Una preciosa carta
Entre otras cosas, dicen sobre la Vigilia de Cuatro Vientos: “Muchos de nosotros no pudimos conciliar el sueño por la emoción que nos embargaba… ¡nos sentíamos libres! Pasamos la noche contemplado las estrellas y ‘levantando los ojos y el corazón al cielo para rezar’, como nos dijo más tarde el Papa, tratando de poner orden a tanta novedad y emoción”.
Me ha llamado la atención el “¡nos sentíamos libres!”. Para ellos ese sentimiento era una “novedad”. Ciertamente lo que más desea un preso es quedar libre, poder salir a la calle, volver a comprobar que el mundo no se reduce al estrecho horizonte de un centro penitenciario.
Varias veces me pregunto si hoy el concepto clave de “salvación” sigue diciendo algo a la mayoría de los hombres. El cristianismo anuncia la salvación y le pone nombre y rostro: la salvación es Jesucristo, la comunión y la amistad con Él.
Pero, a pesar del carácter revolucionario de este anuncio, parece que ya no supone una auténtica “novedad”, una sacudida profunda que transforme nuestras vidas. A diferencia de los presos, que ansían la libertad, corremos el riesgo de sentirnos tan satisfechos con nosotros mismos que ya no anhelamos nada que nos sea otorgado como un mero don, como un regalo.
En cierto modo, la expectativa de lo “imprevisto” ha sido abandonada en favor de la búsqueda de “seguridades”, de unas seguridades que nunca son gratis, sino que dependen de nuestra capacidad de cotización: seguros médicos, seguros de vida, seguros de desempleo…
Mientras nos sentimos “seguros” todo parece ir bien. Por otra parte, la experiencia muestra, tantas veces, que nada viene de balde. Hemos crecido inmersos en la cultura de los derechos: “nadie me ha regalado nada; si acaso, me han reconocido lo que me es debido”, oímos y pensamos tantas veces.
No es del todo verdad. La mayor parte de las cosas las recibimos gratuitamente, empezando por la vida. La vida no nos la damos a nosotros mismos, sino que la hemos recibido como algo completamente imprevisto. Y, como la vida, tantas otras cosas: el aire para respirar, el sol o la lluvia, el mar o las montañas, la amistad de los otros o el amor de quienes nos quieren.
No aconsejo a nadie que procure ir a la cárcel. Sí, si tiene ocasión de hacerlo, que visite alguna tratando de experimentar lo que pueden sentir quienes allí se encuentran recluidos.
Un examen atento de nosotros mismos podría llevarnos a descubrir tantas prisiones interiores y exteriores que nos condicionan: el peso de la mortalidad, de la culpa, de la limitación de nuestro saber y de nuestro poder. No todo está asegurado -en cierto modo, nos lo recuerda también la actual crisis-. No todo, aunque lo anhelemos, nos es debido. Hay un espacio para la gracia, para traspasar las fronteras de lo inmanente, de lo mundano, para abrirse así a la auténtica novedad: la que procede de Dios.
Guillermo Juan Morado.
15 comentarios
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HAsta el punto de que, de tan inmersos como etsmos, en efecto, en esa cultura de los derechos, cada fracaso creemos que se nos debe indemnizar. El éxito es un derecho.
La contrapartida es no saber disfrutar de lo verdaderamenet valioso y gratuito. Si el "reconocimeinto" se nos debe, ¿qué felicidad nos proporcionará tener amigos que verdaderamente nos valoren porque sí, por ser uno mismo?
Y así, todo lo demás que usted cita y que ha escrito magníficamente.
Un post muy bonito.
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Huy! Así nos va. Una generación de fracasados en todo. Como todo tiene que ser "perfecto" y no lo es, pues... la decepción y el fracaso.
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-Prisión y sepulcro es este mundo por tantos idolatrado; Que solo aquellos que de otros espacios supieron saben la oscuridad de sus hierros el sentir.
-¡Ay! ¡Qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel y estos hierros,... lo conocen sí.
Somos tan tontos y nos fiamos tan poco, que a veces necesitamos que nos golpeen pero que bien para despertar a la Verdad, y saber que esta existe y que no es posesión de nadie, sino que somos pequeños testigos de Ella.
No hace falta ser santo para enseñar la alegría cristiana, a veces basta un corazón sincero que expresa por su boca la dulce melodía del alma que Dios está formando con ese barro.
Diez ovejas más que extraviadas que retornan llenas de fe.
Que este encuentro haya transformado verdaderamente sus vidas. Y tomemos nota los que, en el día a día, no valoramos las cosas como debiéramos.
Por primera vez esas personas han experimentado la libertad interior (supongo que acompañada de conversión) Uno puede estar encerrado en cuatro paredes y sentirse verdaderamente libre.
En la Renovación Carismática se experimenta esa "novedad" de la salvación, ese "encuentro personal con Cristo" que no se puede describir con palabras. Sientes a Jesús tan cerca que te parece que está al lado tuyo y lo vas a poder tocar. No lo ves pero lo sientes, o mejor dicho, lo puedes ver con los ojos del alma. Un Jesús tan, tan humilde, que tú te miras y dices: soy un soberbio de marras!. Un Jesús tan, tan santo, que te miras y dices: soy un pecador! Un Jesús tan, tan dulce, qué dulzura! que te miras y dices: soy una piedra!
http://www.revistahuellas.org/default.asp?id=302&id_n=2458&pagina=1
Tiene tanto que ver con la carta de los reclusos que me ha dejado sin aliento.
Mn. Munilla es un pastor, y sabe donde, pese a las apariencias hay "ovejas", es decir personas sencillas, aunque encarceladas, que saben apreciar un detalle de atención, igualmente ocurre en el mundo de los pobres, los preferidos del Señor.
No ocurre así en los autosuficientes, los pagados de sí mismos, los que saben todo de todo, los ..., por eso D. José Ignacio, sabe distinguir bien los caladeros donde pescar, y no porque sea donostiarra, es por otra cosa: celo apostólico.
Nada como una situación especialmente dolorosa que te recuerde tus limitaciones y tu miseria para valorar y darte cuenta de la verdad de lo que realmente merece la pena. Estos reclusos, en medio de su precaria situación, han sido capaces de ver dónde está la verdadera libertad.
Los sentimientos que describen son los que cualquier peregrino o asistente a la JMJ ha podido vivir. Esa fue la realidad que aconteció en muchos de nosotros.
Y en cuanto a Mons. Munilla, en fin... Sencillamente admirable. Se reirán, pero ojalá que le hagan Papa. Si Dios quiere, claro.
Sí, esos presos han descubierto la verdad-perfectamente se podían haber quedado ojipláticos con la cantidad de chicas que había allí,pero no, se han encontrado con Cristo Resucitado,lo único que merece la pena en esta vida realmente-. Es lo que tiene el Amor de Dios, que te cambia por completo y toda sabiduría meramente humana es inmundicia en comparación con dicho Amor.
Una bonita parábola.
No importa en qué momento de nuestra vida nos hemos encontrado con Cristo, sino que lo que importa es cómo cada uno se entrega al servicio del Amor y la disponibilidad para cumplir su Voluntad. Nosotros, que no estamos en una prisión física, debemos mantenernos vigilantes, porque no sólo la oración o el acudir a Misa nos garantiza la Salvación.A estos presos, después de los delitos cometidos, la Misericordia de Dios le otorga la misma posibilidad de salvarse que a los demás. Dios nos juzgará no por el momento en que lo hemos encontrado, sino por los frutos que dejemos. Sin duda, la conversión es una gracia que Dios nos da gratuitamente, pero que requiere por parte de todos, los presos y los ciudadanos"libres", una inmensa lucha diaria hasta el final de nuestros días.
Sin duda, otro entrañable testimonio que enriquece y aporta mucha luz al mundo, tras las celebración de esta última JMJ.
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