Tardes de domingo

Los demás días son, más o menos, iguales. En el domingo, de algún modo, se interrumpe el tiempo. No es mala cosa esa ruptura, esa pausa. Los días son, todos, para Dios, pero que un día nos recuerde esta primacía de lo divino es un recuerdo pertinente.

Hay domingos y domingos. Domingos de soledad y de compañía. De gozo y de ausencia de gozo. Pero no es, ni siquiera en el aspecto “humano, demasiado humano”, un día triste.

Antes, en esos “antes” que nuestras biografías pueden marcar, no siempre he anhelado los domingos, al menos no sus tardes. Ahora sí. En una búsqueda de lo esencial de la vida, veo que quedan pocas cosas de las que no se pueda prescindir: Mientras dure, la propia familia y, más allá de toda humana “duración”, está el que era, es y será.

¿Qué hago yo en las tardes del domingo? Básicamente, “nada”. “Nada”, desde el reductivo punto de vista de la lógica del “hacer”. Es un tiempo no para “hacer”, sino para “estar”.

El “estar” nos define más que el “hacer”. Mientras somos, estamos. Aunque no hagamos, ya que ningún hacer nos pertenece en exclusiva. Otro puede hacer lo que yo hago, pero otro no puede estar – no puede ser – por mí.

Desde hace un tiempo, dedico estas tardes a “estar”: Con los míos más próximos y con alguno de los amigos, también muy próximo.

Estar es hablar de todo, sin excesivo miedo al análisis del oyente. Es hablar sin un público delante. Es hablar de tú a tú, del yo al nosotros. Sin eludir la crítica y sin temerla.

No sé cuántos domingos – la mañana de este día no cuenta a estos efectos - tendré por delante. Ignoramos casi todo, también la secuencia de los tiempos. Casi todo está oculto. Pero tampoco nos hace falta saber más de lo que ya sabemos.

Este domingo va a dejar de serlo muy brevemente. El mañana es sólo la continuación del hoy. “Mañana” es una cifra, una palabra condensada, que remite a nuevas tareas, a nuevos compromisos.

Mañana es, también, la incerteza. Hay algo de sabio en el “carpe diem”. El presente, que no ha de cerrarse en sí mismo como si la parte fuese el todo, es, al final, lo que se nos da. Para que su valor se haga, con nuestro aprovechamiento, mucho más grande.

Vivir el día, el hoy, el ahora. Sin nostalgias y sin ansiedades, pero con memoria y con esperanza. Dios supera el tiempo. Es su Dueño. Lo reúne en sí, lo sintetiza, lo abarca, lo desborda.

Guillermo Juan Morado.