Las horas serenas
Amado Nervo evoca esta sabia frase en un texto suyo: “Rememora, por tanto, en la Serenidad, tus días de dolor; pero nunca pienses en las horas de ira, de encono, de turbulencia que hayan sacudido tu espíritu, pues lo sacudirán de nuevo con su solo recuerdo. Haz, en cambio, noche a noche, el inventario de los minutos bellos, buenos, agradables; de los ratos plácidos que la Vida te haya otorgado en las dieciséis horas de la vigilia, y fórmate con ellos un ramillete de flores para perfumar tu sueño. Esta actitud te dará alegría, par. Tu último pensamiento antes de dormirte será así de gratitud. Y si el recuerdo de alguna hora de impaciencia, de cólera, de despecho, viene a atormentarte, procura apartarlo dulcemente, y dile a tu memoria lo que el célebre cuadrante solar de Pisa, construido por Marco Salvadori, ostenta como inscripción: HORAS NON NUMERO NISI SERENAS”.
Lo sereno es lo claro, lo despejado de nubes o nieblas, lo sosegado, lo apacible. No podemos cambiar el pasado, pero sí podemos, en el recuerdo, despojarlo de las oscuridades del rencor, de los pliegues malvados del odio, de las cuevas sinuosas del resentimiento. Lo que ha sido sólo puede seguir siendo si lo traemos a la memoria. Pero este renacer del ayer no tiene derecho a prolongar el sufrimiento, a empeorar las llagas del alma, a teñir de amargura el presente.
El perdón es un don divino. Y lo es también, en no menor medida, la reconciliación con las sucesivas etapas de la propia existencia. Incluso en las guerras más crueles, en los campos más inhóspitos, hay espacio para barruntar lo sereno.
En la vida de fe hay amaneceres espléndidos y días encapotados. Hay felicidad por haber creído y por seguir creyendo. Pero pesa sobre el espíritu, en ocasiones, la amenaza del hastío, del cansancio; la sombra de algo así como la desesperanza.
La proximidad de la muerte, como la cercanía de un largo viaje que sólo consiente llevar consigo muy pocas maletas, obliga a optar, a discernir, a seleccionar lo que de verdad merece la pena. Los trastos inútiles almacenados en el baúl del cerebro estorban cualquier travesía, impiden avanzar, suponen un lastre pesado que dificultan la navegación.
El último pensamiento, antes de ese ensayo cotidiano de la muerte que es el sueño, que sea de gratitud. Motivos para ello nunca faltan.
Guillermo Juan Morado.
P.S.: Agradezco a Yolanda la cita de Amado Nervo.
10 comentarios
Ahora, no es tan cierto. También es bueno contar, desde la serenidad, las horas oscuras.
"Sufrir pasa, haber sufrido no pasa". O como decía León Bloy, el hombre tiene lugares de su corazón que no descubriría si el dolor no se los revelara.
" ¿ Qué sabe, el que no sabe paceder por Dios ? "
Buenísima su frase citada, Padre Guillermo. La de " Rememora... "
Como aquí no me han recriminado todavía que recuerde a mi marido (y prometo no ser demasiado insistente con ello, de verdad que lo prometo), hay un párrafo en el hilo presente que, con no muy diferentes palabras, nos decía él, ya en las últimas semanas, cuando el desenlace se sabía inevitable e inmediato. Es éste:
"""Lo que ha sido sólo puede seguir siendo si lo traemos a la memoria. Pero este renacer del ayer no tiene derecho a prolongar el sufrimiento, a empeorar las llagas del alma, a teñir de amargura el presente.
El perdón es un don divino. Y lo es también, en no menor medida, la reconciliación con las sucesivas etapas de la propia existencia. Incluso en las guerras más crueles, en los campos más inhóspitos, hay espacio para barruntar lo sereno""".
Esa invitación a un recuerdo sereno y a vivir las etapas que nos tocan vivir como lo que son, etapas de la vida con las que hay que estar permanentemente reconciliados, (en palabras también de Flavia), nos hacen soportar la ausencia.
Y a mí, a sentirme de paso. Que es quizá como deberíamos sentirnos desde siempre. De paso estamos.
Las etapas de la vida no responden a nuestros mezquinos planes y sólo vemos que eran mezquinos cuando se nos desbaratan.
Y cuando eso sucede es cuando tenemos que comprender que el que se desbaraten nuestros pequeños planes no sólo no debe desesperarnos sino que puede y debe conjurar la desesperanza. Nunca debimos hacer planes mezquinos. Sólo Dios sabe por qué nuestros planes no coinciden con los suyos.
Desde luego que a la hora """de ese ensayo cotidiano de la muerte que es el sueño""" no faltan motivos de de gratitud. Si me pongo a hacer la lista de MIS motivos para dar gracias a Dios, aun en esta fase de mi vida, alargaría este comentario en exceso y sería aburridísimo, la lista es larga, larga: a pesar de todo sé que soy muy afortunada, por la fe, los hijos, el trabajo, los años vividos, el amor dado y recibido, y muchísimas cosas más imposibles de enumerar al completo.
Pero creo que tengo que añadir un nuevo motivo de gratitud al Señor inexcusable: el blog del P. Guillermo.
¡Que grande eser! Yo que desde que tengo uso de razón, y la tuve antes de andar. Vivo en la continua angustia de mi noche triste. Como Jesús; Como tantos otros los grandes hombres del vivir y morir; Como Hernan Cortés.
Dame un poco de tu tranquilidad Yolanda.
Siempre he pensado que quien más sufrió en este mundo fue Jesús. Cuestión de naturaleza: Él como hombre de inocente naturaleza preadamica. Y yo como hombre de culpable pecador en naturaleza posadámica; Más cercano al Hijo del hombre.
Después viene la mujer. Por eso ella, más cavilante, sufre y goza menos las horas tristes de la noche oscura terrenal.
Debe de ser tremendo recordar una y otra vez lo malo, las desgracias, y peor aún, no asimilarlas como algo venido de un Padre que nos quiere...
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Es un gran don.
Sin pretender decir que gozo de ese mismo don tuyo -ya quisiera- lo cierto es que cada vez me resulta más fácil olvidar agravios y colocar las cosas en el sitio que les corresponde a cada una.
Cada hueco que permitimos que sea ocupado por requemores y rencores se lo quitamos a todo o bueno y bello: la esperanza, los amores, la belleza, deberían ocupar ese lugar.
Y cuando, como menciona el padre Guillermo """pesa sobre el espíritu, en ocasiones, la amenaza del hastío, del cansancio; la sombra de algo así como la desesperanza""", la oración de alabanza nos aparta de esa acechanza. El canto de los jóvenes de Dn 3,57-88.56 es mi laudes y mi ofrenda en esos casos.
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