Las aclamaciones y el silencio
Domingo de Ramos (Ciclo C)
Jesús entra gloriosamente en Jerusalén, cumpliendo un oráculo profético de Zacarías: “Alégrate con alegría grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey, montado en un asno, en un pollino hijo de asna” (Za 9,9). Los discípulos, entusiasmados por todos los milagros que habían visto, lo aclamaban: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!” (Lc 19,38). Jesús no reprime a los suyos, porque es tan evidente su condición de Mesías que, si no la reconocieran los hombres, gritarían las piedras.
En la celebración litúrgica del Domingo de Ramos podemos sentirnos miembros de esa muchedumbre que aclamaba a Cristo, al Rey de la gloria. También nosotros, como enseñaba Benedicto XVI, “hemos visto y vemos todavía ahora los prodigios de Cristo: cómo lleva a hombres y mujeres a renunciar a las comodidades de su vida y a ponerse totalmente al servicio de los que sufren; cómo da a hombres y mujeres la valentía para oponerse a la violencia y a la mentira para difundir en el mundo la verdad; cómo, en secreto, induce a hombres y mujeres a hacer el bien a los demás, a suscitar la reconciliación donde había odio, a crear la paz donde reinaba la enemistad”.
Algunos fariseos le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos”. “Es admirable la locura de los envidiosos- comenta Beda - . Aquel a quien no dudan que debe llamarse maestro, porque conocían que enseñaba verdaderas doctrinas, creen que, como si ellos fueran más sabios, debe reprender a sus discípulos”. También hoy se pueden percibir las voces de los envidiosos, de aquellos que quieren silenciar los prodigios de Cristo y las palabras de sus discípulos. Una parte del mundo nos invita a callar, a no decir que Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida, a ocultar que Él es el Rey del universo, que posee la autoridad de la verdad, la autoridad de Dios.
Las aclamaciones del Domingo de Ramos contrastan con el silencio del Viernes Santo. Una vez crucificado el Señor, los suyos callaron, por miedo: “Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando” (Lc 23,49). No era fácil entonar cantos de júbilo cuando el Rey y Mesías pendía, exánime, en la Cruz. Se podría pensar que los envidiosos habían logrado su propósito: silenciar definitivamente a Jesús, aniquilar sus prodigios, enmudecer y mantener a distancia a sus discípulos. Todo el poder del mundo se descargó contra Jesús, acusado de sedicioso y de blasfemo. Toda la maldad del mundo se disparó en forma de golpes y de salivazos. Todas las palabras del mundo se convirtieron en insultos. Pero Jesús, con su mansedumbre, revela la lealtad de la misericordia de Dios: “Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado” (Is 50,7).
“¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria” (Sal 24). El que llama a la puerta del santuario es Jesús. Llama con el madero de su cruz, con la fuerza de su amor. Llama desde el lado del mundo a la puerta de Dios: “Con la cruz, Jesús ha abierto de par en par la puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora ya está abierta. Pero también desde el otro lado, el Señor llama con su cruz, a las puertas de nuestro corazón, que con tanta frecuencia y en tan gran número están cerradas para Dios”, y nos dice: “mírame a mí, al Dios que sufre por ti, que personalmente padece contigo; mira que sufro por amor a ti y ábrete a mí, tu Señor y tu Dios” (Benedicto XVI).
Que esta Semana Santa sea para todos nosotros el momento de abrir a Jesús las puertas de nuestro corazón. Que se alcen los dinteles de nuestro miedo, de nuestra mediocridad, de nuestra lejanía para que pueda entrar en nuestra existencia el Rey de la Gloria.
9 comentarios
El domingo de Ramos es uno de los que más " me dicen " y por eso me gusta tanto lo que indica usted. Pienso, por ejemplo, en la soledad de Jesús, porque ni siquiera ese día le faltó el ataque envidioso, abyecto, como usted señala: " Maestro di a tus discípulos que se callen ". ¡ Siempre me ha parecido espantosa la envidia !
Claro que callarán. Llegará el Viernes Santo...( ¿ Y no estamos ahora en un Viernes Santo para la Iglesia ?).
Recuerdo el camino recorrido por Jesús para entrar en Jerusalén viniendo de Betania: la ruta de Betfagé, que por gracia divina he conocido. Eran mañanas espléndidas aquellas, pero todos los del grupo estábamos muy impresionados pensando que por allí pasó Jesús en esa fecha que llamamos Domingo de Ramos.
En Valladolid la procesión de mañana tiene larga historia y es muy de la ciudad. Los niños de los colegios siguen saliendo, con sus palmas, como yo misma con mi colegio hace ya tantos años... Aquí llamamos a esta procesión " la de la borriquilla ".
Anoche, bajo mi balcón, ya muy tarde y bajo la luz de las farolas, pasaba la procesión de los Dolores, con la Virgen Dolorosa. Pedí mucho por la Iglesia.
Toda esta Semana ( sí, con mayúscula ) a meditar profundamente la Pasión de Jesucristo en todos sus detalles. Ay, ese interrogatorio en casa de Ánás y Caifás... ese " rápisma " ( = bastonazo ) en pleno rostro con " ¿ Así respondes al Pontífice ? "
Sólo caben el silencio adorante y el acompañamiento a María Santísima.
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Más bien.
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Amén.
Y nada de miedos, caezas bajas ni complejos. Oración en la noche de Getsemaní, sin desfallecer; al pie de la cruz el viernes, y el sábdo en la noche a alegarase y aproclamar que el Señor ha encido a la muerte y esat no tiene ya la última palabra.
Para aclamación y silencio las famosas tres negaciones de Pedro. Qué fuerza la de Pedro, el más impetuoso de los apóstoles, y cuánta fragilidad a la vez. Qué terribles lágrimas las suyas cuando cayó en la cuenta de las palabras de Jesús que anunciaron su traición.
Sólo Él no nos falla. En la soledad de Cristo crucificado, en ese escalofriante silencio, desasistido del Padre, pero obedeciendo en todo Su voluntad, nos encontramos con Él, cuando también todo se vuelve silencio a nuestro alrededor. Crucificados con Él, pidámosle como el buen ladrón, su misericordia.
"Volvamos a la liturgia y a la procesión de Ramos. En ella la liturgia prevé como canto el Salmo 24, que también en Israel era un canto procesional usado durante la subida al monte del templo. El Salmo interpreta la subida interior, de la que la subida exterior es imagen, y nos explica una vez más lo que significa subir con Cristo. "¿Quién puede subir al monte del Señor?", pregunta el Salmo, e indica dos condiciones esenciales. Los que suben y quieren llegar verdaderamente a lo alto, hasta la altura verdadera, deben ser personas que se interrogan sobre Dios, personas que escrutan en torno a sí buscando a Dios, buscando su rostro.
Queridos jóvenes amigos, ¡cuán importante es hoy precisamente no dejarse llevar simplemente de un lado a otro en la vida, no contentarse con lo que todos piensan, dicen y hacen, escrutar a Dios y buscar a Dios, no dejar que el interrogante sobre Dios se disuelva en nuestra alma, el deseo de lo que es más grande, el deseo de conocerlo a él, su rostro...!
La otra condición muy concreta para la subida es esta: puede estar en el lugar santo "el hombre de manos inocentes y corazón puro". Manos inocentes son manos que no se usan para actos de violencia. Son manos que no se ensucian con la corrupción, con sobornos. Corazón puro: ¿cuándo el corazón es puro? Es puro un corazón que no finge y no se mancha con la mentira y la hipocresía; un corazón transparente como el agua de un manantial, porque no tiene dobleces. Es puro un corazón que no se extravía en la embriaguez del placer; un corazón cuyo amor es verdadero y no solamente pasión de un momento.
Manos inocentes y corazón puro: si caminamos con Jesús, subimos y encontramos las purificaciones que nos llevan verdaderamente a la altura a la que el hombre está destinado: la amistad con Dios mismo.
El salmo 24, que habla de la subida, termina con una liturgia de entrada ante el pórtico del templo: "¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria". En la antigua liturgia del domingo de Ramos, el sacerdote, al llegar ante el templo, llamaba fuertemente con el asta de la cruz de la procesión al portón aún cerrado, que a continuación se abría. Era una hermosa imagen para ilustrar el misterio de Jesucristo mismo que, con el madero de su cruz, con la fuerza de su amor que se entrega, ha llamado desde el lado del mundo a la puerta de Dios; desde el lado de un mundo que no lograba encontrar el acceso a Dios.
Con la cruz, Jesús ha abierto de par en par la puerta de Dios, la puerta entre Dios y los hombres. Ahora ya está abierta. Pero también desde el otro lado, el Señor llama con su cruz: llama a las puertas del mundo, a las puertas de nuestro corazón, que con tanta frecuencia y en tan gran número están cerradas para Dios. Y nos dice más o menos lo siguiente: si las pruebas que Dios te da de su existencia en la creación no logran abrirte a él; si la palabra de la Escritura y el mensaje de la Iglesia te dejan indiferente, entonces mírame a mí, al Dios que sufre por ti, que personalmente padece contigo; mira que sufro por amor a ti y ábrete a mí, tu Señor y tu Dios.
Este es el llamamiento que en esta hora dejamos penetrar en nuestro corazón. Que el Señor nos ayude a abrir la puerta del corazón, la puerta del mundo, para que él, el Dios vivo, pueda llegar en su Hijo a nuestro tiempo y cambiar nuestra vida. Amén".
Siempre pensé que hasta que Jesús no sube al cielo, sus puertas permanecían cerradas a los justos, y, cuando a estos les anuncian su entrada en el cielo, no sabiendo lo que esperaban,preguntan quien es elRey de la Gloria, que ellos no conocían.
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