¿Unas Bodas de Oro o un funeral?
No creo que la Iglesia Católica tenga que celebrar, con un espíritu de penumbra, como de contrición después de un pecado, el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II. El último Concilio no ha sido un pecado, ni mortal ni venial. Simplemente ha tratado de responder a la misión de la Iglesia de anunciar la Palabra viva del Evangelio a un mundo que, querámoslo o no, había cambiado, al menos en relación con el Concilio Vaticano I y, por supuesto, con el de Trento.
¿Que el Vaticano II es el “no va más”? Parece imposible afirmar esto. Nada simplemente histórico es el “no va más”. Pero esa imposibilidad afectaría, en línea de principio, a todos los concilios de la historia. Y no por sus limitaciones vamos a despreciar al de Nicea, al de Calcedonia o a los de Constantinopla.
La Tradición de la Iglesia es una realidad viva, aun siendo “traditio” de una “revelatio” que jamás, en fórmulas humanas, encontrará su expresión plena. Pero que algo sea parcial, no pleno, no equivale sin más a que sea falso.
No sé por qué algunos, en defensa de la Tradición, se empeñan en rebajar, en cuestionar, el último Concilio. ¿Por qué es cuestionable el último y no los anteriores? ¿Por qué especie de siniestro privilegio el último, y no los anteriores, ha dejado de ser toma de conciencia de lo que la Tradición viva ha llegado a formular en un contexto y en una época?
Nunca, en ningún caso, la palabra de la Iglesia ha estado por encima de la Palabra de Dios, sino siempre a su servicio. Pero hay una ley en la economía de la revelación que habla del Absoluto en la historia, del Todo en el fragmento; en suma, de la Encarnación. Sí, Dios se ha manifestado en un rostro concreto, en un tiempo concreto, en un espacio concreto: En el rostro de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, el Salvador.
De este modo, realidades de este mundo – la humanidad de Cristo lo es, no su Persona divina – pasan a ser signos, sacramentos, de la realidad divina. Sin que la sacramentalidad anule la distancia; sin que haya, jamás, ni mezcla ni confusión.
No creo que sea de recibo decir que el magisterio de la Iglesia se haya postulado como instancia “absoluta”. Absoluto es Dios, que otorga, en su libertad, el don de la verdad a su pueblo y que garantiza que, siempre, haya instrumentos adecuados para discernir e interpretar esa verdad.
El magisterio siempre está referido a la revelación y, a la vez, al pueblo de Dios. El magisterio no suple la revelación, ni tampoco elimina al pueblo de Dios. Es solo un servidor, autorizado sí, pero servidor.
La Iglesia, sobre la base de la “Impresión” que Cristo, Revelador y Revelación del Padre, ha causado en su mente, irá extrayendo, poco a poco, lo viejo y no nuevo. Sabiendo que, en realidad, lo que redescubre lo reencuentra.
La conciencia de cada creyente no es, sin más, criterio para decidir si una enseñanza es magisterial o deja de serlo. La obediencia tiene algo que ver y, como decía Pío XII,: “Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de por sí nuestro asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema majestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario, para las cuales valen también aquellas palabras: ‘El que a vosotros oye, a mí me oye’; y la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las Encíclicas pertenece ya —por otras razones— al patrimonio de la doctrina católica”.
El Vaticano II es un ejercicio del Magisterio de la Iglesia. Nadie, sensatamente, lo cuestiona. ¿En continuidad con la Tradición? También. Y, si alguna duda quedase al respecto, tiempo habrá en adelante para disiparla completamente.
Guillermo Juan Morado.
31 comentarios
Lo cierto es que yo obedezco a la Iglesia (o, al menos, lo procuro) porque creo que ésa es la Voluntad de Dios. Y el Magisterio de la Iglesia abarca el Concilio Vaticano II, que asumo, por tanto, plenamente. Y no creo que yo esté declinando mi propia responsabilidad personal por tal actitud, aunque entiendo también que la obediencia conlleva una especial responsabilidad de quien manda, más que de quien obedece; supongo que, de hecho, ésa es una de las grandes ventajas de la obediencia. Pero lo que, en definitiva, ocurre es que mi conciencia me indica que mi responsabilidad consiste, precisamente, en obedecer sin reservas, ni críticas. Y que tendré que responder, en consecuencia, ante Dios si desobedezco, no si me abstengo de criticar el Vaticano II o cualquier otra enseñanza del Magisterio de la Iglesia.
La actitud de crítica del Concilio Vaticano II, integrado en el Magisterio de la Iglesia, me recuerda mucho a los protestantes y a la cuestión del libre-examen. El protestantismo se refería al libre-examen, concretamente, de la Sagrada Escritura. Ahora, una especie de neo-protestantismo alude al libre-examen, no de la Sagrada Escritura, sino de la Tradición, que es la otra fuente de la Revelación.
Mal asunto, en fin.
Pues porque pasar de Cristiandad a Pueblo de Dios, así sin más según su versión, a algunos se les ha indigestado.
Yo, que siempre ando más atenta al problema de la hegemonía que en los medios tiene el sector progre eclesial frente a la Iglesia "oficial", me preocuparía más por esa imagen que los medios proyectarán a la población mayoritariamente informada por los medios generales, la imagen de "una Iglesia que ha retrocedido por culpa de dos papas reaccionarios".
Los del sector tradi-furibundo son numéricamente irrelevantes y hacen un ruido muy marginal: de cara al debate que se sucitará en los medios generales, todo lo más que pueden hacer es abonar la idea de un concilio "ruputurista" (lo que, en el fondo les gustaría poder demostrar a los progres, pero, con los textos en la mano, no pueden).
La pataleta del tradicionalismo más cercano al lefebrismo se alía, quieran o no, con los postulados progres y, aunque estos no necesitan más subjetividad y sobrebia que las propias -andan sobrados- les proporcionan ese plus de argumento concesivo: ¡si hasta los más "conservadores" dicen que el CVII fue una ruptura! Y eso es mucho más peligroso, porque el "progresismo" intraecesial tiene mucho más predicamento.
Juntos, unos y otros extremos disidentes son capaces de anular toda pretensión de Nueva Evangelización.
Saludos.
La respuesta está clara y Vd., D. Guillermo, es lo bastante inteligente como para intuirla. Los concilios anteriores no se apartaron ni un ápice de la Tradición de la Iglesia, mientras que, respecto del Vaticano II, existen, cuando menos, dudas razonables sobre si en determinados puntos sus enseñanzas fueron del todo conformes a la Tradición.
GJM. Después del Vaticano I, algunos dudaron tanto de la definición del primado del Papa y de la infalibilidad que abandonaron la Iglesia Católica...
1. Motivo interno. “En torno a la época de su celebración afloró a la superficie una profunda crisis en la vida eclesial, traducida en un sinfín de abusos cometidos en nombre de un pretendido “espíritu conciliar” que nada tenía que ver con el genuino espíritu del concilio ni con la letra de sus documentos. En la sociedad eclesiástica se produjo entonces una violenta explosión neomodernista de extensión y alcance prácticamente universal.” (J. Orlandis, Historia de la Iglesia, p.176)
2. Motivo externo. “En tierras del llamado “mundo libre”, el desarrollo económico producido tras el período de la posguerra hizo surgir en los países más ricos una nueva “sociedad de bienestar”, que ha demostrado tener una sorprendente capacidad de disolución del espíritu cristiano. El vértigo del consumismo ha difundido entre gentes de todos los niveles una oleada de materialismo práctico, un afán hedonista de gozar sin medida de las cosas terrenas, con olvido de las realidades eternas.” (J. Orlandis, Historia de la Iglesia, p.177)
GJM. Pudo reportar y reportó. No todo han sido males.
Sin embargo, el CVII sí ha dado frutos. La apostasís general pudo ser aún mayor. estoy convencida de que, si no ha sido total la defección de Occidente y si el mundo del Sur aún aumenta el número de católicos, es gracias al CVII y a Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI (bueno, seguro que también a JPI hay que agradecerle mucho).
GJM. Sí, yo también lo creo. El problema viene de muy atrás; al menos desde la Ilustración. El siglo XIX fue, con el liberalismo, terrible para la Iglesia. El siglo XX trajo los totalitarismos: marxismo y nazismo. En fin, que la Iglesia sobrevive de milagro. No obstante, el número de católicos en el mundo es mayor que hace 50 años.
En España, por si fuera poco, coincidió la aplicación del Concilio con la transición política.
Pero no podemos negar que ha habido - y hay - una secularización interna. Creo que con Juan Pablo II se empezó a revertir el proceso, pero queda mucho que hacer aún:
- En el campo de las ideas: Universidades, escuelas, etc. No basta con que formen muy bien técnicamente, han de proporcionar una cosmovisión católica. En esto, creo, hay que mejorar.
- En el mundo de la política, con una mayor implicación de los católicos y una mayor firmeza ante asuntos no negociables.
- En la misma vida pastoral, haciendo todo lo posible para que la catequesis, la liturgia, etc. se cuiden mucho.
GJM. No son dogmáticas en sentido estricto, de acuerdo: No se define ningún dogma. En sentido amplio, en lo que respecta a la verdad de la fe, algunas de las enseñanzas sí lo son: sobre la revelación divina, sobre la Iglesia, etc.
GJM. No crea, Hermenegildo, que solo esas. Bueno, el tema del ecumenismo afecta de lleno a la eclesiología. Pero también se cuestiona, por parte de algunos, la colegialidad episcopal, la concepción de la tradición, el papel del magisterio, la historicidad de la revelación...
Sobre la libertad religiosa, creo que habrá que hacer más estudios, para mostrar como es compatible, en lo esencial, con la tradición. En lo no esencial, ha habido cambios y eso no debe extrañarnos.
En el ecumenismo, que comienza ya con León XIII, también ha habido cambios. Creo que más que la teoría habrá que revisar la práctica. Pero me parece que el papa lo está haciendo muy bien en este campo.
GJM. Sí, así es.
Cuando la metodología de todos los concilios anteriores era la definición clara y cortante de enunciados teológicos.
Cualquiera que haya trabajado como asesor de un cuerpo colegiado sabe que es prácticamente imposible redactar entre decenas de personas un documento claro y definitivo cuando es extenso y de estilo no asertórico. Se plaga de ambiguedades, reparos, parches. Baja en su calidad intelectual. Termina siendo redondeado por una camarilla. No es que se cuele el error, se cuela la vaguedad, la imprecisión, la posibilidad de interpretaciones. El mismo Concilio es responsable de las interpretaciones rupturistas, por su ambiguedae. Cuanto peor cuando las ambiguedades fueron a designio, pqra poder en el futuro invocar el "espíritu del Concilio". La extension, la ambiguedad, la sociología: he ahi los males de un Concilio que no quiso ser dogmatico y que eligió una pastoral ingenua. El Espíritu Santo no es un asistente de estilos ni de redacciones, ahí la deficiencia corresponde a los hombres.
GJM. Bueno, es una forma de verlo. No obstante, creo que el magisterio posterior ha ido haciendo la interpretación auténtica.
Y sigo insistiendo en que el gran enemigo de la Iglesia es el mismo de hace 250 años. Así que los de dentro no le hagamos el juego a ese enemigo con tanto disenso interior. Créeme, que lo sé, que lo tengo muy marcado en el alma: que el disenso furioso de uno u otro estilo sólo le hace el juego al enemigo exterior. No aporta NADA a la depuración de los defectos de la Iglesia, nada de nada, sólo hurga en heridas a las que no permite curar y agranda los pecados que haya que purgar.
GJM. Un concilio es un concilio. En todos ha habido sus más y sus menos. No es una peculiaridad del Vaticano II.
GJM.El Papa en su discurso de diembre de 2005 decía:
"Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil, aunque no queremos aplicar a lo que ha sucedido en estos años la descripción que hace san Basilio, el gran doctor de la Iglesia, de la situación de la Iglesia después del concilio de Nicea: la compara con una batalla naval en la oscuridad de la tempestad, diciendo entre otras cosas: "El grito ronco de los que por la discordia se alzan unos contra otros, las charlas incomprensibles, el ruido confuso de los gritos ininterrumpidos ha llenado ya casi toda la Iglesia, tergiversando, por exceso o por defecto, la recta doctrina de la fe..." (De Spiritu Sancto XXX, 77: PG 32, 213 A; Sch 17 bis, p. 524). No queremos aplicar precisamente esta descripción dramática a la situación del posconcilio, pero refleja algo de lo que ha acontecido".
Por otra parte, si el método no funcionó, lo vimos con el tiempo. Con un amigo sacerdote repasábamos la programática del Concilio en materia litúrgica, y los dos coincidíamos en que aisladamente considerados los cambios parecían buenos. Algo no funcionó, y es que cuando se desmonta un paradigma es difícil seguir. Algo similar ocurrió en el resto de los ámbitos. Había que superar el paradigma barroco, con una repristinizacion tomista y patrística. En el medio se coló el progrerío y el neomodernismo. Es el riesgo de las asambleas. Bouyer lo explica bien.
Claro que con el diario del lunes se ganan todas las carreras del Derby.
Por otra parte lo que si se echa de menos es una claridad clarificadora en este aspecto a todos los niveles de la Iglesia en el quehacer cotidiano, por parte de todos: obispos, sacerdotes, organismos, etc.
GJM. Obviamente, un concilio es un acto del magisterio solemne de la Iglesia. No se le puede menospreciar.
Saludos.
GJM. El "no va más", si se me permite decirlo así, es Dios nuestro Señor.
GJM. Sí, pero sin mezcla ni separación.
Es precisamente la substancializacion del acontecimiento concilio, en la línea de la escuela de Bolonia y Dorsetti, la clave que se usó para hipostasiar el famoso "espíritu del Concilio" que tanto daño hizo y cuya crisis recien estamos superando. La idea profunfamente errada de que Dios produji un Acontecimento neorrevelatorio que constituyó un punto de inflexion en 2000 años de historia, con un Antisyllabus que reconcilió a la Iglesia con el mundo moderno. El Aconteciemto, más que los anodinos y ambiguos textos y fárrago, se vuelve pretensión permanente de modernidad y de "progreso eclesial", con la incorporacion de una dinamica evolucionista delmdogma, de la liturgia y de la moral. Esto lo lliquida Benedicto con su discurso de diciembre de 2005. Pero quedan residuos de este delirio.
Esto prácticamente supone extender la infalibilidad a cualquier pronunciamiento del Papa, lo que sería también herejía.
GJM. No, no creo que diga eso, expresa solo el agradecimiento por el oficio magisterial de la Iglesia.
No creo que los Padres Conciliares pudieran prever en absoluto la producción de ese fenómeno y su terrible impacto en muchas conciencias. Un impacto del que el Concilio no tiene ninguna culpa y que ha contribuido mucho a que las cosas estén como están.
Respecto a lo que dice el padre Guillermo acerca de la necesidad, en política, de "una mayor implicación de los católicos y una mayor firmeza ante asuntos no negociables", eso es lo que algunos fieles tratamos de hacer desde hace unos años... pero estamos muy solos. Es consolador ver que hay clérigos que sostienen que existe esa necesidad, pero otros muchos no parecen sentirlo así. De modo que queda mucho por hacer, efectivamente.
¿Quién? ¿Dónde y cuádo se dijo anad de acontecimientos neorrevelatorios?
Lo que entiendo que los Padres Conciliares no podían prever era el impacto de la famosa "pildora" y la mentalidad anticonceptiva terrible que ha traído; impacto que quedó puesto de manifiesto, de una manera brutal, con el debate y valiente aprobación por S.S. Pablo VI de la Encíclica "Humanae Vitae", por ejemplo.
Lo que quiero decir, en definitiva, es que los tiempos del Concilio y post-Concilio han sido muy convulsos para Iglesia por diversas razones y no es justo echarle la culpa de ello al Concilio, en mi modesta opinión.
Es claro que un buen católico debe aceptar íntegramente el Magisterio tanto definitivo como no definitivo. No obstante la consideración no es idéntica para todos los heterodoxos.
De acuerdo con el vigente Código de Derecho Canónico y de la Nota doctrinal ilustrativa de la fórmula conclusiva de la Professio fidei de la CDF, la clasificación es la siguiente:
1. Los que niegan doctrinas del primer apartado de la Professio fidei:
“quien obstinadamente las pusiera en duda o las negara, caería en herejía, como lo indican los respectivos cánones de los Códigos canónicos”
2. Los que niegan doctrinas del segundo apartado de la Professio fidei:
“Quien las negara, asumiría la posición de rechazo de la verdad de la doctrina católica y por tanto no estaría en plena comunión con la lglesia católica.”
3. Los que niegan doctrinas del tercer apartado de la Professio fidei:
“La proposición contraria a tales doctrinas puede ser calificada respectivamente como errónea o, en el caso de las enseñanzas de orden prudencial, como temeraria o peligrosa y por tanto «tuto doceri non potest»”
Según Mons. Ocáriz “el Concilio Vaticano II no definió ningún dogma, en el sentido de que no propuso mediante acto definitivo ninguna doctrina.”
Por tanto un fiel que esté en contra, por ejemplo, de la colegialidad episcopal, libertad religiosa o ecumenismo, estaría negando doctrinas del tercer apartado y por tanto se puede decir que sostienen doctrinas erróneas, pero no se puede calificar, en principio, de hereje (1º apartado) o que no esté en plena comunión (2º apartado).
Y de todos los comentarios de respuesta me quedo con este: "Un concilio es un concilio. En todos ha habido sus más y sus menos. No es una peculiaridad del Vaticano II." A veces entre ciertos sectores católicos se quiere presentar el CV II como un concilio de ruptura, y esa interpretación me suena como muy interesada.
Dejar un comentario