El agua y la sed
Homilía para el Domingo III de Cuaresma (Ciclo A)
Sin la necesaria aportación de agua nuestro organismo no puede sobrevivir. Pero la sed del hombre va más allá de la necesidad física de evitar la deshidratación. La sed simboliza el deseo profundo de nuestra alma. Aspiramos no solamente a mantenernos con vida, sino que queremos que nuestra vida merezca la pena ser vivida. Tenemos sed de algo más que de agua. Tenemos sed de justicia, de amor y de sentido.
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, expresa en su petición a la samaritana: “Dame de beber” (Jn 4, 7), un doble anhelo. El Señor, consustancial con nosotros por su humanidad, experimenta el cansancio y el calor, solidarizándose así con todos los sedientos. También, poco antes de su muerte, dirá desde la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28). Pero su sed manifiesta, a un nivel más profundo, el deseo que Dios tiene de nuestra fe y de nuestro amor: “La sed de Cristo es una puerta de entrada al misterio de Dios, que se hizo sediento para saciarnos, como se hizo pobre para enriquecernos (2 Co 8,9)”, comenta Benedicto XVI.
Dios tiene sed de nosotros y suscita en nosotros la sed de Él. Así como el agua no es un lujo, Dios tampoco es para el hombre un complemento superfluo, sino Alguien de “primera necesidad” para nuestras vidas.
A la mujer samaritana no le faltaba el agua. Tenía cerca el pozo, un manantial con el que el patriarca Jacob había asegurado la vida de su pueblo. Pero el agua de ese pozo sólo podía saciar parcialmente su sed. Jesús, en el diálogo con esta mujer, le promete un agua “que salta hasta la vida eterna”, un agua que sacia de modo definitivo la sed.
Esta agua es símbolo del Espíritu Santo, “de la verdadera fuerza vital que apaga la sed más profunda del hombre y le da la vida plena, que él espera aun sin conocerla”. “¡Sólo esta agua puede apagar nuestra sed de bien, de verdad y de belleza! Sólo esta agua, que nos da el Hijo, irriga los desiertos del alma inquieta e insatisfecha, «hasta que descanse en Dios», según las célebres palabras de san Agustín” (Benedicto XVI).
Ya no es el pozo de Jacob, sino Cristo mismo el verdadero manantial del que brota la salvación para todos. Con la fuerza del Espíritu Santo, nuestra existencia se hace fecunda, dotada de la capacidad de amar de un modo leal y generoso, de amar como Dios ama, y de este modo se convierte en vida definitiva.
Transformados por el Espíritu Santo podremos adorar al Padre “en espíritu y en verdad”, tributando un culto que ya no está ligado a un lugar exclusivo, sino que abarca por completo nuestro ser y nuestro actuar.
Como la samaritana, también cada uno de nosotros está llamado a difundir la buena noticia del encuentro con Jesucristo para que muchos, creyendo en Él, puedan saciar su sed y tener vida en abundancia.
Guillermo Juan Morado.
14 comentarios
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Ay! Debe de ser cosa de la edad. Ya lo he corregido. Muchas gracias.
Tenía 35 años, era mi primer viaje a Tierra Santa...
Lo que más me conmueve de este pasaje es lo bien que nos conoce Jesús y cómo sabe esperar la ocasión propicia para abordarnos, sin detenerse por consideraciones humanas que extrañen a otros.
Al leer la homilía me siento cómo la mujer Samaritana, agradecida del día en que le encontré.
¡Oh humanidad tan bella!
Experimentada en el amado,
saciarse el alma quiera de tu fuente.
Gracias Don Guillermo.
Y en un día por la manifestación por la vida éste enlace.
https://www.youtube.com/v/iKxfhJy43n0?
Un saludo muy cordial.
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Sed que sólo Él calma.
Señor, no me pidas que yo sacie tu sed, no lo hagas porque mi agua sería salobre,y,eso te daría más sed aún, sin embargo sé que no dejarás de pedirme agua, que no te conformarás con la insatisfacción que yo te proporcione, que no dejarás de pedirme, hasta que, sí, algún día por tu amor, por la gracia del Padre, por la fuerza del E. Santo el vaso que te acerque te dará agua dulce, que sí calmará tu sed.
Yo confío en que tu esperas, que no te cansas, que no te hartas de mí, sino que me das las fuerzas, que suscitas los dones del Espíritu para que yo no desespere; a veces me canso de darte agua salobre, pero tu no te cansas y, yo por tu gracia perseveraré hasta el final de mis días, quizá en el último instante, cuando apenas me quede un soplo de aliento de vida, te acerque un vaso de agua que quite tu sed de mí.
Jesús le dio a la samaritana un don especial de predicación?
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GJM. La samaritana se convirtió en una especie de apóstol.
allí por donde el hombre se agota
en tu busca.
Allí donde también le sales al encuentro.
Y mientras samaritano de mis caminos
me pides que te sacie,
enciendes en mi una ardorosa sed de llenura.
Siendo Tú, mi(la)Fuente.
¡Gracias, Padre, por su homilía! El bien que me haga en la oración será mérito suyo. Mi oración.
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Nunca se me había ocurrido pensar que Dios pudiera tener "sed de nosotros" pero es bonito verlo así. Como madre me resulta fácil comprender su sed de que seamos cariñosos con Él, confiemos en Él y sobre todo no nos olvidemos de Él.
Me viene a la cabeza la oración:
Alma de Cristo, santifícame..... sobre todo la frase
No permitas, que me aparte de Tí
LE HE PROMETIDO A MI REY QUE DESDE ESTE MOMENTO, HARE TODO LO POSIBLE E IMPOSIBLE PARA DARLE TODO MI AMOR.
COMO ÈL SE LO MERECE!!!
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