La grave enfermedad
Hablando de la redención Benedicto XVI ha dicho que “si para salvarnos el Hijo de Dios tuvo que sufrir y morir crucificado, no se trata de un designio cruel del Padre celestial. La causa es la gravedad de la enfermedad de la que debía curarnos: una enfermedad tan grave y mortal que exigía toda su sangre” (31.8.2008).
A poco que abramos los ojos podemos percibir que el mal y el pecado constituyen una realidad: en nuestras propias vidas, en la historia de la humanidad e incluso en el conjunto del cosmos. El peso del mal es tan intenso que no puede ser reparado con facilidad. No resulta gratis sembrar amor en medio del odio, justicia donde reina la injusticia, esperanza donde hay desesperación.
No es sencillo curar a quien padece una enfermedad grave, sino que exige un gran esfuerzo por parte de los médicos y del mismo paciente. Cristo es el médico que se hace a la vez paciente. Cristo es el que sana padeciendo; el que padece sanando. Su encarnación es real y no simulada, así como es real su pasión y su cruz: “No podrás salvar esta miseria que es el hombre, si tú mismo no la tomas sobre ti”, decía Orígenes.
El Hijo de Dios tomó nuestra carne, se hizo uno de nosotros, asumió incluso el reverso de la condición humana – cargando con nuestros pecados, con nuestra limitación y con nuestra muerte - . Haciéndose hombre, el Hijo de Dios manifestó, hasta las últimas consecuencias, el amor absoluto e incondicional del Padre: “Sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; por sus llagas habéis sido curados” (1 P 2,24).
El Señor nos ha dado, en la cruz, un arma para seguir venciendo el mal. Nos ha dado su amor, su omnipotente amor que triunfa incluso en medio de la mayor debilidad: “La Cruz constituye el supremo y perfecto acto de amor de Jesús, que da la vida por sus amigos”, recuerda el Papa. Por ella, por la cruz, todo es sanado y llevado a su plenitud.
Cristo es el grano de trigo que muere y da mucho fruto, que hace evidente el triunfo del amor sobre la muerte. El camino de la vida es la entrega, la donación, el “perderse para encontrarse”.
Una redención sin sangre sería, casi, una redención que no toma en cuenta la gravedad de la injusticia: “¿Por qué era necesario sufrir para salvar al mundo? Era necesario porque en el mundo existe un océano de mal, de odio, de violencia, y las numerosas víctimas del odio y de la injusticia tienen derecho a que se haga justicia. Dios no puede ignorar este grito de los que sufren, oprimidos por la injusticia. Perdonar no es ignorar, sino transformar; es decir, Dios debe entrar en este mundo y oponer al océano de la injusticia el océano más vasto del bien y del amor” (Benedicto XVI).
En esta semana de Pasión, siguen golpeando nuestra alma las palabras de San Pablo que recoge la antífona de la comunión de la Misa de hoy: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros: con él nos lo ha dado todo” (Rom 8,32).
Guillermo Juan Morado.
15 comentarios
La fotografía es bella,me hace recordar aquella Saeta,que representabamos en el Cole.
http://www.youtube.com/watch?v=pHwhhVWoFJI
Por cierto el sábado toca evangelizar, cuento con vuestra oración.
Bonne nuit
Gracias.
GJM. Le sugiero que lea el capítulo en el que se aborda esa cuestión del libro "Jesús de Nazaret" de Benedicto XVI.
¿En cualquier caso?... ¿cuál de los dos: el 1º ó el 2º?
GJM. Me refería al segundo libro del Papa, que aborda expresamente ese asunto, meditando sobre la agonía de Cristo en Getsemaní. Es muy conveniente leer directamente ese texto que, por su profundidad, ayudará a esclarecer la cuestión mucho más que una explicación breve en un comentario de un post.
Y el tono de su intervención es bastante inadecuado. No soy un funcionario público, pero sí me merecen respeto los funcionarios públicos. Se ve que a usted no tanto.
Vamos, que si hubiera recomendado disipar dudas leyendo las Octo quaestiones in duos libros Perihermeneias de Duns Scoto en su original, ¡pero el Jesús de Nazaret del papa!
Tampoco entro a responder a preguntas del tipo: "¿Usted cree que soy católico o no?". Esa pregunta ha de respondérsela cada uno a sí mismo y, en caso de duda, que envíe consulta a su Obispo.
A veces uno piensa si merece la pena seguir en esto, en el blog.
Empiezo a pensar que no.
Pero, a la vez, creo que ya, después de un tiempo, lo que uno tenía que decir ya está dicho.
Otros vendrán...
¿Alégrate, Señor, el Ruido ronco
de este Recibimiento que miramos?
Pues mira que hoy, mi Dios, te dan los Ramos
por darte el Viernes más desnudo el tronco.
Hoy te reciben con los Ramos bellos;
aplauso sospechoso, si se advierte,
pues de aquí a poco, para darte muerte,
te irán con armas a buscar entre ellos.
Y porque la malicia más se arguya
de nación a su Propio Rey tirana,
hoy te ofrecen sus capas, y mañana
suertes verás echar sobre la tuya.
Quevedo
Que al menos su último post sea el de san Alberto. Bueno, el penúltimo. Sus últimas palabras (como bloguero) se las tendría que dedicar, indiscutiblemente, al gran Evagrio.
:)
Un cordial saludo para usted y para Yolanda, y rece por mi.
GJM. Un saludo. Comprenda que responder a preguntas que suponen un juicio sobre un caso particular excede lo que, de modo prudente, he de hacer en un blog.
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