Difícilmente se podría exagerar el realismo de estas palabras
La Sabiduría construye su casa y prepara el banquete: “Venid a comer mi pan y a beber mi vino que he mezclado”, nos dice el libro de los Proverbios. Dios se comunica con el hombre mediante el signo del banquete, de la comida, de la comunión. Si el inexperto y falto de juicio quiere compartir la sabiduría de Dios, ha de acudir a ese banquete, para seguir el camino de la prudencia.
Podemos ver esa Sabiduría como una anticipación de Jesucristo. Él es, en persona, la Sabiduría de Dios, que resplandece en la paradoja de la Cruz (cf 1 Corintios 1, 24-25). Él ha venido a su casa, ha acampado entre nosotros (cf Juan 1, 11.14), para prepararnos el banquete de la vida. Lo recuerda San Pablo en la primera carta a los Corintios: “el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan, y pronunciando la acción de Gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía’ ” (1 Corintios 11, 23-25).
La Eucaristía no es un puro símbolo de la entrega de Jesucristo; es mucho más, es el memorial de su vida, de su muerte, de su resurrección, de su intercesión ante el Padre (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1341). Participar en su banquete es permitir que Él siga siendo para nosotros el Pan de la vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (Juan 6, 55). Difícilmente se podría exagerar el realismo de estas palabras, en las que el Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle, a acrecentar nuestra unión con Él, la Palabra encarnada, la Sabiduría que tiene cuerpo y sangre, rostro crucificado y glorificado.
La lógica del cristianismo gira en torno a la Eucaristía, “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (Lumen gentium 11): la comunión con Dios, la unidad de los hermanos, la alabanza, la santificación, la redención, la peregrinación de la tierra y la gloria del cielo. En verdad, como escribía San Ireneo, “nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar” (Adversus haereses 4, 18).
Nosotros hemos de ser como esos criados que la Sabiduría ha despachado para anunciar en los puntos que dominan la ciudad: “Venid a comer mi pan y a beber mi vino”; venid a celebrar “constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todo, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”; venid a gustar y a ver la bondad de nuestro Dios, a adquirir la prudencia, a encontrar la vida.
Guillermo Juan Morado.
7 comentarios
Como dice San Ireneo, si algo falla, si hay falta de armonía... es que no pensamos como cristianos.
El memorial de la vida, muerte y resurrección. Para que participemos de su misma Vida.
Sacrificio de alabanza, de acción de gracias.
Una verdadera fiesta de la que tenemos que salir renovados, sintiéndonos enviados para evangelizar con el testimonio de nuestra vida.
Si nuestra vida no confirma nuestra manera de pensar, también algo falla.
"¿Bastará con que comamos el pan de la Eucaristía para que nuestra vida se transfigure por completo? Lo que Jesús nos ofrece es algo muy hondo, es mucho más que practicar un rito religioso, aunque no se excluye este rito." Comentario de Irazabal S.J. al evangelio del día.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar.
No he leido nunca al P. Irazabal. Lo que yo diría al respecto es que podemos nosotros acabar ritualizando la eucaristía. Si acudimos a ella sin que luego nada trascienda, sin que nos impregne de Cristo, desde luego que se puede caer en ello. Es lo que dice Asun en sus últimas frases.
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