Una carta de un Obispo amigo

He recibido, en mi parroquia, una carta de un Obispo de una diócesis andina. Bueno, en realidad escribe la carta el Rector del Seminario Mayor y el Obispo añade unas líneas, muy afectuosas, de su puño y letra.

Me habla, el Rector, de su Seminario, fundado hace treinta y tres años, y situado en una región muy pobre. En ese período de tiempo han sido ya muchos los alumnos que han sido ordenados sacerdotes.

Los seminaristas, me dice, provienen de familias numerosas y pobres, en su mayoría campesinas; de ahí que poco puedan aportar para su pensión y estudios. Las ayudas con las que contaba el Seminario se han visto recortadas y, por esa razón, han recurrido a la búsqueda de padrinazgos de personas y parroquias.

La pensión anual de cada seminarista cuesta unos mil dólares, cerca de ochocientos euros. Una cantidad no excesivamente importante para España, pero sí muy significativa para ellos.

Me recuerda que “cada día en la Eucaristía y en el Santo Rosario rezamos por nuestros bienhechores. Y cada nuevo sacerdote no deja de orar por sus bienhechores en la Santa Misa que celebra”.

Proporciona, además, los datos de un seminarista en concreto, de diecinueve años, que cursa primero de Filosofía.

Pues así es la Iglesia. Unos, con recursos, aunque limitados, pero con pocas vocaciones. Y otros sin recursos, pero con muchas vocaciones. Habrá que buscar la forma de “materializar” la comunión de los santos.

Guillermo Juan Morado.