Estad alegres. El Señor está cerca
Tercer Domingo de Adviento
(Sofonías 3,14-18ª; Is 12,2-3.4bcd.5-6; Filipenses 4,4-7; Lc 3,10-18).
El domingo III de Adviento constituye una invitación a la alegría. Pero no se trata de una exhortación inmotivada, sino de una advertencia que va acompañada de la indicación del fundamento de ese júbilo: “El Señor está cerca”. La proximidad del Señor es la razón de la alegría.
El Señor viene a cancelar nuestra condena; Él es “un guerrero que salva” (cf Sofonías 3, 14-18a). Por eso la Iglesia, y a través de ella la humanidad entera, es convocada a gritar con júbilo: “¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. Y, en la Iglesia, cada uno de nosotros pedimos a Dios que nos conceda “llegar a la Navidad – fiesta de gozo y salvación – y poder celebrarla con alegría desbordante” (oración colecta de la Misa).
Sin la luz de la fe, una mirada dirigida al mundo no siempre suscitaría en nosotros la alegría. A lo sumo, encontraríamos una alegría momentánea, experimentando, en ocasiones, un sentimiento grato por los acontecimientos amables que nos toca vivir o de los que somos espectadores. Pero ese sentimiento se vería continuamente empañado por las nubes del dolor y del sufrimiento que, a poco que abramos los ojos, descubrimos en todas partes.
Hay quien busca “anestesias” para el dolor de la vida; paréntesis de excitación que conjuren la monotonía de la existencia, la amenaza del tedio, el cansancio de los días. El alcohol, las drogas, el aturdimiento del ruido, del alboroto, la exaltación orgiástica del sexo son paliativos con los que, a veces, se quiere ahuyentar la tristeza, o la amenaza de la tristeza.
La fe nos pide una “sobria ebriedad”, una alegría serena, que brota de la vecindad de Dios. Dios, el origen y la meta de lo que somos, el sentido del mundo, la razón de ser de todo, está cerca. Dios se manifiesta en la humildad de un Niño, en la debilidad de un recién nacido, para acompañar, desde un pesebre convertido en cuna, nuestras soledades y nuestros miedos.
No hay que huir lejos para encontrar a Dios. Él llama a la puerta de nuestra vida, de nuestro corazón. Se hace uno de los nuestros; pobre como nosotros; limitado, en su omnipotencia, como limitados somos los hombres.
“Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca” (Filipenses 4, 4.5). Que este Dios que nace en Belén despierte nuestros corazones para que podamos descubrirle cada día.
Guillermo Juan Morado.
2 comentarios
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Yo estoy de acuerdo con San Pablo.
Y no digo: -¿Venga ya Pablo: que llevas repitiendo lo mismo dosmil años?
-Sabes porqué Juan. Pues porque yo sé que San Pablo, entre otros, es un ser vivo con sobrada capacidad de hablar, y dejar escrito como aquí lo hace. Y yo sé que San Pablo tiene por misión decir verdad. Y lo que aquí él dice verdad, no sólo es verdad porque él lo dice, sino porque yo sé que es verdad.
Tú Juan dirás como tantos otros: Bueno,.. san Pablo viene diciendo esto desde hace como dosmil años. Y yo te puedo responder: De dónde sacas tú tanta seguridad recordatoria. Si no sabes lo que comiste hace tres día.
Vivir así es vivir la vigilia en presente. Y como en la piscina de Siloé, hay que estar despierto para no dejar pasar el momento preciso de la llegada.
Dios se manifiesta en la humildad de un Niño, en la debilidad de un recién nacido, para acompañar, desde un pesebre convertido en cuna, nuestras soledades y nuestros miedos
Esto me importa mucho más: saber que Dios está junto a cada uno de nosotros en nuestras soledades y en nuestros miedos. Y que está como Dios; pero también hecho carne débil como la nuestra. Porque es verdad que nada nos permitirá escapar de las "nubes de dolor" que por tdas partes nos acechan y amenazan con empañar los fugaces momentos de dicha.
Pero no es lo mismo saber que nuestro Dios no es un ídolo lejano que se apaga cuando se apagan las luces de la fiesta, sino que es un Dios que se ha hecho humano para revelarse y para que sepamos que es Emmanuel, que está con nosotros.
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