Un libro interesante: “En defensa del Papa”
P. Rodari – A. Tornielli, “En defensa del papa”, Ediciones Martínez Roca, Madrid 2011, ISBN 978-84-270-3755-7, 383 páginas, 21 euros.
Paolo Rodari es el vaticanista del periódico “Il Foglio” y Andrea Tornielli el de “Il Giornarle”. Ambos periodistas siguen de modo asiduo, en la prensa escrita y a través de importantes blogs, la actividad de la Santa Sede y, en concreto, del papa Benedicto XVI.
El libro, que se publicó originalmente en italiano con el título “Attacco a Ratzinger. Accuse e scandali, profezie e complotti contro Benedetto XVI”, recorre los primeros cinco años de pontificado del actual papa (2005-2010). Estos años han estado sembrados de polémicas, críticas y significativas batallas mediáticas. Baste enumerar los temas que, sucesivamente, se van tratando en los catorce capítulos del libro: La cita “políticamente incorrecta” del discurso de Ratisbona, los fallidos nombramientos del arzobispo de Varsovia y del obispo auxiliar de Linz, el “asunto Williamson” y el “negacionismo”, la crisis motivada por la referencia a los condones en el viaje a África, las críticas de los “teocon” de EEUU a la encíclica “Caritas in veritate”, el escándalo de la pedofilia, las luchas entre cardenales a propósito de los casos Maciel y Gröer, la constitución apostólica para los anglicanos…, por señalar solo algunos puntos conflictivos.
El pontificado de un papa tan racional, tan evangélico, tan profundamente moderno – en el mejor sentido de la palabra “moderno” – parece estar transcurriendo entre continuos sobresaltos y turbulencias, a pesar de que, como señalan con acierto los autores en el capítulo 13 de esta obra, el mensaje de Benedicto XVI es propositivo y emplea como palabras recurrentes “belleza”, “amor” y “alegría”. Sería injusto reducir su magisterio pontificio a lo que ha sido objeto de polémica.
¿Existe un complot contra el papa Ratzinger? El capítulo 14 intenta responder a esta pregunta recogiendo el parecer de diversos expertos. Para Rino Fisichella, “lo que está en curso es un atentado contra la credibilidad global de la Iglesia” (página 356). Según P. Rodari y A. Tornielli hay tres círculos concéntricos que suelen “atacar” al papa: “lobbies” que intentan debilitar el mensaje de la Iglesia, el disenso en el interior de la misma y los ataques involuntariamente autoproducidos por imprudencias y errores de los colaboradores del papa.
Resulta pertinente preguntarse, como lo hacen muchos de los expertos cuyas opiniones se recogen en el libro, si la gestión de la comunicación y de los ‘media’ por parte del Vaticano es la adecuada y si se ha planteado alguna vez en serio la oportunidad de elaborar una “estrategia comunicativa” (cf página 371).
Muy original es la propuesta del vaticanista francés Jean-Marie Guenois: “La causa de los ataques a Benedicto XVI debe buscarse en el ‘ataque’ de Ratzinger a ciertos problemas: por ejemplo, sobre la liturgia, por ejemplo, sobre la importancia de la relación entre fe y razón, tema este último que ha provocado una gran discusión en Francia, donde se insiste, en cambio, en la separación entre fe y razón, y donde los ilustrados, desde siempre contrarios a la Iglesia católica, se sienten molestos porque hoy la Iglesia casi habla su lenguaje” (página 372).
El libro se lee de un tirón. Como punto negativo señalaría la inadecuada traducción de algunos términos o expresiones. Por ejemplo, a propósito de la constitución apostólica “Anglicanorum coetibus”, se habla de “obispados personales” en lugar de “ordinariatos personales”, que sería el término correcto (ver, por ejemplo, la página 300). Son fallos que se podrán subsanar fácilmente en futuras ediciones que, me imagino, habrá.
La blogosfera española recibe un reconocimiento en la persona de Francisco José Fernández de la Cigoña: según dicen los autores, es el primero – se entiende que en todo el mundo - que habla del levantamiento de las excomuniones a los obispos de la Fraternidad sacerdotal San Pío X (cf página 106).
Quizá a algunos lectores este libro pueda causarles cierta turbación, pero reconforta pensar en unas palabras de J. Raztinger citadas al final de la obra: “Me viene a la memoria una anécdota que se cuenta a propósito del cardenal Consalvi, secretario de Estado de Pío VII. Le dijeron: ‘Napoleón quiere destruir la Iglesia’. Respondió el cardenal: ‘No lo conseguirá, ni siquiera nosotros hemos conseguido destruirla’ ” (página 376).
Guillermo Juan Morado.
15 comentarios
Y el centro y el fundamento de la fe es el mismo: Jesucristo.
Quien esté dispuesto a escandalizarse, siempre podrá hacerlo.
Es difícil creer en Dios. Sería más fácil creer en los santos. No sé si me explico.
Creer nos confronta con el misterio de Dios...
Menos tangible, quizá, de lo que a veces desearíamos.
Y no me he hecho luterano, que conste, con todos mis respetos a los luteranos.
La gente necesita creer, necesita convicciones, se diga lo que se diga la gente siente mucho frío y mucho vacío interior, la Iglesia es el sitio al que todo el mundo acude porque se supone que en ella, las reglas de fuera no cuentan, las reglas de la calle no funcionan, pero si se ataca al Papa, ¿que les queda?, ¿que nos queda?, sí, la fe, nos queda la fe, y el que no la terminó de fraguar, ¿qué hace?.
Bueno, disculpe, me falta cruzar un pié para atravesar la línea de la pesadez.
Nada, Norberto, la culpa es individual. Hay que lamentar que haya quienes escandalicen, pero no se puede cargar con culpas ajenas, o de hace 1000 años o, peor, con calumnias.
Y no todos creyeron en Él.
El objeto y el motivo de la fe es Dios.
Creer en los hombres es relativamente fácil, creer en Dios es menos fácil.
¿A quien creer?, sí, desde luego, solo a Dios y a su enviado Xto., pero nuestro testimonio cuenta y mucho. Nosotros estamos aquí por Alguien que se sirvió de alguien.
No le quepa duda a nadie. Si este Papa irrita es porque toca temas candentes, y lo hace siempre desde la verdad de Dios. Pero, sobre todo, porque lo hace con un lenguaje apto para ser entendido por el hombre de hoy. Esto último lleva a los demonios, nunca mejor dicho, a tantos que niegan la existencia de la verdad o su inteligibilidad. Benedicto XVI, en la medida que le es posible al entendimiento humano, la hace accesible y da muestras elocuentes no sólo de existencia, sino incluso de su presencia.
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