Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron
Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron
(Homilía para la Vigilia Pascual. Ciclo C)
La Resurrección de Jesús es la “verdad culminante” de nuestra fe en Cristo, la verdad central y fundamental (cf Catecismo 638). San Lucas relata que las mujeres fueron las primeras que, de madrugada, acudieron al sepulcro (cf Lc 24,1). ¿Por qué esa premura? Beda comenta esa diligencia diciendo: “Si vinieron muy de mañana las mujeres al sepulcro, fue porque habían de enseñar a buscarlo y encontrarlo con el fervor de la caridad”. Es el amor el que mueve a buscar y a creer. Es el amor lo que conduce a Cristo.
Son las mujeres las últimas que lo dejan la tarde de su muerte. Habían seguido a José de Arimatea y habían visto el sepulcro y cómo había sido colocado allí el cuerpo de Jesús. Buscaban a Jesús muerto, para tributarle un último homenaje, llevando aromas y ungüentos. No era la primera vez que las mujeres ungían con perfume, en un gesto de generoso derroche, el cuerpo del Señor. Así, en Betania, María, la hermana de Lázaro, “tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos” (Jn 12,3).
Las mueve el amor, pero no el entusiasmo, la exaltación del ánimo. No esperan encontrar a Jesús vivo. En sus ojos había quedado grabada la escena terrible de la muerte del Señor en el Calvario y el impacto de ver su cuerpo muerto, envuelto en una sábana y depositado en un sepulcro nuevo. Al encontrar corrida la piedra del sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, su reacción es de desconcierto. Necesitan escuchar el anuncio de los ángeles para recordar las palabras de Jesús: “El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitará”. Es la palabra de Cristo, el recuerdo de su palabra, lo que las lleva a creer.
Esta fe pura, que no cuenta todavía con más indicios que el sepulcro vacío, es la que anuncian a los Apóstoles y a los demás, quienes “lo tomaron por un delirio y no las creyeron”. Sólo Pedro, que ama más a Jesús que los otros, se siente motivado a comprobar por sí mismo lo que decían las mujeres. Pero únicamente vio las vendas en el suelo, y se volvió admirado de lo sucedido, pero no aún creyendo.
También los Apóstoles, como las mujeres, necesitan escuchar el anuncio y hacer memoria de las palabras del Señor. Necesitan que el Resucitado se haga presente y que, como a los discípulos que volvían entristecidos a Emaús, les hablase y les explicase las Escrituras. Ni las mujeres, ni los Apóstoles ni los discípulos estuvieron dispensados de creer. Tampoco nosotros.
A diferencia de ellos, nosotros no hemos visto el sepulcro vacío ni al Señor resucitado. Pero al igual que ellos, también nosotros, movidos por el amor, hemos de aceptar el anuncio que nos llega a través del testimonio de los apóstoles para confesar, en la fe: “¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!” (Lc 24,34). El mismo hecho de que celebremos, casi dos mil años después, la solemne Vigilia Pascual constituye un signo evidente de la verdad de este testimonio.
Cristo está vivo y nos permite, mediante la fe y los sacramentos, hacer propia su Pascua. Por el bautismo – escribe San Pablo – fuimos incorporados a su muerte, fuimos sepultados con Él en la muerte para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos, así también nosotros andemos en una vida nueva (cf Rm 6,3-4), la vida de los hijos de Dios, de los hermanos de Cristo, de los herederos del cielo.
Guillermo Juan Morado.
23 comentarios
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Esto me gusta. Estas mujeres, unas mujeres de las que sabaemos que han amado a Jesús tantísimo, están rotas de dolor pero madrugan para ir al sepulcro "para tributarle un último homenaje". Se resisten a perder el contacto físico con Jesús, como nos ocurre cuando perdemos a un ser querido, nos aferramos a su cuerpo y, cuando se lo llevan, nos aferramos a aquello que tocó, aquella ropa que vistió, al vaso en que bebió, a la pìedra que lo cubre.
Y van movidas por ese amor. Y, lo que más me gusta, -cuando ya una no está en edad de entusiasmos de esos juveniles que igual que inflan de misticismo el ánimo lo desinflan a la menor ocasión- es que, como ha notado el páter las mueve el amor, pero no el entusiasmo, la exaltación del ánimo
No les otrogarán demasiado crédito porque son simples mujeres de la Palestina del siglo I, es decir, muy poca cosa, salvo para Jesús, que les mostró su predilección.
Preciosa imagen, otra más de nuestro Duccio di Buoninsegna: María Magdalena quiere retener al Señor Resucitado como haríamos cualquiera de nosotras en su lugar.
1.- Es que el testimonio de las mujeres no era considerado válido en las leyes judías, sólo de las mujeres no. Los discípulos eran hijos de su tiempo, no es que fuesen antifeministas.
2.- Tampoco creo que se pusieran en plan judicial de atribuir o no validez a esos testimonios. Puedo equivocarme, pero lo que de verdad pienso es que ellos estaban convencidos de que todo se había terminado. Había sufrido, se habían roto todos sus esquemas y esperanzas. Y no estaban para más sustos. ¿ Qué era eso de la tumba vacía ? Estas mujeres...
PERO no desconfiaron tanto de ellas - ¡ cualquiera se atrevía con María Magadalena ! - cuando el propio Pedro y el joven Juan corrieron a comprobarlo y se encontraron lo que se encontraron. Esto habrá que recordarlo mañana.
La Santísima Virgen y María Magdalena: hoy me siento especialmente cercana a ambas. Y permitidme un recuerdo personal:
tal noche como la que se acerca, a las cuatro de la mañana, estando en Jerusalén, salí con mi sobrina, un sacerdote amigo y otra señora del grupo. Las calles, silenciosas y desiertas... No estábamos lejos del Santo Sepulcro y yo conocía bien el camino. Allí nos dirigimos, al Santo Sepulcro, que estaba abierto ( esto sucedía hace 20 años...). Entramos y caímos de rodillas. Todos en silencio, pero no esperaban la sorpresa. Saqué de mi bolso los santos Evangelios y comencé la lectura: " La mañana del primer día de la semana, cuando aún estaba oscuro, María Magadlena..."
Leímos este pasaje y el de Pedro y Juan. Estuvimos allí un buen rato. Cuando salimos ya había amanecido. Creo que también había amanecido en nuestras almas y en nuestra vida.
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Claro, pero esa decepción es un testimonio muy válido de que Cristo resucitó. Sin ese acontecimiento, sin encontrarse con el Señor vivo, no habrían anunciado la Resurrección ni habrían dado la vida por ese anuncio.
Que ese pasaje es una narración muy válida sobre la fe en la resurrección. Luego, vieron a Jesús, lo vieron vivo y glorificado. Por eso no temían contar lo que de verdad sucedió.
Es maravilloso que ese fuera el comienzo del mensaje cristiano: " ¡ Ha resucitado ! "
La victoria sobre la muerte. Total, definitiva victoria.
Es el problema del catolicismo: oscilando entre "entusiasmos" irracionales, exaltaciones acríticas o la negra desesperación que tienta al hombre moderno.
Necesitamos amor, el amor sosegado que persevera durante todas las mañanas del mundo, que nos hace levantarnos con apenas un rescoldo de esperanza y preguntarnos con el Profeta: "¿vivirán estos huesos? ¿vivirán?". El amor contenido, discreto y pudoroso de la liturgia, de la oración "en el secreto", de las palabras de la Primera Predicadora de la Resurrección: "no sé donde han puesto el cuerpo de mi Señor". Y que alienta una fe que sólo los insensatos llamarían débil, es fuerte precisamente porque sólo se sostiene en Dios, no en multitudes, ni en exaltaciones ni en aplausos.
Las exaltaciones, los baños de entusiasmos, las liturgias de pandereta, violines y guitarras, duran poco y terminan como todos los triunfalismos -lo estamos viendo-: en fracasos.
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Así es.
Y en algún momento, entendí lo que es la tentación del encubrimiento, la realidad en este caso es casi esquizofrénica y el discurso tiende a serlo.
Y es mi hijo, al que creía vacunado contra ese error. Dios nos libre si nos toca mañana un Juan XII o un Alejandro VI.
Con gran sorpresa, comprobé que para un católico simple, como puede ser un chico, la credibilidad de la Iglesia reside, casi en un cien por ciento, en la integridad de vida de los sacerdotes y obispos. A eso lo llamo clericalismo.
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Bueno, no es clericalismo, al menos no lo es en un chico. En un adulto, sí.
Pero él busca la coherencia de los mensajeros. Es bastante natural esa reacción.
Una reacción que hay que madurar, claro.
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Pues sí, luis. Lo que pasa es que, por fortuna, no es ni creo que haya sido nunca mayoritario el tipo de católico para el cual la credibilidad de la fe reside integridad de cada miembro del clero.
De haber sido así no habría Iglesia hace siglos, ni haría falta que los enemigos de la Iglesia se pasaran los siglos tramando su ruina.
Bastarían los miles de ejemplos que en la Historia han dado malos Papas, malos obispos y malos sacerdotes. Son conocidos de todo el mundo y lo han sido en toda la historia. Ni falta que le haría a Rowen Williams cacarear que en irlanda la IC ha perdido toda la credibilidad.
Si insisten, es porque saben que los católicos, aun profesando admiración, cariño adhesión a los mejores Papas, obispos y sacerdotes, no hacen recaer la credibilidad su fe en la virtud individual de éstos.
Pero otra cosa son los niños, cuya moral heterónoma nos hace gravemente responsables de su escándalo. Por eso Jesús fue tan duro hablando de quienes escandalizaran a los pequeños.
Yo tengo las mismas dificultades que cualquiera en la educación religiosa de mis hijos. Pero, tanto si sirve como si no, intento insistirles en que hasta el más abyecto de los curas, hasta el peor delincuente y pecador, puede ser la voz de Cristo perdonándoles los pecados y a través de sus manos se consagra en la Eucaristía. Esa es la digniad intrínseca del sacerdocio. Luego, el que esté en pecado, lo seguirá estando en tanto no le sean perdonados sus pecados y cumpla su penitencia. Y el que sea delincuente, seguirá estando en deuda con el mundo en proporción a la gravedad de sus delitos. Pero la fe es algo objetivo e independiente de la idignidad humana de un sacerdote concreto o de miles.
Lo demás son apoyos, necesarios, pero apoyos. No son el fundamento.
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