Habíamos prometido un quinto “post” sobre la moción divina de la voluntad humana y cómo se puede conciliar con el libre albedrío, pero nos parece más urgente por ahora el tema que vamos a tratar aquí, si bien esperamos cumplir con aquella promesa en breve.
En el primer “post” decíamos que el conflicto filosófico fundamental en la época moderna es el conflicto entre realismo e idealismo, pero también apuntábamos que la raíz del conflicto está en la mentalidad nominalista que se va imponiendo gradualmente a partir del siglo XIV en la cultura occidental.
El primer problema con el nominalismo es que no parece muy claro en qué consiste. Hay muchas definiciones del nominalismo, y parece que eso se debe a la propia inconsistencia interna de semejante postura filosófica.
Lo esencial del nominalismo va a ser siempre la negación de la realidad de lo universal y lo común a muchos individuos. Es decir, según el nominalismo, existen solamente los individuos singulares, lo común, lo universal, no existen fuera de nuestra mente.
Eso se dice fácil, pero resulta que después es difícil encontrarle un sentido coherente. En primer lugar, ¿no hay nada en común, en la realidad de las cosas, entre los diversos individuos? Por ejemplo, si Pedro y Juan son en la realidad hombres ¿no es que tienen en común algo que los hace ser hombres? ¿O será que Pedro y Juan no son, en la realidad, “hombres” los dos?
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