Lenguaje y Encarnación

El “Catecismo de la Iglesia Católica”, al referirse al lenguaje de la fe, explica la necesidad de las formulaciones de la fe: las fórmulas expresan realidades y nos permiten acercarnos a estas realidades. Como decía Santo Tomás: “El acto [de fe] del creyente no se detiene en el enunciado, sino en la realidad [enunciada]”.

Las fórmulas en las que se expresa la fe remiten a la objetividad de la revelación. Para el Cardenal Newman, las proposiciones dogmáticas – los enunciados en los que se expresa la fe — constituyen un desarrollo llevado a cabo por la Iglesia a partir de la “impresión“ que la Verdad revelada causa en la mente:

“Los dogmas teológicos son proposiciones que expresan los juicios que forma la mente, o las impresiones que recibe, de la Verdad revelada. La revelación le presenta ciertos hechos y signos, realidades y principios sobrenaturales; esta impresión se convierte de manera espontánea o incluso necesaria, en tema de reflexión por parte de la misma mente, la cual procede a investigarla y a proyectarla en una serie de frases distintas”.

En este proceso que va de la revelación a las proposiciones de la fe - “dogmáticas”, según la terminología que emplea Newman —un primer momento es receptivo: la mente recibe de la revelación “ciertos hechos y signos, realidades y principios sobrenaturales” que causan en ella una “impresión”. El segundo momento es activo y dependiente del anterior: la mente reflexiona, investiga, forma juicios acerca de esta impresión y los expresa en proposiciones.

La revelación constituye una “Idea”, una realidad viva que se impone como un todo a la mente, con una incidencia efectiva en ella, causando una “impresión”. A partir de esta “idea-impresión”, la mente, conforme a su propia naturaleza, elabora las proposiciones dogmáticas.

En definitiva, la posibilidad de emplear formulaciones de la fe se debe a la economía de la revelación, a la condescendencia en virtud de la cual la revelación se adapta a las capacidades que el hombre tiene de recibirla y de expresarla. La inteligencia humana no puede conocer reflejamente la revelación como un todo, sino que, como sucede en el conocimiento de otras realidades, necesita “componer y dividir”. La revelación como “Idea” es única e íntegra y tiene la prioridad sobre las proposiciones dogmáticas que, por la limitación de la mente y la imperfección del lenguaje humanos, la expresan real pero fragmentaria y parcialmente.

Las proposiciones de la fe, en su remitirse a la revelación, garantizan la objetividad de la fe. No es el sujeto quien se da a sí mismo el contenido de lo que cree. La fe no se reduce a lo subjetivo – a un sentimiento o a un conjunto de opiniones elaboradas en conformidad con el propio juicio — sino que necesariamente remite a un contenido dado, que proviene de una instancia exterior y superior al propio yo.

Este contenido objetivo es real; es Dios mismo manifestado al hombre en Cristo. Son los objetos, cuya impresión original en la mente perpetúan las proposiciones doctrinales, los que otorgan significado y unidad a estas proposiciones. Las proposiciones no son meras palabras, sino que representan los objetos reales de la fe.

En la Encarnación encontramos el fundamento de la capacidad de lo humano para expresar lo divino: “Jesús de Nazaret, en sus pretensiones de ser el Hijo, no expresa una de tantas voces de Dios; es Dios como el Padre y su lenguaje es, en términos humanos, el lenguaje mismo que Dios pronuncia para la humanidad” (R. Fisichella). El lenguaje humano de Jesús es el único conforme al de Dios, en virtud de su relación filial, ya que “en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2,9).

La naturaleza humana de Cristo no es un sujeto personal, pues en Cristo no hay más que una sola persona, la del Hijo, uno de la Trinidad (DH 424). Por ello, “todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto”, dice el “Catecismo”. También su lenguaje. Verdaderamente, en Jesús quien habla es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre sin dejar de ser Dios. Como explica la Declaración “Dominus Iesus”: “La verdad sobre Dios no es abolida o reducida porque sea dicha en lenguaje humano. Ella, en cambio, sigue siendo única, plena y completa porque quien habla y actúa es el Hijo de Dios encarnado”.

Guillermo Juan Morado.

2 comentarios

  
Guillermo Juan Morado
Quizá hasta el lunes, o el martes, no pueda moderar los comentarios.

Pero si lo desean, pueden hacerlos.
10/04/11 12:02 AM
  
Manuel Rodriguez
El Padre Morado, doctor en Teología usa en su exposición, como debe ser, un lenguaje teológico. Sin embargo, ya tenemos la adversativa, ese lenguaje ¿Aproxima la fe al común de los cristianos? No lo sé. La fe personal, no la genérica, teológica y dogmática, es idiosincrásica y conocida por los demás por sus manifestaciones lingüísticas o actos personales cuyo origen puede radicarse en la fe.

Dudo que, cada uno, pueda saber el alcance de su fe personal. Mi experiencia, me lo dice.

Verán. Tengo escrito: ‘En 1999 se me ocurrió preguntarme por mi credo ¿Por qué creo lo que creo? Responder a esa pregunta es imposible sin contar con mi biografía. Al buscar el origen de mi fe me encuentro de lleno con mi vida, cuya visión autobiográfica bosquejé en un relato que introduje con esta cita evangélica: “Creo; ayuda mi incredulidad (Mc. 9,24)” que inicia este largo párrafo:

‘El último tercio del segmento vital que va desde el “Gloria in excelsis Deo” al “Consumatum est” particular, se presta a pensar, meditar, orar y “hacer cuentas”. La humanidad se ha interrogado, siempre: ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos? La fe ofrece su respuesta, pero la fe es un don gratuito de Dios y no está al alcance de cualquiera; precisa ciertas condiciones que si fallan, la fe se descompone. Si Jesús califica a sus amigos como generación incrédula y esto se lo dice, a los que con él conviven, que están a su lado y lo palpan ¿Qué será de nosotros?

Para contestar tales preguntas se impone reflexionar sobre el asunto ¿Cómo es nuestra fe? ¿Cómo es la fe de un individuo nacido en los albores de la guerra civil, en un pueblo andaluz, en una familia cristiana? ¿Cuales han sido los vericuetos más o menos laberínticos por los que ha discurrido? ¿Es necesario justificar la fe propia? ¿Es útil? ¿Servirá para algo escudriñar en los pliegues y repliegues del alma? ¿Alcanzaré la respuesta a tanta pregunta? No lo sé, pero hay algo que explicarme puedo a partir de mi credo personal, hoy. Yo confieso mi raíz cristiana, mi permanencia en la cristiandad y mi profundo deseo de creer, es posible que quiera creer que creo.

¿Por qué soy cristiano? ¿Por qué confieso y profeso esta fe? ¿Por qué las contradicciones personales? Tales preguntas precisan respuesta e intentaré responder a la luz de mis creencias, con aciertos y errores, contradicciones y coherencias; luces, sombras y claroscuros. Nada es casual ¿O sí? Sí causal ¿O no? La vida presente hunde sus raíces en lo más ancestral de la biología propia y todo lo acontecido en el pasado ha influido, sensiblemente, creo yo, en mi vida. Escudriñar en mi fe exige repasar mi biografía que ha influido de modo decisivo en mi credo’.

Y llegó el epílogo con esta cita: “Y el que planta y el que riega son una misma cosa; aunque cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor (1Co 3,8)” que inicio asi: “Empecé con el propósito de buscar respuesta a una serie de interrogantes de índole espiritual, tan es así que al archivo le denominé: credo; después de tantas páginas [175 DIN A4] descubro que no las he respondido. Al principio, yo conducía el relato; conforme iba discurriendo por las distintas décadas en que he clasificado mi vida percibía que lo escrito, adquiría vida propia; me conducía por los vericuetos que imponía la propia narración, más que discurrir por mi fe, lo hacía por la biografía de mi vida; es posible que explique, que no justifique, mi credo ya que las preguntas clave están sin responder. A lo largo del relato he descubierto que Dios parece que se esconde, pero Dios está ahí siempre, lo que pasa es que la fe es débil, desconfiada o exigente; uno se cree poderoso ante cualquier éxito de tres al cuarto, esperas mucho de ti mismo, incluso crees que lo puedes todo; la adversidad nos pone en nuestro sitio, cuando te encuentras a solas contigo, cuando buscas confiadamente a Dios se revela y te conforta, porque ocurra lo que ocurra, siempre será lo mejor aunque no lo parezca” y concluyo con esta cita:

“Solo me queda decir con el salmo 15: El Señor es el lote de mi heredad; mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”, y cierro:

“Loado sea el Señor por los siglos de los siglos, Amén”.

“Teorizar” (permítaseme la expresión) sobre la fe, está muy bien y es enriquecedor. Sin embargo, de nuevo la adversativa, es la fe personal e intransferible la que nos une a la divinidad, la que conformará nuestra vida y ayudará o complicará, según lo hagamos, a nuestros hijos y próximos, la que en definitiva debe interesarnos. Es esa la perspectiva desde la cual he enfocado este largo comentario.

Es la visión de un seglar, cuya vida de fe ha seguido una gráfica sinusoidal, la que he querido plasmar, por si pudiera servir de contraste o cotejo a otros seglares, que hayan experimentado sensaciones equivalentes. Y ya me callo. Que Dios os guarde a todos. MR.



GJM. Gracias por su comentario. Usted emplea un registro más testimonial-vivencial, yo he usado el post un lenguaje más teórico. Creo que son aproximaciones complementarias.
10/04/11 1:36 PM

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