha por la supervivencia a cualquier coste, ha de ser poco a poco sustituido por modos de hacer que incorporen como elementos fundamentales la justicia, la solidaridad, la misericordia, la compasión.
Algo bueno sacaríamos de la actual situación de crisis si nos propusiésemos revisar nuestra forma de vida. No todo puede girar sobre el tener, porque mañana mismo, si no hoy, podemos perderlo todo o casi todo. Y de nada sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma. La juventud, la belleza, la salud, las riquezas… son efímeras. Solo Dios, solo la salvación, es de verdad y para siempre.
Atender al otro es, asimismo, sentir preocupación por el bien de su alma. Nos conmueve, con mucha razón, que alguien lo pase mal: que carezca de trabajo, de un salario, de una vivienda digna. Es justa esa conmoción. Pero debe inquietarnos con mayor motivo el bienestar espiritual de nuestros hermanos. Y, en este punto, el papa recuerda la importancia de la corrección fraterna.
Conversión, reconciliación, oración, ayuno, limosna. Son las palabras que resumen el empeño de la Cuaresma. El empeño cristiano, que solo la gracia hará posible.
Guillermo Juan Morado.
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