Una recensión doble.
Mañana me tomaré vacaciones de blog y, probablemente, el resto de la semana, hasta el domingo, también.
Ofrezco ahora una recensión, sobre dos recientes publicaciones mías, que puede interesar a los lectores habituales del blog.
GUILLERMO JUAN MORADO, La humanidad de Dios. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 100 páginas, ISBN 9788415024255, 3.5 euros y GUILLERMO JUAN MORADO, El camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, Cobel Ediciones, Alicante 2011, 108 páginas, 3.5 euros.
Dentro de su colección “Enséñanos a orar", la editorial Cobel publica El Camino del discípulo. Meditaciones sobre Jesús, el Señor, de Guillermo Juan Morado, segunda parte del también muy recientemente publicado en esta colección La Humanidad de Dios, de igual subtítulo. Ambos volúmenes forman una unidad; pero si La humanidad de Dios es, sobre todo, un texto centrado en la contemplación de Cristo, este segundo libro mira, sin perder la referencia cristológica, a las características del discipulado cristiano.
Uno y otro se estructuran en torno a las lecturas dominicales. Se trata de una lectura orante en la que el rasgo distintivo aportado por el autor es la oración que, ante todo, brota como actitud de vida, como un modo particular de presentarse ante Jesús, el Señor.
Cada tomo se divide en seis secciones, cuyos títulos ya invitan a la contemplación, la meditación y la incorporación a la vida del orante. Son: “La cercanía de Dios”, “Las palabras y los signos”, “El Siervo doliente”, “Muerte y vida”, “Testigos de su amor” y “Uno de la Trinidad” en el primer volumen; y “La forma del Amor”, “Exigencias del camino”, “Via Crucis”, “Fidelidad y agradecimiento”, “Oración y paciencia” y “La verdadera realeza”, en el segundo.
Tanto en La Humanidad de Dios como en El camino del discípulo, el autor ofrece un trato afectivo con los textos de la Escritura, y no meramente erudito. Cabría esperar de un autor de tan sólida formación y dedicación académica a la Teología una aproximación que recorriera los procedimientos intelectuales con los que un cristiano, que además es sacerdote y profesor, se familiariza con las cosas de Dios. Y no falta, en efecto, un fondo del notabilísimo caudal de formación y cultura del autor, caudal en el que el lector se sumerge imperceptiblemente, ya que no es un acompañamiento docto que lastre la actitud orante, sino que, a la humildad sencilla con que el autor se presenta ante el Señor, se suman los veinte siglos de oración de la Iglesia: la meditación y la contemplación con la que Ésta ha leído, no sólo sobre Dios, sino a Dios en su Palabra.
Tanto en La humanidad de Dios como en El camino del discípulo oramos con la Escritura, entreverada con no menos de veinte textos procedentes de homilías, cartas, mensajes de Benedicto XVI -y, aunque en menor medida, de Pablo VI y Juan Pablo II- y numerosas referencias a documentos conciliares y encíclicas de los últimos papas; con unas quince del Catecismo; con numerosas citas de los Padres, desde san Ignacio de Antioquía a Beda, destacando la profusa presencia de san Agustín, san Ambrosio y san Gregorio entre una docena más de nombres venerables de la Patrística; con la palabra litúrgica: prefacio, antífonas, kyrie, secuencia de Pascua, o Aleluya del Corpus, o con el himno eucarístico Pange lingua. Igualmente presente es el testimonio de los santos: santa Teresa de Jesús, santa Teresa de Lisieux, santa Catalina de Alejandría; o maestros espirituales de toda época, como Evagrio Póntico o Fray Luis de Granada se incorporan la oración del autor y del lector.
¿Qué conclusión se extrae de este abundante acompañamiento? Sencillamente, que la oración que contienen ambos libros está anclada en aguas profundas que proceden de las fuentes más seguras: Escritura, Magisterio, Tradición, Liturgia, santos y maestros espirituales de la más arraigada y robusta historia de la Iglesia recorren la palabra rezada de estas breves páginas, que en poco espacio dicen mucho; que condensan doctrina, exégesis, especulación, estudio y experiencia, sin que por ello se conviertan en un lectura intelectualizada; sí intelectual, en el sentido de movilizar el entendimiento, junto con la voluntad, pero no abstracta ni teórica: las constantes referencias a esta tradición bimilenaria de cristianismo son muestra de la profunda interiorización que el autor ha hecho en su vida de la comunión eclesial, y ese espíritu de comunión se transmite al lector-orante .
Naturalmente, lo significativo no es la referencia en sí, sino cómo en La humanidad de Dios y El camino del discípulo adquieren sentido entretejidas en la meditación de la Palabra desde la fe de la Iglesia; la copiosa ciencia del autor viene a ofrecerse como transfigurada por el amor a Jesús, el Señor.
En La humanidad de Dios, la contemplación muestra la sabrosa experiencia de la Palabra, sumerge al lector, como antes se ha sumergido el autor que lo transmite, en los acontecimientos, para saborear en ellos la presencia de la Palabra de Dios. En la oración pregustamos la gloria de Dios. En ese encuentro personal con Jesucristo, que es la oración, “se despierta la memoria de los acontecimientos luminosos que dan sentido a la existencia; de esos hechos que nos gustaría prolongar en el tiempo, como Pedro deseaba prolongar la contemplación de la gloria de Cristo” (La humanidad de Dios, p. 46) en el monte de la Transfiguración.
En El camino del discípulo, la meditación busca el sabor de la Palabra, la mirada del Señor, y no la ciencia; la verdad escondida que confronta el texto con nuestra vida. Porque la oración -dice el autor- “además de perseverante, ha de ser humilde, por eso comienza con el reconocimiento de los propios pecados”, con “la humilde toma de conciencia de lo que somos” (El camino del discípulo, p. 76).
La serie de los sesenta textos de ambos libros, se cierra con “El premio de la gloria”, esa vida plena que vemos reflejada el la glorificación de la Virgen: “La Madre es la perfecta discípula, aquella que escucha su palabra, la conserva en su corazón y da fruto en la perseverancia” (El camino del discípulo, p. 105).
Es muy de agradecer esta nueva publicación de Guillermo Juan Morado, que completa la anterior y cuyo formato manejable y su muy asequible precio ponen al alcance de los fieles lecturas que, como quiere el título de la colección en que se editan, enseñan a orar.
Yolanda.
17 comentarios
Creo que lo han atacado, en esta página y en otras, sobre todo en otras, a muerte. Y no me parece lógico. Yo, seguramente, no coincido en todo con el P. Iraburu. Él sabe mucho más que yo.
Pero me duele que se le haya atacado con esa virulencia.
A mí me llaman de todo: "arribista", "juamplabista", "neocón", etc.
No me importa nada.
Respondo y responderé de cada frase que diga. Me da igual que les guste más o menos a los que, casi en todo, están y estarán siempre en contra.
Pero lo que más me duele es que algún sacerdote se haya hecho eco de los ataques al P. Iraburu.
No nos engañenos, no atacan al P. Iraburu. Apuntan mucho más arriba. No se detienen ni ante el Papa.
Es muy triste esto. Pero es la verdad.
Mi librero de cabecera (en Madrid) ya me tiene reservados ambos libros, por cierto.
Un saludo muy cordial.
Lo de sus detractores, que han puesto sobre el papel, como argumento la descalificación personal, no ha hecho más que confirmar que sus postulados eran prístinamente ciertos.
En efecto, así como es hermoso el ejemplo del P. Iraburu en su esfuerzo pastoral, más aún a su edad, resulta penoso la reacción de otros, sacerdotes o no. En fin...
Y Yolanda, excelentes sus recensiones.
César, un abrazo.
Un saludo a todos en tiempos de tribulación.
Hay una cita que me gusta sobremanera:"Jesús nos recoge medio muertos y nos lleva a la posada que es su Iglesia(...) La Iglesia es un hospedaje, colocada en el camino de la vida, que recibe a todos los que vienen a ella, cansados del viaje o cargados con los sacos de sus culpas,en donde, dejando la carga de los pecados el viajero fatigado descansa y, después que ha descansado se repone con saludable alimento."
Precisamente, el Evangelio de hoy nos habla de los testimonios acerca de la divinidad de Jesús. El primero de ellos es el de Juan el Bautista quien dice que Él es el “Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”; el segundo testimonio nos llega a través de sus obras, de sus curaciones, de sus milagros y por supuesto del milagro por excelencia: su Resurrección. El tercer testimonio de su origen divino nos lo dan las Sagradas Escrituras; y el cuarto testimonio, el más importante, nos lo da Dios:”Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto.” Cristo es Camino, Verdad y Vida. Y no hay mayor alegría que saber que hay un Camino que nos permite disfrutar del amor de Dios, que hay una Verdad que nos lleva a la seguridad de la Vida Eterna y una Vida que vale la pena vivir y está en Jesús. Y Jesús habita en nuestro interior; sólo buscándolo ahí encontraremos nuestro fundamento y el camino a seguir. No nos equivoquemos intentando encontrar la plenitud fuera de nosotros, en opciones equivocadas o nocivas.”La fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquéllas que no se ven.”
Cuando nos ponemos en la línea de salida para emprender un camino, nos marcamos un objetivo, que es la meta final: la victoria, la santidad, la Vida Eterna. En ese camino hay tres etapas: buscar a Cristo, encontrar a Cristo y amar a Cristo. Una vez emprendido el camino, con el corazón puesto en la meta y guiados de la mano de Dios-del Espíritu Santo-, toca perseverar.
Dios nos da señales en nuestra vida para comunicarnos lo que quiere de nosotros. Hay que estar muy atentos a esa “llamada” que es algo muy íntimo entre él y cada uno de nosotros. Este camino no está exento de obstáculos.”Cuando comencé a dar ese paso que me acercaba a Cristo, mis parientes, vecinos y amigos comenzaron a bullir. Los que aman demasiado al mundo, se me pusieron enfrente. Se puede armar un poco de jaleo entre el grupo de amigos, pero al ver la felicidad que tienes se calmarán.”S.Agustín
En este proceso juega un papel muy importante la Iglesia ”sacramento universal de Salvación” que nos da aliento , fortaleza, en nuestro camino hacia la meta que nos hemos propuesto alcanzar.” La Iglesia es un hospedaje colocado en el camino de la vida, que recibe a todos los que vienen a ella, cansados del viaje o cargados con los sacos de sus culpas, en donde dejando la carga de los pecados, el viajero fatigado descansa y después que ha descansado se repone con saludable alimento.”El camino del discípulo
El Bautismo nos libera del pecado original, pero a través de la Penitencia Cristo carga con nuestros pecados y comparte con nosotros el peso de nuestras cargas.”¡Mira que entrañas de misericordia tiene la justicia de Dios! Porque en los juicios humanos se castiga al que confiesa su culpa y, en el divino, se perdona. ¡Bendito sea el Sacramento de la Penitencia” Camino
Cristo reprueba el pecado, pero absuelve al pecador ;una y otra vez, las veces que sean necesarias:”No te desalientes, te he visto luchar…¡tu derrota de hoy es entrenamiento para la victoria definitiva.”Camino
Y una vez recobrada la vida de la gracia, nos alimentamos con el divino alimento, don que Jesús nos dejó el Jueves Santo. Este Sacramento nos da aliento para caminar firmes, al mismo tiempo que participamos en la renovación del sacrificio de su muerte y proclamamos su Resurrección. Estos Sacramentos los administra el sacerdote, ministro de Dios, ministro de luz, consagrado por Cristo Jesús.
Una vez que hemos buscado, encontrado y amado a Cristo, proceso que nunca acaba, porque cada día tenemos necesidad de conversión, una vez que hemos intimado con Cristo y hemos recobrado el entusiasmo, la alegría, la Iglesia nos urge al Apostolado, a hacer visible a Dios en el mundo; debemos tener la suficiente fortaleza para ir contracorriente a pesar de que se nos tache de “bichos raros porque no remamos para el mismo lado.”Cristo espera de nosotros lo mismo que de San Pablo, que seamos dóciles al Espíritu Santo. Todos podemos ser luz del mundo y sal de la tierra (invocando constantemente al Espíritu Santo).”Que tu vida no sea una vida estéril. Sé útil. Deja poso. Ilumina con la luminaria de tu fe.”
Y como discípulos defendamos incondicionalmente el símbolo de la Cruz, en la que Jesús entregó su vida en sacrificio, cargando con nuestros pecados. No hay valor más sublime que dar la vida por el prójimo. Que reconozcamos siempre en la Cruz los valores de entrega, esfuerzo, amor y solidaridad que expresaba este judío colgado en ella, con los brazos abiertos en señal de acogida y perdón.
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