Un tema muy difícil: la homilía

Predicar, predicar bien, es un arte, recuerda el papa en “Verbum Domini”, 60. Y un arte es una virtud, una disposición y una habilidad para hacer algo. Es evidente que no todo el mundo posee de modo espontáneo, por decirlo así, ese arte, aunque algunos, los ministros de la Iglesia, tienen la obligación de ejercitarse en él.

Un oficio, un ministerio, lleva consigo el deber de ser un artista. Hay, en este punto, una cierta desproporción. Máxime si se tiene en cuenta que uno no predica una homilía hasta que pueda predicarla; es decir, hasta que sea, al menos, ordenado diácono. Pero de “desproporciones” sabe mucho el ministerio ordenado. Todo es en realidad “desproporcionado”: un hombre consagrando el pan y el vino, hablando las palabras de Dios y otorgando el perdón que solo Él puede conceder.

Para eso está el sacramento del Orden, para salvar la desproporción, para capacitar a alguien para hacer y dar lo que, por sí mismo, jamás podría ni hacer ni dar. Y esto vale, sustancialmente, para la tarea de la predicación.

De todos modos, un axioma escolástico dice que la gracia supone la naturaleza. Hay siempre una armonía entre el orden de la creación y el orden de la salvación, si se nos permite expresarnos de esta forma. Creo que lo que le corresponde a Dios está asegurado. Él puede hacer que la homilía más aburrida del mundo toque el corazón de una persona o que, por el contrario, el sermón más elaborado resulte infructuoso.

Pero vayamos a la parte humana. A lo que, sin olvidar a Dios, depende más directamente de nosotros, los que somos sus ministros. El papa no se cansa de recordar la necesidad de “mejorar la calidad de la homilía”, que es parte de la acción litúrgica y que tiene como meta “favorecer una mejor comprensión y eficacia de la Palabra de Dios en la vida de los fieles” (“Verbum Domini”, 59).

Y traza unas pautas: La homilía constituye una actualización del mensaje bíblico; ha de apuntar a la comprensión del misterio que se celebra; ha de invitar a la misión, disponiendo a la asamblea a profesar la fe, a orar, y a celebrar la Eucaristía.

Todos estos fines se concretan en una llamada a la responsabilidad: quienes están encargados de la predicación “han de tomarse muy en serio esta tarea”. ¿Qué hay que evitar? Pues homilías genéricas y abstractas e inútiles divagaciones. Debe quedar claro que lo que interesa es mostrar a Cristo.

Para un ministro ordenado esta responsabilidad ha de moverle a una familiaridad y a un trato asiduo con el texto sagrado, así como a una preparación cuidadosa. A la hora de predicar, el ministro debe preguntarse: ¿Qué dicen las lecturas?, ¿qué me dicen a mí?, ¿qué debo decir a la comunidad?

El papa insiste sobre todo en la homilía dominical, aunque apunta a la conveniencia, cuando sea posible, de breves reflexiones en la celebración de la Misa durante la semana.

¿Qué pienso yo de todo esto? Ante todo, que el esfuerzo de “actualización” no es nada fácil. Una asamblea de fieles no es, jamás, homogénea. Cada persona tiene sus propias circunstancias. Lo que vale para uno no necesariamente vale para el que está a su lado.

Sí creo que se debe apostar por la brevedad, por la claridad y por la “concentración cristológica”. Cristo es el Salvador y la Salvación. Cada homilía habla de Cristo y de cómo nosotros hemos de seguir a Cristo.

Con más arte o con menos. Pero, a mi modo de ver, por ahí discurre lo esencial.

Guillermo Juan Morado.

9 comentarios

  
Koko
A mi me resultaron particularmente iluminadoras unas palabras de San Jerónimo mencionadas en la exhortación citada que dicen así: “Que tus actos no desmientan tus palabras, para que no suceda que, cuando tú predicas en la iglesia, alguien comente en sus adentros: “Por qué, entonces, precisamente tú no te comportas así?... En el sacerdote de Cristo la mente y la palabra han de ser concordes” (V.D. nº 60). Es decir, para poder predicar es necesario antes haber vivido lo que se intenta enseñar al Pueblo de Dios. El mismo Cristo nos dio ejemplo de esto, ya que como leemos al comienzo del libro de los Hechos de los Apóstoles, Jesús realizó primero con obras lo que después enseñó con palabras (cfr. Hch. 1,1).

Por otra parte, me preocupa y me llama poderosamente la atención que a veces se concede a la buena oratoria la eficacia pastoral de una predicación. Es decir, se considera que una homilía podrá llegar al corazón de los “oyentes de la Palabra”, utilizando meramente técnicas retóricas o mediante el empleo de una vocalización y entonación que insista con especial hincapié en aquellas partes de la prédica en las que se cree necesario focalizar la atención del auditorio. Es cierto que todo eso ayuda, teniendo en cuenta sus mismas limitaciones, pero si no existe una fuerte relación personal con Dios, no habrá frutos espirituales, y si los hubiese, es porque Dios es capaz de sacar bien incluso del mismo mal. Pero en realidad, todo se debe a que “sin Él no podemos hacer nada” en el orden sobrenatural (cfr. Jn, 15, 5), ya que si no contamos con su acompañamiento, con su amistad, con su Persona, con su amor, y le demostramos nuestro más sincero querer mediante una relación de intimidad permanente y comprometida, nuestra obra - y ya no digamos palabras - resultará vana y superficial. Sólo hace falta contemplar los testimonios de la biografía del Cura de Ars, para tomar conciencia de esto, pues los mismos no son nada halagadores con respecto al modo de expresarse que tenía en el lenguaje y de manifestar exteriormente lo que la Palabra de Dios le había sugerido interiormente.

Es curioso, pero si hoy uno le pregunta a cualquier sacerdote, si cree que sus homilías “llegan” a la gente y las puede llegar a “convertir”, la inmensa mayoría - por no decir todos –responderían negativamente. Y esta actitud, sin duda, repercute negativamente también en los efectos apostólicos de la predicación. . Ya que además de creer en el contenido del mensaje, el predicador ha de tener fe en su misma eficacia, apoyado por supuesto, no en sus fuerzas, sino en el auxilio divino.

Siendo Cardenal el actual Papa Benedicto XVI, en una entrevista con el conocido periodista P. Seewald respondió a una pregunta sobre los sermones, dijo:

"Saber predicar también es un don, una gracia, y San Agustín siempre sintió mucho respeto por los curas sencillos que necesitaban un libro para idear un sermón. Él dijo: “Lo importante no es la originalidad, sino el servicio humilde”. Si el libro de otro ayuda a anunciar la palabra a los demás, estupendo. Estaremos agradecidos si Dios despierta a grandes predicadores, pero también deberíamos aprender a ser humildes y escuchar a predicadores menores.

Recientemente un párroco de una gran ciudad alemana me contó que él había llegado a la vocación religiosa precisamente por un sacerdote que carecía en realidad de todas las dotes externas. Era un predicador deplorable, un cantor deplorable, y así sucesivamente, y sin embargo con él la parroquia había florecido. De esta parroquia de gran ciudad surgieron cuatro o cinco vocaciones sacerdotales, cosa que no lograron ni su predecesor, ni su sucesor, que eran mucho más eficientes. Aquí se puede ver que el testimonio humilde de una persona sin talento retórico puede ser en sí mismo un sermón y que deberíamos dar gracias a Dios por los diferentes dones". (Dios y el Mundo, Galaxia Gutenberg, pp. 408-409).

Creo que al final, el fundamento de toda nuestra predicación ha de estar enraizada en una relación vital con Jesucristo. Por que será esta íntima relación la que nos mueva e impulse a preparar cada vez mejor nuestras homilías, ya que nos sentiremos irradiados de la fuerza del Espíritu que nos guía y quiere hablar a través de nosotros.

A veces si se abandona el ministerio de la homilía, de predicar la Palabra de Dios es por falta de ganas, por pensar que esa homilía casi no dará frutos espirituales porque creemos que sólo son nuestras palabras, que son demasiado humanas o porque el auditorio que tenemos enfrente no nos motiva lo suficiente como para tratar de preparar de manera eficiente la homilía... Pero, en el fondo, muchas veces se trata de una falta de fe tanto en lo que hacemos como en el mismo Jesús, por no creer que es Él quien está escondido detrás de nuestras palabras, quien "convierte" nuestras palabras humanas, y por así decirlo, las hace divinas.

Hay una oración de Newman que estimo de forma singular y que podríamos aplicar a todas las actividades o acciones que realizamos a lo largo de nuestra vida, y que dice así:

"Dios mío, Tú dijiste que soy
más feliz si creo en Tí que si te hubiera visto. Hazme capaz de creer como si viera; que siempre
te tenga ante mí como si estuvieras presente corporalmente. Que toda la vida mantenga la
comunión contigo, Dios escondido, pero viviente". (Cuaderno de oraciones, ed. Balmes, 1990).

Si vemos con los ojos de la fe todo cambia, empezando por nuestra forma de hacer las cosas, porque tener presente a Jesús, y "verlo" es lo que realmente nos mueve interiormente a entregarnos y a darlo todo por Él, a pesar de los aparentes "fracasos" y la ausencia de "éxitos" inmediatos tanto en la homilía como en cualquier actividad pastoral que estemos llevando a cabo. La oración lleva inmediatamente a la fe, porque la revitaliza por dentro, y eso se nota por fuera necesariamente.
24/11/11 12:25 AM
  
JacinTonio (Católico laico fiel, mayor jubilado desde España)
Bueno… un seglar encargado de hablar sobre un tema concreto en una catequesis de adultos, o en una reunión parroquial por el estilo, que en estos casos por supuesto habrá de extenderse más de 10 minutos, ¿no ha de guardar una ‘cierta’ semejanza con la homilía bien dicha de una misa si se quiere que tenga sus frutos? – no me refiero a los métodos usados, como material, pizarra, etc., que en una misa no se da, sino en cuanto a la transmisión de la fe-

¿Qué valor tiene una catequesis que no transmita la fe?

Supongo que la homilía de las misas, por el sólo hecho de estar incorporadas a la liturgia de la misa, tienen unas características que no se dan en otros “discursos” (por llamarlos de alguna forma) sobre el Mensaje Cristiano, y prueba de ello es que no pueden estar a cargo de seglares ni de religiosos que no sean sacerdotes o diáconos. ¿Qué características son éstas?

Usted dice que “Para un ministro ordenado esta responsabilidad ha de moverle a una familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado, así como a una preparación cuidadosa. A la hora de predicar, el ministro debe preguntarse: ¿Qué dicen las lecturas?, ¿qué me dicen a mí?, ¿qué debo decir a la comunidad?”

Pero yo pienso si no tiene esa responsabilidad también todo aquél que ha de dirigirse a un grupo para hablarles del Evangelio, la liturgia, sacramentos, doctrina cristiana, etc.

Con el Señor.



GJM. La homilía es un ministerio reservado a los diáconos, presbíteros y obispos. No quiere decir que los laicos no puedans er catequistas y tampoco que estén dispensados de hacerlo bien.
24/11/11 12:35 AM
  
Yolanda
Pues yo soy muy aficionada al género homilético y 5 minutos siempre me saben a poco.

GJM. Si le saben a poco, mejor. Así volverá otro día.
24/11/11 12:42 AM
  
Yolanda
GJM. Si le saben a poco, mejor. Así volverá otro día.
________________

Ah... ¿Es que hay que volver?

SPH
24/11/11 12:58 AM
  
JacinTonio (Católico laico fiel, mayor jubilado desde España)
Entiendo, pues, que una catequesis y una homilía sólo se diferencian en que la homilía es un ministerio reservado a la Jerarquía, y la catequesis puede ser impartida por simples seglares y laicos bien preparados. Pero, dicho así, no se descubre la diferencia ESENCIAL que, hasta donde yo sé, depende del carisma de una y otra, venidos del sacerdocio ministerial en unas o del sacerdocio bautismal “propio” (y no sólo por concesión) en otras.

En cualquier caso, no es como la consagración, que exclusivamente viene del ministerio sacerdotal. Cuando todo se hace bien, tienen una diferencia por la que yo preguntaba. En realidad, yo buscaba saber hasta dónde una catequesis puede ser impartida como una homilía bien dada, puesto que ambas actividades tienen la misma finalidad. (Me refiero principalmente a las catequesis de adultos, pues las de niños tienen características propias). Y hasta dónde la homilía de una misa puede ser pronunciada de forma que los oyentes no la distingan de cualquier otro discurso impartido por cualquier persona, por muy bien que hable el sacerdote.

Al sacerdote SE LE DEBE NOTAR que es sacerdote, y no sólo un cristiano revestido con unos ornamentos para la ocasión: es decir, que debe hablar “con autoridad”, como hablaba Cristo (el sacerdote es “otro” Cristo), y para ello, debe notársele que está en comunión con el Magisterio de la Iglesia. El seglar o el laico ES SEMEJANTE al sacerdote-ministro, y como tal ha de actuar sin pretender que su auditorio llegue a confundirle con un sacerdote-ministro, salvo que lo sea.

La característica principal de una homilía ha de ser que a la gente le llegue el carisma sacerdotal del celebrante, y no que sea un discurso como el de cualquier seglar o laico. Después, deberá afinar su pedagogía, pero en segundo lugar.

Quizás sea éste un asunto que, en parte, se sale del tema desarrollado, pero creo que es importante y poco tratado. Mucho se habla de las homilías, y poco de los encargados de llevar grupos parroquiales, sean o no catequesis, cuya labor puede malograrse al igual que una homilía, si está mal llevada. Ciertamente, si la homilía es “un tema muy difícil”, también lo será cualquier otra labor discursiva encaminada a transmitir la fe. Lo que pasa es que en grupos pequeños de fieles en un local parroquial todos pueden hablar, se va con más voluntad, y se utiliza material, y en las misas no tanto, y esto facilita el trabajo de los catequistas y similares, mientras que la misa es un ministerio donde el Señor actúa desde el carisma sacerdotal que no tiene cualquier otro predicador, y estamos viendo que se hacen para “masas” mudas que ocupan los bancos del templo.

Si estoy equivocado, corríjaseme.

Con el Señor.
24/11/11 10:03 AM
  
Gaby
En mi parroquia predican dos curas: Uno que sabe mucho, y otro que cree mucho.

El que sabe mucho escribe textos preciosos, predica con una profundidad inmensa y muestra aristas del mensaje evangélico que muchos jamás hemos considerado, pero la gente se duerme en sus homilías y protesta porque son muy largas.

El que cree mucho habla tosco. A veces cuenta chistes -chistes inocentes, chistes de niños-. De vez en cuando se le quiere ir una palabrota y se contiene para no decirla. Y la gente acude en masa a escucharlo y la fila para confesarse con él dura horas.

No es que el que sabe no crea ni el que crea no sepa. Quizás hasta es al revés. Pero, en mi experiencia, lo que hace la diferencia entre un buen discurso y uno malo es que el ponente CREA en lo que está diciendo. Que no tenga dudas. Los discursos teológicos profundos muchas veces plantean más dudas que certezas. Los discursos mundanos, a la luz del Evangelio, están llenos de verdades que un orador mediocre que sepa transmitirlos puede convertir en vida para sus oyentes.
24/11/11 12:55 PM
  
Eduardo Jariod
Muchas veces pienso cuando asisto a misa y veo al sacerdote pronunciar su homilía: "¡Uff..., qué trago y qué responsabilidad tener que explicar la Palabra de Dios!" No soy quien para comentar nada sobre esto, pero es admirable el hecho mismo de atreverse a esta tarea.

Uno puede tener sus predilecciones personales en cuanto a estilo o perfil del sacerdote, pero lo cierto es que he sido tocado y no pocas veces sobrecogido por homilías y sacerdotes de lo más dispares. A veces, me alcanza la solemnidad, el empaque, el rigor; otras, la improvisación llena de una extraordinaria profundidad espiritual y hasta de ternura; otras veces, las homilías eminentemente didácticas, con numerosos testimonios y anécdotas que ejercen a la perfección su función de analogía con el misterio que intentan revelar a los feligreses... En fin, que el Espíritu Santo se expresa a través del sacerdote en cada uno según sus disponibilidades y los carismas que Él previamente le ha concedido.

Sí, hay una enorme desproporción... Y es espectacular comprobar cómo en cada misa Dios la salva, en la persona del sacerdote, por amor a nosotros, para volverse a dar una y otra vez.
24/11/11 2:12 PM
  
Martin Ellingham
"¿Qué hay que evitar? Pues homilías genéricas y abstractas e inútiles divagaciones." ¡Clap, clap, clap!

Recuerdo que una de las primeras veces que fui la Divina Liturgia (rito bizantino) el cura hizo la homilía con un fragmento de una homilía de san Juan Crisóstomo, cosa que me sorprendió bastante. Ya se ve que hay diversidad de estilos.

Saludos.
24/11/11 2:14 PM
  
PTE PTE
YO CREO QUE SI EL DIBUJO SE TRATA DE EL SERMON DE LA MONTAÑA EL TEXTO DEBE HABLAR DE ESO NO CREEN :C
22/09/12 4:01 AM

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