Mayo en el blog: Una promesa y una sabia recomendación

Ángel me ha hecho llegar una nueva aportación para esta serie. De carácter testimonial. Evoca, con sencillez y con afecto, la estancia en un colegio religioso. Y recuerda una sabia recomendación de un sacerdote: Rezar, todos los días, el “Ave María". No es un mal consejo, aunque, a veces, el sueño impida terminar la oración.

Una promesa y una sabia recomendación

Escrito por Ángel

Por una serie de acontecimientos familiares que no me es dado revelar aquí, fue apoderándose de mí una idea que, a medida que ocurrían esas vicisitudes, iba creciendo en mi cabeza y en mi corazón.

Tenía yo once años, si hubiera pedido consejo sobre mis intenciones me lo hubieran prohibido - ¡estos niños tienen unas ideas…! - . Pero ese niño, al cabo de los años lo confirmo, era plenamente consciente del paso que iba a dar.

Era mediodía, yo solo, en el comedor principal de casa me planté ante Dios y, solemnemente, hice una promesa para toda mi vida.

Pasaron tres años, me enfrentaba al final de curso con su reválida correspondiente, y, ante el convencimiento del suspenso que me esperaba, mi buen padre me ofreció un viaje si aprobaba curso y reválida.

Al colegio yo asistía gratis total y esta gratuidad la ganaba durante los veranos atendiendo teléfono, puerta o haciendo recados. Los Sacerdotes de la comunidad se desvivían conmigo, éste me enseñaba la belleza de la cristalografía, aquél me imbuía de devoción eucarística, el otro me enseñaba a resolver crucigramas y el de más allá se empeñaba en explicarme como funcionaba una radio superheterodina de cinco válvulas. Fueron veranos inolvidables, todo el colegio para mí solo.

Y a lo que iba, llegó el cuatro de Junio, me encontré con curso y reválida aprobados, y cuatro meses completos de vacaciones (el curso comenzaba invariablemente el cuatro de Octubre).

Yo sólo en el tren, con mi maleta de madera, un quilométrico para tres mil quilómetros, un permiso paterno expedido por el juez para poder viajar por el territorio nacional y rumbo a mi tierra natal y otras ciudades donde tenía familia que me acogieron como hijo.

Catorce años, rodeado de cariño y libertad, hacía lo que me apetecía. Y, ocurrió que, involuntariamente, rompí mi promesa. Al día siguiente, con gran desasosiego en mi alma, madrugué para confesarme antes de Misa (era de Misa diaria). En el confesionario, sin ponerme de rodillas sino con ellas un poco dobladas y apoyando los brazos en la puerta para llegar a confesarme con la cabeza dentro, el confesor, con una gran gravedad pero con todo el cariño anuló mi promesa.

A pesar de la anulación, yo he seguido cumpliéndola con libertad y solamente una vez voluntariamente la dejé de cumplir.

Y a estas alturas de este relato ¿qué aportación hago a estos treinta y un días de Mayo? Yo, nada.

La aportación la hizo, sin saberlo, aquel buen Sacerdote que me confesó hace ahora cincuenta y tres años. En aquel confesionario, en la Iglesia de San Vicente de Ávila, donde yo había recibido el Bautismo, el confesor me cambió la promesa por una recomendación: hijo, si te olvidas o no lo haces no pasa nada, pero por la noche, antes de dormir, reza un Avemaría a Nuestra Madre.

Muchas veces he sido consciente de no cumplir el consejo, y he sido consciente al despertarme por la mañana y darme cuenta que la noche anterior rezaba: “DIOS TE SALVE MARIA , LLENA ERES DE GRACIA, EL SEÑOR ES CONTzzzzzzzzzzzzzzzzzz”. El sueño, una vez más, me venció antes de terminar.

Ángel.