Dios no retrocede ante nada

Estamos ya muy cerca de celebrar la Semana Santa, de contemplar, en la actualidad de la celebración litúrgica, la hondura, la universalidad y la coherencia del amor de Dios. Un amor que no retrocede ante nada, ni siquiera ante lo más contrario a sí mismo: el pecado y la muerte.

Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la expresión en forma humana del amor divino. Él “redimió” – es decir, sanó, restauró y elevó – lo que “asumió”, la naturaleza humana herida por el pecado, y cargó sobre sí las consecuencias que el pecado desencadenó en el mundo.

Todo el misterio de la Encarnación, que incluye la redención, quedaría privado de seriedad y de dramatismo si banalizásemos la distancia infinita que separa al hombre de Dios, a la creatura del Creador y, más aún, al pecador del Justo.

Los primeros discípulos, sorprendidos por la novedad de Cristo, maravillados por su vida, por su pasión, muerte y gloriosa resurrección, acudieron a las Escrituras para encontrar en ellas un horizonte de sentido que les permitiese comprender, hasta cierto punto, el designio de Dios que en Él, en Jesús, había alcanzado su plenitud.

El Nuevo Testamento surge así como una interpretación del misterio de Cristo a la luz de lo que hoy llamamos “Antiguo Testamento”. Inspirados por Dios, dotados por el Espíritu Santo del carisma de la transmisión fiel, los autores del Nuevo Testamento reflejaron por escrito las líneas esenciales y normativas acerca de la identidad y de la misión de Jesús.

Entre estas claves fundamentales está también, y no en un papel secundario, la idea de “expiación”. San Pablo habla de Jesús como “propiciatorio” (Rm 3,25), de Cristo mismo como instrumento de propiciación, como víctima de expiación por todos los pecados. Un motivo que, en la teología posterior, se desarrolló con ayuda de la categoría de “satisfacción”.

El Concilio de Trento, hablando de la justificación, enseña que Jesucristo “por la excesiva caridad con que nos amó, nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz y satisfizo por nosotros a Dios Padre”.

¿Qué significa todo esto? ¿Qué horizontes de comprensión puede resultarnos hoy útiles para que, sin negar ni la Escritura ni la Tradición, podamos entender un poco mejor lo que se contiene en la Escritura y en la Tradición?

A mí me ayuda, en la meditación de estos temas, pensar en el amor de Dios como un amor que no retrocede, que llega hasta el final, que asume – para vencer – los muros más altos que se levantan contra él.

La raíz del pecado es la desobediencia, el desamor basado en la desconfianza. Cristo se hace “uno por todos” y con su obediencia asume y vence nuestra rebeldía; con su amor teándrico, humano-divino, asume las consecuencias de nuestro desamor y de nuestra desconfianza.

La oferta salvadora de Dios se encuentra con el rechazo del hombre, con la condena del Inocente, con la crucifixión del Justo. Pero exactamente ahí, donde parecería que el poder de este mundo tendría la última palabra, Cristo es capaz de invertir el sentido, de darle la vuelta a las cosas. Y el Padre - que jamás pudo dudar de la respuesta del Hijo -, por amor a nosotros, lejos de rescatarlo del sufrimiento, consintió en su ofrenda, dándonos hasta el final, hasta el extremo, lo que más quería. ¿Quién puede “dolerse” más que el Padre de la muerte del Hijo?

La Resurrección es la prueba evidente del “no abandono” del Padre hacia el Hijo. Dios se acerca al Justo y lo fortalece en su padecimiento y lo “rehabilita”, abriendo para un Hombre un modo de vida para siempre triunfador de nuestros límites e injusticias; sin menoscabar en nada, sin disfrazar, el alcance terrible de la injusticia.

El drama de Cristo es la muestra del compromiso de Dios con el destino humano. No es una broma la condición del hombre ni es un “paseo triunfal” –mundanamente hablando– el paso del Verbo encarnado por nuestra tierra.

San Juan lo resume con la profundidad que lo caracteriza: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). Que el amor divino sea expiatorio es un signo de nuestro alejamiento y de nuestra resistencia. Es, a la vez, una prueba de que Dios nos ama con todas las consecuencias.

Guillermo Juan Morado.

25 comentarios

  
Yolanda
Pues queda muy claro y muy bellamente explicado.

"¿Qué horizontes de comprensión puede resultarnos hoy útiles para que, sin negar ni la Escritura ni la Tradición, podamos entender un poco mejor lo que se contiene en la Escritura y en la Tradición?"

Grave problema de nuestra época: cuando no entendemos algo, en vez de aproximar la manera de explicarlo a nuestra comprensión, lo borramos de un plumazo.
01/04/11 11:58 PM
  
Guillermo Juan Morado
En mi modesto entender, la Teología no debe aspirar a explicarlo todo. Porque Dios no es completamente explicable. Dios es Dios.

Con mucha frecuencia hablo con un científico amigo mío - él es biólogo y ha sido profesor de Universidad y, antes, investigador - . Hoy es sacerdote. Y me hace ver que la misma ciencia es así de limitada.

Si es así de limitada la ciencia de la vida, ¡cuánto más tiene que serlo la "ciencia de la fe"!

El problema surge cuando, si algo nos sorprende, en lugar de buscar su intelección partiendo del objeto, intentamos reducir el objeto al sujeto. Es decir, intentamos que el mundo - o, peor aun - Dios, entre dentro de nuestros esquemas previos.

Me parece un error.

Una Teología que elimine el misterio, que pretenda superarlo - aunque sea en sentido hegeliano - no es auténtica Teología.

02/04/11 12:05 AM
  
Luis Fernando
La cruz tiene, para el razonamiento humano, un punto de ilógica que sólo se puede superar desde la fe.

Que el mayor acto de amor de Dios hacia el hombre haya tenido lugar en un instrumento de maldición, pues eso era la cruz antes de que Cristo la convirtiera en herramienta de salvación, es una paradoja que sólo encuentra explicación en la santidad del Creador. En la cruz se abrazan la justicia y la misericordia.

Quienes niegan la justicia convierten la misericordia en una farsa.

02/04/11 12:33 AM
  
Guillermo Juan Morado
La misericordia no puede negar nunca la justicia.


Un padre o una madre a quienes les han asesinado a su hijo o a su hija, no pueden decir que eso no tenga importancia. Porque decir eso sería una burla.

Sí se puede asumir que ese daño, que esa ofensa, sin ser negada, sea superada en un amor más grande, capaz de poner las bases para reparar esas injusticias.
02/04/11 12:39 AM
  
Guillermo Juan Morado
No olvidemos el sentido de la Cruz.

Es el mayor pecado que jamás se haya cometido: La condena del Inocente.

Es, a la vez, la mayor muestra de misericordia. Jesús, voluntariamente, carga con esa condena para convertir el mayor pecado en el mayor acto de obediencia. Si Jesús "se defiende", nos destruye. Cargando con esa "culpa", asumiéndola, nos redime.

Yo no digo que esto sea fácil...

Pero que por ahí va, en la línea de la Escritura y de la Tradición, sí.


Pero esa generosidad solo la tiene Dios.
02/04/11 12:44 AM
  
Marcos W
Many thanks, pater. Es un profundo post en cada párrafo escrito.

Destaco un par de párrafos porque me ha recordado lo importante entre tanto aprendiz de "teólogo" que pretende igualar al hombre con Dios y reducir el Sacrificio de Nuestro Señor y la expiación a un mero mito simbólico que se diluye en conceptos de "fraternidad" humana.

"Todo el misterio de la Encarnación, que incluye la redención, quedaría privado de seriedad y de dramatismo si banalizásemos la distancia infinita que separa al hombre de Dios, a la creatura del Creador y, más aún, al pecador del Justo. [...]

El Concilio de Trento, hablando de la justificación, enseña que Jesucristo “por la excesiva caridad con que nos amó, nos mereció la justificación por su pasión santísima en el leño de la cruz y satisfizo por nosotros a Dios Padre."

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¿Cuál es el significado del acto de sacrificio por el Unigénito hace mucho tiempo? ¿Por qué el principal sacramento de las enseñanzas de Jesús se cierne sobre nuestros altares? ¿Por qué prestamos tanta atención al Cristo crucificado cuando caminó entre nosotros como resucitado por mucho más tiempo del que colgaba de la cruz?

Pues porque Él comienza su sacrificio doloroso por nosotros y desde nuestro punto de vista humano buscamos un verdadero sentido a la importancia de su Misterio.

La Pasión de nuestro Señor siempre ha sido alimento para el alma católica, en el sacramento de la Eucaristía, en la imagen del Crucifijo, y en la contemplación orante.

La Pasión es donde nos encontramos con nuestro amoroso llanto y con la identificación con Él, desde su condena ante Poncio Pilatos, a su cuerpo sin vida en la tumba.

Este clamor por su Pasión y redención se ha llevado a cabo a través de casi dos milenios y se descubre de nuevo en el corazón de todos los cristianos.

Nos vemos reflejados en el sufrimiento de Jesús, nuestros pecados marcados en su espalda mientras nuestros corazones se rompen con los que le traicionan y son traicionados con Él.

Nosotros, por nuestros pecados, nos vemos reflejados en su crucificadores y lloramos nuestra culpa cuando lo bajan de la Cruz inmóvil.

"He aquí el Cordero de Dios: He aquí el que quita el pecado del mundo". Esto es verdad.

Fuimos atacados por el pecado mortal, como serpientes en el desierto. Pero, para nosotros, cuando volvemos nuestra mirada a Quien padeció y venció a la muerte, nos encontramos con nuestro remedio.

Es por eso que volvemos nuestra mirada a la Cruz. Es por eso que la muerte de Jesús en la cruz puede parecer tan dulce para nosotros, mientras que es un insulto para el hombre ajeno a lo trascendente.

Es por eso que nos sentimos orgullosos de llevar un crucifijo alrededor del cuello, mientras que los incrédulos se ríen de nosotros como si estuviéramos locos.

Nosotros sabemos la verdad sobre todo esto y nos transforma: Su muerte es nuestra salvación y por lo que encontramos la esperanza en Él.

Nada mejor pone fin a la torpeza del pecado ante nuestros ojos como una mirada larga y profunda en el cuerpo sufriente de Cristo.
02/04/11 12:56 AM
  
Guillermo Juan Morado
Creo que nos puede ayudar a todos, entre otras cosas, leer con mucha calma "Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurección", de Joseph Ratzinger- Benedicto XVI.

Pero, vamos, como J. Ratzinger es "un autor más" - a decir de algunos- , aunque sea muy "significativo", se puede ir al "Catecismo" y, en otro orden, a los mejores tratados recientes de Cristología.

02/04/11 1:04 AM
  
Koko
GJM: "Él “redimió” – es decir, sanó, restauró y elevó – lo que “asumió”, la naturaleza humana herida por el pecado, y cargó sobre sí las consecuencias que el pecado desencadenó en el mundo".

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D. Guillermo, por desgracia, todavía hay quien identifica redención y salvación, a pesar de reconocer que ambos términos son, por así decirlo, sinónimos. Es decir, existen teólogos que aún interpretan la redención-salvación en un sentido absoluto, como si el hombre ya no tuviese que hacer nada por su parte, e incluso argumentan que si Dios ha querido salvar a toda la humanidad, a todos los hombres, ¿Cómo puede el hombre rechazar la salvación de Dios, si es Dios, el que le ha querido salvarle de hecho?¿Es que acaso el hombre puede romper el designio salvífico de Dios?¿Es que el hombre tiene más "poder" que Dios, como para destruir su plan de salvación sobre el hombre?

Digo esto, porque esto se sigue planteando en facultades teológicas, y en algunas ocasiones se llegan a conclusiones luteranas. De ahí, que el término redención es preferible al de salvación a la hora de explicar este misterio cristológico, porque la redención es algo más específico, mientras que la salvación es como más general, aunque también se puede caer en el reduccionismo más radical como hizo Lutero y la consiguiente teología liberal.

Por eso, por ejemplo, el Papa tuvo mucho cuidado en la encíclica Spe Salvi al afirmar en la misma introducción: "Según la fe cristiana, la "redención", la salvación, no es simplemente un dato de hecho". (SS nº1).

Es de destacar como se preocupa de poner entre comillas la palabra redención, y esto lo hace porque ambas no son "identificables". Por eso se puede sostener, sin entrar en equivocos, que hemos sido redimidos, pero no "salvados" (por lo menos hablando en sentido estricto). Es decir hemos sido liberados del pecado y reconciliados con el Padre, pero todavía nos toca "salvarnos", es decir, asumir en nosotros esa redención, o mejor dicho, "apropiarnos" esa redención-salvación operada por Cristo.

Por eso, aunque la redención se ha aplicado a toda la humanidad, es decir, la universalidad de la redención no significa que necesariamente todos los hombres hayan de salvarse. Es verdad que todo hombre, sin excepción alguna, ha sido redimido por Cristo, pero todo hombre puede rechazar la salvación que se le ofrece. Es importante destacar, esto del ofrecimiento, como el mismo Benedicto XVI pone de relieve a continuación en el citado número "se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente..." (SS nº 1).

Por eso, para ser salvado, el hombre debe recibir en sí el efecto de la redención. Por tanto, cuando un hombre no se salva, no es porque Cristo no le haya redimido, sino porque él ha rechazado la gracia de la redención.

Por tanto, ante la posible pregunta ¿porque no todos se salvan? podríamos responder, porque no todos "quieren" salvarse. Esto es, Cristo por su parte, ciertamente murió por todos, para salvarnos a todos. Pero, el hombre por su libertad puede rechazar esa gracia y así no acoger la salvación ofrecida por Dios en la redención.

Es de capital importancia hacer una distinción entre redención objetiva y subjetiva. Ya que la primera se refiere a la redención operada por Cristo, que es absolutamente universal, mientras que la segunda hace referencia a la salvación hecha efectiva en cada hombre, porque los hombres pueden no salvarse. Aquí se ve claramente el respeto del propio Dios a la libertad humana. De ahí la frase conocida de San Agustín "Dios que te creó sin tí, no te salvará sin ti".

Por tanto, la redención es objetivamente universal no sólo porque Jesucristo haya ganado la posibilidad de salvación para todos los hombres, sino porque Él ofrece de hecho a todos y a cada uno de los hombres los medios suficientes para alcanzar la salvación. Por eso, podemos sostener que Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad y a todos ofrece la gracia suficiente para que acptandola libremente se salven y alcancen la gloria celestial.

Por esto, la Iglesia enseña que ningún hombre se condena no porque no haya tenido la posibilidad de salvarse. Ya que esta posibilidad se ofrece a todos los hombres especialmente mediante la predicación y los sacramentos de la Iglesia, incluso también a aquellos que, sin culpa propia, no han recibido esa predicación y esos sacramentos. Por eso, Dios ofrece, aunque sea de un modo oculto para nosotros, la posibilidad de recibir la gracia de Cristo y de llegar después a la vida eterna. De ahí que la universalidad de la redención-salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar verdaderamente a disposición de todos. Pero es evidente que tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no han tenido o no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Y viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas. Por eso, para ellos, la salvación de Cristo es de algún modo accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada a su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo (¿cristianos anónimos? K. Rahner), y por ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su libre colaboración. Sin embargo, esto, en todo caso, no diminuye la importancia de la misión de evangelizar que ha sido confiada por Jesús a la Iglesia, porque la doctrina y los sacramentos de Cristo hacen que el hombre pueda vivir más fácilmente una recta vida moral que esindispensable para "lograr alcanzar" la salvación, y porque además la unión con Cristo a través de la fe y de los sacramentos es un inmenso bien que prepara una gloria incomparable que de otro modo se vería mermada.

Decía Juan Pablo II en la catequesis del 10 de agosto de 1988 "La redención es, pues, la nueva creación en Cristo. Ella es el don de Dios (la gracia), y al mismo tiempo lleva en si una llamada dirigida al hombre. El hombre debe cooperar en la obra de liberación espiritual, que Dios ha realizado en él por medio de Cristo. Es verdad que 'habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es don de Dios' (Ef 2, 8). En efecto, el hombre no puede atribuir a sí mismo la salvación, la liberación salvífica, que es don de Dios en Cristo. (Esto como sabemos sería caer en el pelagianismo). Pero al mismo tiempo tiene que ver en este don también la fuente de una incesante exhortación a realizar obras dignas de tal don. El marco completo de la liberación salvífica del hombre comporta un profundo conocimiento del don de Dios en la cruz de Cristo y en la resurrección redentora, así como también la conciencia de la propia responsabilidad por este don: conciencia de los compromisos de naturaleza moral y espiritual, que ese don y esa llamada imponen. Tocamos aquí las raíces de lo que podemos llamar el 'ethos de la redención". Hasta aquí la cita del Papa Juan Pablo II.

De todos modos, la doctrina de la redención operada por Cristo está muy bien explicada por Raztinger en su Introducción al Cristianismo en el apartado dedicado a Jesucristo (2ª parte), en el punto 4º sobre los caminos de la cristología, en el epígrafe b, titulado Cristología y doctrina de la redención. Según la edición que tengo decimocuarta), en las páginas 194-196.

La verdad es que pocas veces es leido algo tan sencillo y al mismo tiempo tan profundo sobre este tema fundamental de nuestra fe, como este texto del entonces Cardenal Raztinger. No me extraña que esta obra este considerada "una de las mejores realizaciones teológicas de la teología contemporánea".

02/04/11 1:54 AM
  
Marcos W
Síntesis (por qué la Cruz)

http://www.aciprensa.com/Catecismo/lacruz.htm

"Porque la predicación de la cruz es locura para los que se pierden... pero es fuerza de Dios para los que se salvan" (1 Cor 1, 18), como el centurión que reconoció el poder de Cristo crucificado.

Él ve la cruz y confiesa un trono; ve una corona de espinas y reconoce a un rey; ve a un hombre clavado de pies y manos e invoca a un salvador. Por eso el Señor resucitado no borró de su cuerpo las llagas de la cruz, sino las mostró como señal de su victoria. Lee: Juan 20, 24-29.

San Pablo resumía el Evangelio como la predicación de la cruz (1 Cor 1,17-18). Por eso el Santo Padre y los grandes misioneros han predicado el Evangelio con el crucifijo en la mano: "Así mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos (porque para ellos era un símbolo maldito) necedad para los gentiles (porque para ellos era señal de fracaso), mas para los llamados un Cristo fuerza de Dios y sabiduría de Díos" (1Cor 23-24).

Hoy hay muchos católicos que, como los discípulos de Emaús, se van de la Iglesia porque creen que la cruz es derrota. A todos ellos Jesús les sale al encuentro y les dice: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? Lee: Lucas 24, 25-26. La cruz es pues el camino a la gloria, el camino a la luz. El que rechaza la cruz no sigue a Jesús. Lee: Mateo 16, 24

Nuestra razón, dirá Juan Pablo II, nunca va a poder vaciar el misterio de amor que la cruz representa, pero la cruz sí nos puede dar la respuesta última que todos los seres humanos buscamos: «No es la sabiduría de las palabras, sino la Palabra de la Sabiduría lo que San Pablo pone como criterio de verdad, y a la vez, de salvación» (JP II, Fides et ratio, 23).
02/04/11 2:00 AM
  
luis
¿La raíz del pecado es la desobediencia? Puede ser, aunque me parece que el miedo es más fuerte. Y el miedo empuja a la desobediencia.
02/04/11 2:39 AM
  
Marcos W
CATECISMO DE TRENTO

(cuarto artículo, sección 5)

[5] Los fieles deben saber bien los puntos principales de este misterio de la Cruz, que se juzgan más necesarios para confirmar la verdad de nuestra fe, pues la religión y la fe cristiana se apoyan en este artículo como en seguro fundamento, y fijo éste, fácilmente se establecen los demás.

En efecto: • el misterio de la Cruz es el más difícil de creer; • pero es también el que mejor manifiesta la sabiduría de Dios: no habiendo los hombres conocido a Dios por la sabiduría humana, quiso Dios salvarlos por la locura de la Cruz (I Cor. 1 21.)

Por eso, Dios lo anunció en el Antiguo Testamento por medio de figuras (Abel, el sacrificio de Isaac, el cordero pascual, la serpiente de bronce) y por medio de profecías (entre las que sobresalen el Salmo 21 y el capítulo 53 de Isaías); • y por eso también los Apóstoles dedicaron todos sus esfuerzos y sus afanes en someter a los hombres a la potestad y obediencia del Crucificado.

«Muerto»

[6] Es una verdad de fe que Jesucristo murió verdaderamente en la Cruz, ya que todos los Evangelistas convienen en que expiró, y porque siendo verdadero y perfecto Hombre, podía morir. Además, era conveniente que Cristo muriera, para destruir por su muerte al que tenía el imperio de la muerte, el diablo, y para librar de la muerte a los que el diablo mantenía en servidumbre (Heb. 2 10, 14-15.)

[7] Cristo murió voluntariamente, porque quiso (Is. 53 7; Jn. 10 17-18.), y en el tiempo y lugar en que quiso (Lc. 13 32-33.); por donde conocemos la infinita y sublime caridad de Jesucristo, que se sometió gustoso por nuestro amor a una muerte de la que fácilmente podía librarse.

Por eso, la consideración de las penas y tormentos de nuestro Señor debe excitar los sentimientos de nuestro corazón al agradecimiento por tan gran caridad, y al amor de quien tanto nos amó.


02/04/11 3:53 AM
  
Norberto
Dios no se pone límites a su amor por el hombre, su criatura predilecta,y,como es infinito, pues...¡vamos,que no se corta un pelo!.
02/04/11 8:47 AM
  
Jesús
Padre, quisiera saber su opinión sobre un arriesgado intento teológico mío:
http://gradllon.wordpress.com/2010/12/12/el-poder-de-dios/

GJM. Me resulta muy difícil consultar todos los enlaces...
02/04/11 8:51 AM
  
Yolanda
El problema surge cuando, si algo nos sorprende, en lugar de buscar su intelección partiendo del objeto, intentamos reducir el objeto al sujeto. Es decir, intentamos que el mundo - o, peor aun - Dios, entre dentro de nuestros esquemas previos.
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Y eso, padre, es lo que con tanta facilidad y "dulzura" seduce de los progres y etereomísticos anfibológicos... pero a medio plazo lleva a un vacío como el que ellos mismos, al menos en privado, sienten y tienen que admitir: la falta de sentido sobrenatural, el Hombre elevado a razón última y medida de todo. El completo vacío.

Así, si algo encaja en nuestras preconcepciones postmodernas, bien; si no encaja, se lo hace encajar con calzador (se "repiensa"); si aun "repensado críticamente" al modo de una "fe adulta" sigue sin encajar... se borra y santas pascuas.

Con este proceso, tan archiconocido, la verdades (que no se llaman ya verdades, no vayamos a parecer dogmáticos) de la fe suelen quedar muy bonitas y aceptables, muy lenes y vaporosoas, adaptadas (repensadas) a la medida del hombre light de hoy.

He visto un comentario en otro blog, de un comentarista que seguro que me presta una frase para que la cite. Se refiere a esas teologías lenes y vaporosas:

Su modo de escribir y presentarlo es tremendamente atractivo, y ahí radica su gran peligro, pues en realidad usa de las verdades y dones confiados y conferidos por Nuestro Señor a la Iglesia, y las usa como meras figuras con las que reinventa toda una espiritualidad mezcla de pseudo-metafísica, racionalismo y espiritualidad orientalista que justo viene a satisfacer de modo inminente, casi como una droga, las necesidades psicológicas que padece el ser humano exento de gracia divina.

...exento de gracia divina... qué mal, ¿no? para esas doctrinas, ¿necesitaríamos seguir poniéndonos el nombre de católicos? Pues no, claro. Adscríbanse a ello quienes no quieran cargar cruces ni quieran reconocerse necesitados de redención, pero que no lleven, en ese caso, la señal del cristiano, que es la santa cruz.
02/04/11 8:54 AM
  
Yolanda
off-topic:

qué hermoso lo que publica hoy la Buhardilla sobre Juan Pablo II, el "bellísimo testimonio del ceremoniero pontificio Konrad Krajewski"
02/04/11 9:01 AM
  
vicente
Dios nos ama y eso nos ha de bastar.
02/04/11 12:03 PM
  
Antonio
Padre, le envío unos comentarios que ya posteé en esta web, me gustaría conocer su opinión al respecto, seguro que será interesante:
Es obvio que la cruz es un aspecto central del cristianismo y que no existe contraposición entre la cruz y el amor, la cruz es el acto supremo de amor, el completo vaciamiento del Hijo de Dios.
Es también obvio que la expiación de la cruz no puede ser interpretada como la venganza exigida por un Dios cruel. Dicha interpretación no es compatible con el Dios de Cristo y de la Iglesia. Precisamente esto es lo que señala Benedicto XVI en su interpretación de la idea de expiación en la segunda parte de su “Jesús de Nazaret” (p. 270 de la edición en español):
“Si tratamos de reflexionar un poco más a fondo sobre esta convicción, encontramos también la respuesta a una objeción suscitada repetidamente contra la idea de expiación. Tantas veces se dice ¿Acaso no es un Dios cruel el que exige una expiación infinita? ¿No es esta una idea indigna de Dios? ¿No debemos quizás, en defensa de la pureza de la imagen de Dios, renunciar a la idea de expiación? En la presentación de Jesús como hilasterion se puede ver cómo el perdón real que se produce partiendo de la cruz tiene lugar precisamente de manera inversa. La realidad del mal, de la injusticia que deteriora el mundo y contamina a la vez la imagen de Dios, es una realidad que existe por culpa nuestra. No puede ser simplemente ignorada, tiene que ser eliminada. Ahora bien, no es que un Dios cruel exija algo infinito. Es justo lo contrario: Dios mismo se pone como lugar de reconciliación y, en su Hijo, toma su sufrimiento sobre sí. Dios mismo introduce en el mundo como don su infinita pureza. Dios mismo “bebe el cáliz “ de todo lo que es terrible, y restablece así el derecho mediante la grandeza de su amor , que a través del sufrimiento transforma la oscuridad”.
Como se puede ver, Benedicto XVI, hace una profunda reinterpretación de la idea de redención y expiación. Lejos de seguir a San Anselmo lo critica abiertamente (“no es que un Dios cruel exija algo infinito”). Se aparta claramente y valientemente del sentido de reparación infinita del pecado humano y abre un nuevo sentido profundamente renovador y alejado de la tradición de tintes más crueles en esta materia. Creo que es algo que debe decirse abiertamente y no ocultarse porque abre vías teológicas interesantes en esta materia que ponen fin a muchos prejuicios e incomprensiones en torno a la salvación y redención de la cruz.

02/04/11 12:17 PM
  
Antonio
Más Ratzinger, Padre:
(Extraído de “Introducción al Cristianismo”. de Joseph Ratzinger)
“Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado..
a).- Justificación y gracia.
¿Qué lugar ocupa la cruz dentro de la fe en Jesús como Cristo? Este es el problema ante el cual nos sitúa este artículo de la fe. Nuestras reflexiones anteriores nos han dado los elementos esenciales de la respuesta; ahora debemos unirlos. La conciencia cristiana en general, como dijimos antes, está condicionada a este problema por la concepción de Anselmo de Cantebury, cuyas líneas fundamentales expusimos anteriormente. Para muchos cristianos, especialmente para los que conocen la fe sólo de lejos, la cruz sería una pieza del mecanismo del derecho violado que ha de restablecerse; sería el modo como la justicia de Dios, infinitamente ofendida, quedaría restablecida con una actitud que consiste en un estupendo equilibrio entre el deber y el tener que; pero al mismo tiempo, uno tiene la impresión de que todo eso es pura ficción. Se da a escondidas, con la mano izquierda, lo que recibe solemnemente la mano derecha. Una doble luz misteriosa alumbra la .expiación infinita. que Dios parece exigir. Los devocionarios presentan la concepción según la cual en la fe cristiana nos encontramos con un Dios cuya severa justicia exigió el sacrificio de un hombre, el sacrificio de su propio hijo. Pero con temor no apartamos de una justicia cuya oculta ira hace increíble el mensaje del amor.
Esta concepción se ha difundido tanto cuanto falsa es. La Biblia no nos presenta la cruz como pieza del mecanismo del derecho violado; la cruz, en la Biblia, es más bien expresión del amor radical que se da plenamente, acontecimiento que es lo que hace y que hace lo que es; expresión de una vida que es para los demás. Quien observe atentamente, verá cómo la teología bíblica de la cruz supone una revolución en contra de las concepciones de expiación y redención de la historia de las religiones no cristianas; pero no debemos negar que la conciencia cristiana posterior la ha neutralizado y muy raramente ha reconocido todo su alcance.”
02/04/11 2:21 PM
  
vicente
al final vencerá el amor, y el amor es Dios.


GJM. Dios es amor, sí, pero decir "el amor es Dios" es ambiguo.
02/04/11 3:07 PM
  
Eduardo Jariod
Los últimos días sólo me he podido conectar brevemente a la red. Aunque leídos a la carrera, me han parecido sus últimos posts muy luminosos, D. Guillermo, especialmente éste. Y el diálogo en los comentarios también muy interesantes.

Atento le (os) sigo. Muchas gracias por todo lo que escribe (escribís).
02/04/11 5:01 PM
  
vicente
no creo en esa ambigüedad. El amor es Dios dice la primera carta de Juan, no?

GJM. Yo creo que dice que Dios es amor.
02/04/11 8:32 PM
  
Nieves
"Por eso volvemos nuestra mirada hacia la cruz". En ella vemos a Quién padeció por nosotros y su contemplación nos llena de asombro.

Para mi especialmente el pensar que Cristo murió perdonando y además disculpándonos: "Padre, perdónales porque no saben lo que hacen"......

Creo que se impone unos ensayos a fondo para dejar bien ajustadas las voces del coro para la canción

Victoria, tu reinarás
Oh cruz, tu nos salvarás

El Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató
De tí madero santo, nos viene la redención
03/04/11 11:33 AM
  
Antonio
Padre, me gustaría saber su opinión sobre las palabras de Ratzinger que le he enviado. Creo que son esclarecedoras, valientes y sabias y, como digo, sin apartarse de la esencia de la fe abren el misterio de la cruz y de la redención a la comprensión del hombre de hoy. Recomiendo la lectura completa de su reflexión sobre la cruz en su "Introducción al Criestianismo". Creo que está en la línea de lo que señalaba el propio Ratzinger en una entrevista de 2001:
" - Usted afirma que la Iglesia «aún no ha dado el salto al presente». ¿Qué quiere decir?
--Cardenal Ratzinger: Existe todavía por hacer un gran trabajo de traducción de los grandes dones de la fe al lenguaje de hoy, al pensamiento de hoy. Las grandes verdades son las mismas: el pecado original, la creación, la redención, la vida eterna... Pero muchas de estas cosas se expresan aún con un pensamiento que ya no es el nuestro, y es necesario hacerlas llegar al pensamiento de nuestro tiempo, hacerlo accesible para que el hombre vea verdaderamente la lógica de la fe. Es un trabajo aún por hacer.

(Entrevistado por Antonella Palermo, de Radio Vaticana, el año 2001, en entrevista redifundida por RV el 14 de Mayo de 2005)

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GJM. J. Ratzinger sabe explicar muy bien las cosas.


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03/04/11 12:27 PM
  
vicente
me equivoqué. Dice: Dios es amor. Y no es lo mismo decir que el amor es Dios?

GJM. Es más claro de esa manera.
03/04/11 10:09 PM
  
Antonio
Padre, permitame que comparta con usted y sus lectores dos reflexiones más de Ratzinger, de profunda hondura y belleza. La primera, continuación de la anterior que ya envié, es de "Introducción al Cristianismo":

“El Nuevo Testamento nos ofrece una visión completamente distinta. No es el hombre quien se acerca a Dios y le ofrece un don que restablezca el equilibrio, es Dios quien se acerca a los hombres para dispensarles un don. El derecho violado se restablece por la iniciativa del amor, que por su misericordia creadora justifica al impío y vivifica los muertos; su justicia es gracia, es justicia activa que juzga, es decir, que hace justos a los pecadores, que los justifica.
Nos encontramos ante el cambio que el cristianismo supuso frente a la historia de las religiones. El Nuevo Testamento nos dice que los hombres expían a Dios, no como habría de esperar, ya que ellos han pecado, no Dios. En Cristo, .Dios reconcilia el mundo consigo mismo. (2 Cor 5,19); cosa inaudita, completamente nueva, punto de partida de la existencia cristiana y médula de la teología neotestamentaria de la cruz: Dios no espera a que los pecadores vengan a él y expíen, Él sale a su encuentro y los reconcilia. He ahí la verdadera dirección de la encarnación, de la cruz.
Según el Nuevo Testamento, pues, la cruz es primariamente un movimiento de arriba abajo. No es la obra de reconciliación que la humanidad ofrece al Dios airado, sino la expresión del amor incomprensible de Dios que se anonada para salvar al hombre; es su acercamiento a nosotros, no al revés. Con este cambio de la idea de expiación, médula de lo religioso, el culto cristiano y toda la existencia toma una nueva dirección. Dentro de lo cristiano la adoración es ante todo acción de gracias por la obra salvífica recibida. Por eso la forma esencial del culto cristiano se llama con razón Eucaristía, acción de gracias. En este culto no se ofrecen a Dios obras humanas, consiste más bien en que el hombre acepta el don. No glorificamos a Dios cuando nos parece que le ofrecemos algo (¡como si eso no fuese suyo!), sino cuando aceptamos lo suyo y le reconocemos así como Señor único. Le adoramos cuando destruimos la ficción de que somos autónomos, contrincantes suyos, cuando en verdad sólo en él y de él podemos ser. El sacrificio cristiano no consiste en el don de lo que Dios no tendría si nosotros no le diésemos, sino en que él nos dé algo. El sacrificio cristiano consiste en dejar que Dios obre en nosotros."

La segunda, es de "Los Caminos de la vida interior":

“¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3, 13-14). Pero esto suscita en seguida una segunda objeción: ¿qué justicia existe donde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? ¿Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana”.

Muchas gracias, padre.
04/04/11 12:08 PM

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