Santa Catalina de Alejandría
En la vida de Santa Catalina de Alejandría, como en la vida de todos los mártires, se cumplen a la letra las palabras de Jesús: “Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio” (Lc 21,12-13).
Santa Catalina fue decapitada el 24 o 25 de Noviembre de 305, por orden del emperador Maximino. Era una joven cristiana, bella, rica y docta, que se negó a tributar culto a los “dioses de oro y plata, de bronce y hierro, de piedra y madera”; a los falsos ídolos que “ni ven ni oyen, ni entienden” (cf Dn 5). La perseverancia, la constancia en la fe, salvó su alma y nos dejó, a nosotros, el luminoso ejemplo de su martirio, de su testimonio supremo.
El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda no sólo la necesidad de creer, sino también de perseverar en la fe. El don inestimable de la fe podemos perderlo y, para conjurar ese riesgo, debemos alimentarla con la Palabra de Dios; debemos pedir al Señor que nos la aumente; debe “actuar por la caridad”, ser sostenida por la esperanza y estar enraizada en la fe de la Iglesia (n. 162).
Podemos suponer, sin forzar la realidad de las cosas, a Santa Catalina enraizada en la fe de la Iglesia, tal como se vivía en la Alejandría de los siglos III y IV. Se trataba, en la Antigüedad, de una “ciudad símbolo” de la encrucijada cultural de helenismo. En el siglo III, Clemente, asumiendo y transformando el ideal educativo del mundo clásico, presentaba a Cristo como el Pedagogo, como aquel que nos guía a la verdadera filosofía, que no es un mero saber teórico, sino una fuerza de vida que aúna conocimiento y amor.
En el siglo IV, San Atanasio destacó, también en Alejandría, como el apasionado teólogo de la Encarnación del Logos. El Logos no es, como para Filón, el puro lugar de las ideas divinas. El Logos, el Verbo, “se hizo carne” (Jn 1,14). Dios no resulta, en consecuencia, lejano e inaccesible, como en el neoplatonismo, sino que es un Dios cercano, que habitó entre nosotros y que ha dejado ver su gloria.
En la medida en que nos dejemos seducir por la belleza del Verbo encarnado, profesaremos la verdadera filosofía, que, en el fondo, no es otra cosa que el seguimiento de Cristo. Pero en la vida cristiana, como en la filosofía, “no es posible – como ha comentado Benedicto XVI – conocer sin vivir y no se puede vivir sin conocer” (18.IV.2007).
Pidamos al Señor, por la intercesión de Santa Catalina, patrona de los filósofos, que nos ayude a conocer y a vivir, a acercarnos a Dios para poder estar verdaderamente próximos a cada hombre y a todos los hombres.
Guillermo Juan Morado.
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